Sevilla
La doble muerte de «Pozí»
Don Juan Calabazas sobrevivió al retrato que le hizo Velázquez cuando era uno de los bufones de la corte de Felipe IV. El mundo de la risa a través de la deformidad y el mal ajeno está impreso en el alma hispana pese a que estemos en pleno siglo XXI.
Murió en Barbate (Cádiz) el último de estos personajes televisivos a quien nuestro peculiar sentido del humor elevó a los altares de la telebasura para devolverlo a su cruda miseria una vez sosegado el dolor de tripas tras la carcajada. Se llamaba Manuel Reyes pero para todo el mundo era «Pozí». Lo tenía todo para triunfar en el universo creado hace unos años por el periodista Jesús Quintero en su programa «El Vagamundo»: homosexual, jorobado, feo, pobre, gaditano y amante de las telenovelas radiofónicas de los años sesenta. Nadie como él rescataba los diálogos de «Ama Rosa», popularizados por la incombustible Juana Ginzo, hasta el punto de que a la mañana siguiente todo el mundo repetía las frases con las que «Pozí» respondía a un pícaro Quintero.
Pero él no era como otros perros verdes que pasaron ante los micrófonos del periodista onubense. No tenía nada que ver con el «Beni de Cai» o con el rockero Silvio. No. «Pozí» tenía en sus ojos el olor agrio de las mañanas de alcohol y soledad de los bares de su pueblo en los que, como una extraña Concha Piquer en la copla «Tatuaje», iba de «mostrador en mostrador» siendo el entretenimiento de los parroquianos, para quienes era normal ver esa figura contrahecha por las calles del pueblo gaditano en el que nació en 1941. Para ellos era «El jorobado de Notre-Barbate», aunque «Pozí» negara ésta tara física cargado de dignidad. «Yo no soy jorobado, soy cargado de espaldas», decía mientras alargaba la última sílaba, como si esto supusiera una demostración de su perfección atlética.
Tampoco le gustaba que le preguntasen por su afición a rebuscar entre las basuras. Cuentan que era la forma con la que sobrevivía a la escasez en la que había vivido desde siempre y de la que tampoco logró zafarse pese al dinero recibido en los programas de televisión a los que acudía como bufón. «Dice la gente que te han visto en los contenedores buscando, Manolito», le comentaba Quintero, a lo que «Pozí» negaba enérgicamente mientras se cagaba en los muertos de los que afirmaban eso y los llamaba «hijos de puta». Manolito Reyes, «Pozí» o «El jorobado de Notre-Barbate» no era más que uno de los tantos personajes que se dan en el famoso triángulo formado por Jerez, Sevilla y Cádiz. De alguna u otra manera, en esa zona florecen otros perfiles similares que diariamente conviven con normalidad hasta que el asombro con el que se ven estas cosas desde otras partes de España los convierte en carne de morbo.
Surrealista pero solo
Arropados por una manera de vivir propia del sur, pasan desapercibidos y son respetados como la famosa «Gilda». Mariquita jerezana y parte habitual hasta hace unos años del paisaje del centro de la ciudad bodeguera, que lo mismo le lanzaba piropos a los soldados de artillería que le rezaba cuatro padrenuestros a San Judas Tadeo por encargo. Surrealismo y autenticidad que ya exploró José María Pemán en «El Séneca». Una filosofía de vida no entendida fuera de las fronteras en las que manda el viento de levante.
Como tantos, el dinero fácil y la adulación lo condenaron. «Pozí» comenzó a salir en la casa de los horrores que dirigía cada noche Xavier Sardá encarnando diversos personajes. Al público no le hacían gracia sus salidas de tono o sus piropos a Cárdenas. Se cachondeaban de él, de su físico, de sus expresiones surrealistas y de su fatalidad. Con algo de confort en la cartera, su afición al alcohol no hizo sino crecer mientras una especie de corte de asesores que se dedicaba a despilfarrar todo lo que ganaba con la mofa. La humillación hecha negocio llegó hasta el extremo de participar en la película «FBI: Frikis Buscan Incordiar», en la que básicamente el guión era hacerles pasar un mal rato a todos los raros que componían el elenco.
Al final, como suele ocurrir habitualmente con este tipo de personas, la muerte le llegó en la más absoluta soledad e indigencia tras ser robado, según él, por su representante «El Lince». Buen nombre para alguien que no tuvo escrúpulos para situar su cliente en las más absurdas y denigrantes situaciones con el único fin de ganar dinero. Murió «Pozí», aunque Manolito Reyes, como todos los «extraterrestres», lo hacen cuando ya no pueden volver a su hogar. Pasó sus últimos días en una residencia de mayores del cercano pueblo de Vejer de la Frontera alejado de los focos que una vez alumbraron su miseria.
Otros muñecos rotos
La década pasada alumbró a una serie de personajes mal llamados humoristas. En programas como los de Jesús Quintero (en la imagen) aparecieron perfiles habituales de Andalucía occidental que uno se podía encontrar en cualquier barra de bar. Algunos con más profundidad que otros, pero todos dotados de una autenticidad a veces incomprendida. Era el caso de Juan Joya y de Antonio Rivero. Dicho así, dos desconocidos a los que se les pone carcajada y mella al saber que son «El Risitas» y «El Cuñao». El segundo, conocido como «Peíto», tuvo una muerte, a los 44 años, similar a la de «Pozí». Con problemas con el alcohol y en soledad, de poco le sirvieron los consejos ante el evidente deterioro físico que sufría. Su eterno «cuñao» ha tenido mejor suerte aunque ya no tiene el resplandor de antes. Ahora sólo sirve de eco a los murmullos que en Sevilla se escuchan cuando pasa. «Ése era el risitas».
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