Asia

Pekín

La raza aria de Mongolia

El odio anti chino y la amenaza de Rusia reavivan el nazismo en el país asiático como defensa de su identidad. Los partidos ultranacionalistas están registrados como ONGs

La raza aria de Mongolia
La raza aria de Mongolialarazon

Las esvásticas, las cruces gamadas, los retratos de Hitler y las calaveras de las SS no escandalizan a nadie en Ulan Bator. Aparecen pintadas en los muros, cuelgan del retrovisor de más de un coche y se venden como fundas y fondos de pantalla para teléfonos móviles. En verano, también lucen tatuadas en los bíceps de pandilleros que merodean alrededor de centros comerciales recién construidos. Por no hablar del Tse, una cafetería que por la noche es bar de copas, decorada con toda la parafernalia nazi, incluidos maniquíes vestidos con uniformes hitlerianos que clavan su mirada de cera desde unas siniestras vitrinas.

Quizá no haya ningún otro sitio en el planeta donde declararse «nazi» tenga tan pocas consecuencias como en Mongolia. Aunque suene disparatado, tiene una explicación: arrinconados por dos gigantes hambrientos (Rusia y China), los mongoles temen hoy por su supervivencia como pueblo y sienten la necesidad de preservar su «raza». Llegaron a sostener el mayor imperio del mundo, guiados por esa mezcla de salvajismo, sabiduría y pericia estratégica que fue el Ejército de Gengis Khan. Pero, tras largos siglos de decadencia, en la estepa mongola quedan hoy menos de tres millones de personas. En la capital se malvive en un clima poscomunista, empobrecido y corrupto, en el que cada invierno es una prueba de resistencia. Ulan Bator, cuya periferia está sembrada de «yurtas» (tiendas de campaña tradicionales) que se calientan quemando carbón, es la capital más fría del planeta y los termómetros a veces se clavan en los 50 grados bajo cero.

Expansión china

Por encima del resto, los mongoles temen ser engullidos por su tradicional enemigo, China, el país más poblado de la tierra: 1.350 millones de personas en plena expansión económica. Las inversiones del gigante asiático en Mongolia se han multiplicado en los últimos diez años.
Pekín está explotando sus abundantes recursos mineros e incluso su presencia física es ya más que anecdótica. En una ciudad de poco más de un millón de personas viven unos 200.000 chinos que, como en el resto de Asia, consiguen hacer prosperar sus negocios más deprisa que los locales.

«Los rusos los dominaron durante el siglo XX, ahora los chinos están quedándoselo todo. Mongolia tiene muchos recursos naturales, sobre todo minería y metales preciosos. A veces los chinos corrompen funcionarios y montan extracciones ilegales para llevarse estos recursos. Es una ‘‘invasión silenciosa''», denuncia Tsetsen, un analista de inversiones que, como muchos otros mongoles, dice no simpatizar con los grupos nazis, pero sí con su discurso antichino. Un ejemplo más del drama nacional: los mongoles abandonaron a principios del siglo pasado su alfabeto centroasiático para adoptar el cirílico, por imposición de la Unión Soviética. Y ahora que los rusos se baten en retirada, empiezan a aparecer carteles en caracteres chinos.

El caldo de cultivo es perfecto para la proliferación de grupos ultranacionalistas. Las tres organizaciones nazis más grandes, que dicen contar con unos 3.000 simpatizantes, están registradas como ONG, actúan a la luz del día y, según ha denunciado la prensa, gozan de la colaboración esporádica de la Policía. El movimiento nazi ha dejado ya algunas víctimas. El ex líder de uno de los grupos, Dayar Mongol («Toda Mongolia»), fue ejecutado en 2008 por un delito de sangre. Otros han pasado por la cárcel.

La mayoría de sus ataques, sin embargo, no dejan cadáveres en la cuneta. Se dedican, sobre todo, a la intimidación, a cobrar sobornos de «protección» y a dar alguna que otra paliza. Sus principales objetivos son los empresarios chinos y los clientes extranjeros de los burdeles.

