Islas Canarias

Niyireth la mujer que murió en combate

Un ataque talibán acabó con su vida en Afganistán. Era una soldado española nacida en Colombia, tenía un hijo y muchas ilusiones. Esta es su vida

Niyireth, la mujer que murió en combate
Niyireth, la mujer que murió en combatelarazon

A los 20 años, cuando estaba dando a luz a su hijo, en una población cercana a su hospital, sufrían un terremoto. A Niyireth no se le olvidó nunca ese 6 de enero ni esa extraña coincidencia de un terremoto y un nacimiento, de dolor y vida al mismo tiempo. Fue hace 12 años.

Hace unos días, uno de sus cuñados habla por teléfono y describe, sin que se le pregunte, una espectacular vista en Pereira, Colombia. Después de horas viajando en coche, tras tener que parar en un taller por una avería, han llegado para unirse con el resto de la familia y juntos esperar el cuerpo de Niyireth, que sale de España. Su mujer, la hermana de Niyireth, prefiere no hablar, no puede. Su marido sí atiende. Educado, dice que le está gustando Pereira. Ha sido un viaje largo y penoso, pero han encontrado un lugar para disfrutar al menos durante un momento. Cuenta que Niyireth era una «mona recochera», es decir, que le gustaba picar a los demás con ironía, que era divertida, que no paraba de bailar. Que no estaba dispuesta a dejarse vencer por las dificultades, pese a que la vida le puso a prueba varias veces. En todas menos en una logró salir bien. Fue esta semana, en Afganistán, cuando una bomba la mató junto al sargento español Manuel Argudín.


Los sueños no se hacen realidad
Niyireth Pineda Marín nació en Bilbao, una zona rural en Tolima, Colombia. Es un pueblo campesino y pobre, donde lo primero que enseñan los padres a los hijos es a trabajar duro, sin importar la hora ni el cansancio. Con sólo seis años, Niyireth, como el resto de sus siete hermanos, se levantaba a las dos o tres de la mañana para ordeñar a los animales, después iba al colegio, volvía a casa a trabajar, a separar las terneras de las vacas y a dormir para madrugar al día siguiente. «Nosotros somos pobres –cuenta un vecino a este periódico–. Nosotros sabemos que los sueños no se pueden hacer realidad».

Sus padres se mudaron al pueblo para que los niños tuviesen una educación mejor y fue en Esplanada donde acabó el bachillerato pedagógico. Le gustaba enseñar y bailar. Todos sus conocidos aseguran que le encantaba ir de discotecas y que la música de baile le acompañaba a todos sitios. Cuando programaba su vuelta de Afganistán a España y de España a Colombia, en el mes de septiembre, para ver a su madre, le prometió que no iba a salir tanto a bailar para estar con ella. No ha podido cumplir la promesa.

La guerra de Afganistán ha acabado con todo lo que ha sido o lo que podía llegar a ser. Empezó a trabajar en Colombia y puede que alguna vez creyese que con ser profesora iba a ser suficiente para ganarse la vida. Pronto se dio cuenta de que, en realidad, era imposible. Durante tres años fue profesora de primaria (de 1º a 5º) en zonas rurales, alejadas, sin medios, en donde algunos días tenía que caminar durante tres horas. Era duro y el contrato con la administración se acababa. Como en Colombia ya no le quedaban muchos recursos, su hermana le dice que en España podían estar mejor. Bastante mejor. Es decir, que podrían sobrevivir. «Ahí es cuando le da el arrebato de irse –asegura uno de sus cuñados–. Simplemente es una cuestión económica». Niyireth, con algunos ahorros y la ayuda familar, viene a España a ganarse la vida.


Madre soltera
No es fácil irse de casa y menos cuando se deja a un niño, que en esos momentos sólo tenía seis años. Era madre soltera, lo que en «Colombia –reconoce un primo suyo– es algo habitual». «Sí conocía al padre, pero nunca le ha pedido nada. En Colombia las mujeres, por orgullo, no piden nada al hombre. Nunca lo han hecho. Él, además, se desentiende. En eso creo que somos una sociedad algo machista», continúa el familiar. Niyireth era joven, alegre, le gustaba salir y tenía ganas de vida. Había pretendientes y amigos, pero desde que vivía con su hijo tenía muy claro que no podía hacer nada que cortarse su libertad o su modo de ganarse la vida. No podía gastar tiempo que tenía que dar a su hijo.

Cuando aterriza en España lo más duro no es que la realidad no se asemeje a lo que había soñado o que tenga que imitar el acento español para evitar que se metan con ella. Eso puede soportarlo: lo peor es no tener a su hijo junto a ella.

