Libros

Nueva York

En tela de juicio

La Razón
La RazónLa Razón

Hace varias semanas traje a esta columna a Dominique Strauss-Kahn por su complicado y oscuro asunto con una camarera en un hotel de Nueva York, y no se me pasó por alto una advertencia que alguien le hizo a una persona cercana a mí en la ciudad de los rascacielos. El aviso consistía en que jamás permitiera cerrar la puerta de la habitación a cualquier empleado de un hotel si él estaba dentro, porque podría tener problemas. Los fiscales de la Gran Manzana han decidido dejar en libertad al director del FMI ante la sospecha de que la camarera que le acusó de violación y estupro mintiera para sacar beneficio económico. En caso de que el francés salga absuelto, ¿quién le devuelve ahora la honrilla? No quiero dejar de lado la otra persona que también esta semana se ha visto envuelta en una seria acusación: la de conducir en estado de embriaguez y haber provocado la muerte a otra persona en un trágico accidente en el cual él también ha salido muy mal parado. Me refiero al maestro Ortega Cano, que, ante tamaño disparate, su familia ha pedido prudencia. Parece ser que un avezado periodista ha tenido «acceso» a las pruebas que se le practicaron cuando fue ingresado luego del choque, más muerto que vivo. Si es cierto el resultado de esta prueba en la sangre del torero, tendrá que pagar por ello. Pero si no lo es, ¿habrá consecuencias para el sinvergüenza que le acusó? Me temo que no, y lo lamento. Lamento que quienes dejan una mancha en el honor y la dignidad de la gente, no tengan escarmiento; lamento que el falso testimonio no conlleve pena de cárcel, porque la calumnia y la difamación son un sello que queda pegado en la frente del difamado para siempre. Aunque se demuestre contrario. Y eso, es doloroso y difícil de borrar.