Ministerio de Justicia

Garzón juez indigno

La Razón
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Por unanimidad de los siete magistrados que forman la Sala de lo Penal, el Tribunal Supremo ha puesto fin a la accidentada carrera judicial de Baltasar Garzón por haber cometido prevaricación al vulnerar el derecho fundamental de defensa. En una impecable sentencia, el tribunal desmonta la argumentación de Garzón basada en que había incurrido en una interpretación errónea de la Ley y concluye que fue un acto arbitrario y carente de razón «que desmantela la configuración constitucional del proceso penal como un proceso justo». Aunque la condena de un juez sea frustrante por lo que tiene de deslealtad de un funcionario público, debe celebrarse como el triunfo de la Ley, que obliga a todos por igual, y como una victoria del Estado de Derecho, que se fortalece al expulsar de su seno a los servidores indignos. Así ha ocurrido en ocasiones anteriores, con la inhabilitación y expulsión de magistrados corruptos y prevaricadores, probando que la Justicia se administra con equidad e independencia. En el caso de Garzón, sin embargo, la decisión del Tribunal Supremo tiene un valor añadido en la medida en que ha hecho frente a una feroz campaña mediática para demonizar a los magistrados, hurgando obscenamente en sus biografías, y a un acoso político organizado por la izquierda asilvestrada, que no ha tenido empacho en vampirizar el dolor de las familias con antepasados asesinados en la Guerra Civil. Con el fanatismo de los «hooligans», se ha presentado a Garzón como gran azote de la corrupción y debelador de dictadores (salvo Fidel Castro y adláteres), alguien por encima del bien y del mal, de modo que sólo los franquistas irredentos y los jueces envidiosos tendrían motivos para sentarlo en el banquillo. Ha sido tan grotesca la puesta en escena, tan de ópera bufa con banderas republicanas y sindicalistas decimonónicos en procesión, que aparte de perder ante la Ley, Garzón también ha perdido el respeto del ciudadano sensato y el beneficio de la duda. Con amigos así, al ex juez le han sobrado todos los enemigos, supuestos o reales. Además, con su conducta indigna y su estilo chapucero de instrucción, no sólo ha cavado su tumba profesional, sino que ha dañado gravemente la causa contra la corrupción del caso Gürtel. Víctima de una vanidad de vedette y obsesinado con machacar al PP como salvoconducto para volver a la política, Garzón forzó hasta el delito la investigación y ha terminado beneficiando a los presuntos corruptos. En este punto, cabe recordar que es la segunda vez que un alto tribunal (el primero fue el Superior de Madrid) condena la actuación de Garzón en el «caso Gürtel» al anular las pruebas obtenidas mediante las escuchas ilegales. En suma, el señor Garzón ya es libre de emprender su ansiada carrera política; eso sí, sin utilizar el atajo de la toga de juez.