Aquí sobrevive como puede, como hacen todos los inmigrantes. Junto a su hermana vive en las Islas Canarias y ambas se ganan la vida con los trabajos que los españoles no quieren hacer, como ser empleada de hogar o cuidar ancianos. En Colombia cuentan que a Niyireth no le parecía mal ese estilo de vida. Le daba para mantenerse y mandar algo de dinero a Colombia, pero en los últimos años la situación se complica: hay menos trabajo y se paga peor.

La ventaja es que ya ha conseguido los papeles que confirman que es española. En 2006, su hermana le habla del Ejército como una salida en la que ganar dinero y lograr, al fin, una vida estable. Para ella, la dureza de la vida militar o el contacto con las armas no es algo nuevo. Según un vecino, «Niyireth se crió en una casa de campo y sus padres se dedicaban a la ganadería. Siempre tuvo una escopeta cerca». Y también la violencia: «Vivimos en Colombia, donde la violencia es algo habitual. Vivimos en una zona que estuvo bajo la influencia de las FARC, que también ha estado bajo la influencia de los paramilitares y que ahora está bajo la del Estado. Aquí siempre se ha vivido con miedo».


Vida estable en el Ejército
El Ejército, por tanto, no le asusta. En España ha cambiado y se ha modernizado en todos los aspectos. En 1998 admitió a la primera mujer y desde entonces, las Fuerzas Armadas se han ido adaptando a los nuevos tiempos. En el cuartel de Puerto del Rey, de Fuerteventura, donde estaba destinada Niyireth había 44 mujeres. Para hacer guardias o para ir a Afganistán ya no se piensa si se es mujer o hombre. Sólo son soldados. Únicamente en los pabellones independientes se nota la separación de sexos. «Aquí todo es igual para la mujer o el hombre, no hay diferencias. Lo que hacen en las misiones es lo mismo», confirman desde el Ejército.
Para Niyireth es su gran oportunidad. Es un trabajo seguro, en el que cobra lo suficiente para mandar dinero a Colombia con el que cuidar de su madre, Luz Delia Marín, viuda desde hace cinco años y que tuvo que cambiar la plantación de café en la finca. De café caturro a café de variedad. Niyireth le ayudó.

La vida en el Ejército le permite, además, llevar a cabo su principal deseo. Se ha aclimatado a España, tiene un grupo de amigas con las que queda por Fuerteventura y ya no tiene que disimular el acento español porque, según sus amigos colombianos, le sale solo. Lo que le duele es la lejanía con su hijo. Hace dos años se lo pudo traer. El niño, que estudia sexto en el Colegio Público Puerto del Rosario, juega al fútbol en uno de los equipos de la ciudad.


La hora de Afganistán
Afganistán era una oportunidad más para Niyireth. Ante las dificultades siempre había sido valiente. Lo fue cuando se marchó a estudiar, lo fue cuando se vino a España y lo fue también cuando se marchó a Afganistán de voluntaria. «Creo que le doblaban o triplicaban el sueldo», cuenta su primo. Había estado ya en 2009 y quiso volver ahora. Merecía la pena. Con el dinero ganado pensaba pasar las vacaciones en Colombia, junto a su madre, con la que no era fácil comunicarse por teléfono. Sólo hace un año llegó el móvil a su pueblo.

Una guerra es una guerra, aunque se le ponga otros nombres. Luz Delia, la madre, hablaba con ella de vez en cuando. Su hija le pedía que no hiciese caso de la tele, que no se preocupara: ella estaba bien e iba a volver, como siempre. Niyireth confiaba en su suerte. Desde que tuvo a su hijo, con 20 años, sabía que luchar era parte de su vida. Y había logrado conservar su buen humor de «mona recochera» en todos los trances.

«Pero la última vez me dijo que tenía miedo porque estaban matando a muchos soldados que se habían ido con ella», cuenta la madre. No pudo evitar una bomba en Afganistán.



La segunda mujer muerta en el Ejército
Conseguir la igualdad en el Ejército ha sido uno de los objetivos de la mujer. Hasta hace poco era un mundo masculino y todavía quedan actitudes de épocas pasadas. Pero el Ejército español ha dado pasos de gigante para lograr la igualdad. Trágicamente, la muerte de mujeres en las misiones españolas es un reflejo de que la mujer ya no juega un papel secundario. Niyireth es la segunda que muere. La primera fue Idoa Rodríguez, también en Afganistán. La explosión de una mina el sur de la provincia afgana de Herat provocó su muerte. En su honor se creó el el premio «Soldado Idoia Rodríguez, mujer en las Fuerzas Armadas» para reconocer la labor de aquellas personas, colectivos e instituciones, civiles y militares, que hayan contribuido con su trabajo a favorecer la incorporación y permanencia de la mujer en las Fuerzas Armadas.


De Colombia a Afganistán: Niyireth Pineda Marín nació en una zona rural de Colombia, se vino a España para ganarse la vida en 2003 y la pasada semana murió en Afganistán. Las fotos han sido cedidas por la familia