Bilbao
Y de repente Abidal
San Mamés no defraudó. En noches como la de ayer ese estadio parece tener vida. Ruge, aprieta y traspasa su energía a los jugadores. Enciende a hombres como Toquero, sobrados de pundonor, que nunca dice no a una carrera, a la presión a Busquets o Xavi, o a los dos al mismo tiempo. No se le puede reprochar al calvo delantero que tenga otras carencias
Lo da todo, ése es su fútbol. Y con esa idea pensó el Athletic que podría con el Barcelona. Si a calidad no le ganas, corre más que él, ahógalo, minimiza su capacidad de asociación. Funcionó durante muchos minutos.
El conjunto vasco llevó el partido donde quería, a la intensidad, y desde ahí consiguió que los azulgrana fueran menos. El Barça tenía el balón, pero no ocasiones. Aunque con el equipo azulgrana nada es eterno. Incluso desde la incomodidad, incluso desde un césped en mal estado, fue fiel a su estilo. El balón al suelo y a jugar. Que la calidad no se gasta y las fuerzas sí.
Cuando el Athletic no pudo más, ya en la segunda parte, después de una hora de lucha hasta la extenuación; cuando dejó tocar al Barça, pensar a Xavi y al suplente Iniesta, buscar una jugada y si no salía volver a empezar para encontrar el camino, el gol terminó por llegar. Y con sorpresa.
Xavi buscó a Messi en el área, el argentino aguantó y dejó el balón para... ¡¡¡Abidal!!!, que entró desde atrás para anotar su primer gol con el Barcelona, el segundo en su vida. «Es una máquina», suele definirlo Guardiola. Ayer empezó de central, siguió de lateral y marcó como un delantero. Tan poco acostumbrado está a conseguir goles que no supo muy bien como reaccionar. Dio vueltas enloquecido esperando a que llegaran sus compañeros para felicitarlo.
El tanto, en la segunda ocasión clara que tenía el Barça por otras tantas del Athletic, parecía romper un partido que los catalanes nunca tuvieron controlado. Pero San Mamés... ¿Alguien pensaba que un tanto era suficiente para silenciar La Catedral? Un choque tan intenso como el de ayer no merecía quince minutos intrascendentes. Un rival tan bravo como el Athletic no quería caer sin dar el último arreón. Un jugador como Llorente no podía marcharse sin decir una palabra. El internacional tuvo una noche complicada, pero resolvió con acierto, con un gran remate raso, la mejor pelota que le cayó en los pies.
Quedaban cinco minutos de auténtica locura. El Athletic estaba revolucionado y el Barcelona no acertó a cerrar el partido a la contra y sufrió. El bombardeo de balones al área de Pinto no paró. Fue lo mismo que todo el partido, porque el equipo de Caparrós es la antítesis del de Guardiola y buscó constantemente el fútbol directo. En ese momento un gol resultaba definitivo, suponía la clasificación para cuartos. La gloria. Pero ayer la gloria fue para otro. Fue para Abidal.
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