Algunos fines de semana, los cabezas rapadas salen a rastrear los hoteles de citas y los bares de copas en busca de mujeres mongolas con acompañantes extranjeros. A ellos les dan unos cuantos tortazos ejemplarizantes y a ellas les rapan el pelo al cero. A las que reinciden, las marcan como si fueran ganado. En Youtube pueden encontrarse vídeos colgados por los propios agresores mostrando el procedimiento.

A Li JiangYong, un empresario chino, le robaron tres veces en sus primeros seis días en Mongolia, a pesar de que Ulan Bator es un lugar con bajas tasas de criminalidad. Se siente «bien acogido» aunque admite que vive intranquilo. Los chinos son blanco prioritario pero no exclusivo. Coreanos y vietnamitas también son víctimas frecuentes. Y la embajada de EE UU en Ulan Bator pide «prudencia» a los compatriotas que visiten el país, asegurando que se han registrado palizas a occidentales.

Actitud agresiva

Los cabecillas nazis no necesitan esconderse y los líderes de las tres principales organizaciones («Toda Mongolia», «Mongol Azul» y «Grupo Nacional Mongol») han ofrecido unas cuantas entrevistas en los últimos meses. Algunos son personajes relativamente populares, como el veterano político Zagas Erdenbileg o el joven líder estudiantil Shari Mungun-Erdene, de 23 años. «Los chinos», explica uno de los cabecillas, identificado como Bat, «son nuestros enemigos: contaminan la sangre mongola casándose con mongolas. Pretenden asimilarnos como parte de China».

Con ropa y comportamientos que recuerdan a las mafias rusas o balcánicas, ante la prensa suelen asegurar que «rechazan la violencia extrema», pero algunas de sus proclamas son agresivas: «Matar a los chinos», «expulsar a los chinos» o «chinos fuera de Mongolia» son tres de las pintadas y gritos de guerra más comunes. «Estamos en contra de todo lo que sea chino y actuaremos si no queda más remedio», concluye Bat.

La idea de que haya nazis de ojos rasgados sorprende al profesor Jack Weatherford, autor de la biografía sobre Gengis Khan más vendida de cuantas se han publicado. Primero porque los mongoles y otros pueblos centroasiáticos son víctimas frecuentes de ataques neonazis en Europa del Este. Segundo porque «los alemanes consideraban a los mongoles lo opuesto a los germánicos. Ellos enseñaban que la existencia de niños retrasados era el resultado de las violaciones de mujeres cometidas durante las invasiones mongolas del siglo XIII».

En la página web del memorial del Holocausto estadounidense se asegura que «los alemanes llevaron a cabo matanzas masivas entre los prisioneros soviéticos y generalmente elegían para fusilarlos a los que percibían como ‘‘asiáticos'' o ‘‘mongoles''». Y es que los guerreros de las estepas, muchos de ellos nómadas, lucharon junto a los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial. No en vano, Mongolia fue el primer satélite de la URSS.

Los cabecillas de los grupos mongoles nazis aseguran que admiran a Hitler por ser un patriota nacionalista que defendía la pureza de su raza y que tomó a Genghis Khan de modelo.
Sobre esto último no hay ni una sola referencia bibliográfica, aunque es cierto que podrían encontrarse paralelismos: algunos historiadores atribuyen al conquistador mongol la idea de exterminar al pueblo chino para asegurar el predominio mongol en Asia, algo que nunca se llevó a cabo, al menos de manera sistemática.

Lo que sí consiguieron los mongoles es subyugar varias veces a un pueblo mucho más culto y populoso que el suyo. Durante la llamada Dinastía Yuan instaurada por Kublai Khan, unos 200.000 guerreros mongoles dominaron a 100 millones de chinos. La Gran Muralla es una gigantesca evidencia del terror al invasor mongol. Mongolia ganó muchas batallas, pero ha perdido la guerra demográfica. Y ahora un grupo de descerebrados intenta frenar lo inevitable resucitando nada menos que a Adolf Hitler.