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Faro de toda Latinoamérica

La Razón
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Cada amante de la ópera guarda en su memoria una imagen del Teatro Colón de Buenos Aires como un edificio que podría constituir la esencia misma de aquello que la arquitectura de la ópera debía ser en el siglo XIX. Cuando finalmente se entra en él, la realidad sobrepasa cualquier imaginación. La riqueza y grandeza de esta ópera refleja perfectamente la insensata extravagancia de una clase dominante en esta ciudad de los «buenos aires», tal y como la describe Carlos Fuentes en «El espejo enterrado». Se han gastado fortunas para complacerse en el recuerdo nostálgico del mundo que se dejó atrás y en el cual la gran burguesía había creado a través de la ópera su propio Versalles.Aún hoy, durante mi visita al Teatro Colón meses antes de la inauguración, hormigueante de trabajadores, la dedicación a sacarle brillo a las lámparas, las pinturas de falso mármol o la restauración del antiguo telón parecían más importantes que el funcionamiento del escenario o la accesibilidad de los decorados al teatro.Y he aquí el problema: después de tantos años cerrado, ¿había que reinaugurar el teatro con un acto de «La Bohème» mezclado con escenas de ballet, y además gastar una fortuna para invitar a la Scala a presentar «Aida» en versión de concierto y el «Requiem» de Verdi, que es algo muy raro para una reapertura? Como si Argentina no dispusiera de textos literarios extraordinarios y de grandes compositores, así como de intérpretes excepcionales para abrir el teatro con el estreno de una nueva ópera, por ejemplo, como lo hizo el Met de Nueva York con «Anthony and Cleopatra» de Samuel Barber. Y si uno se pregunta si no hubiera sido más fascinante presentar una nueva ópera de Osvaldo Golijov sobre textos de Cortázar, la respuesta es que la invitación a la Scala ha sido financiada por una rica familia que no ama el arte contemporáneo. Es ahí donde se encuentra el núcleo de un problema que se debe solucionar de cara al futuro, puesto que Argentina dispone de un semillero excepcional de creadores e intérpretes para convertir el Colón en un teatro-faro de toda Latinoamérica. Actualmente, un joven equipo, con el director de orquesta, Alejo Pérez, y el de escena, Marcelo Lombardero, al frente, realiza un magnífico trabajo en el Teatro de la Plata, algo que confirma el éxito de público que ha obtenido «Lady Macbeth de Mtsensk». Los mecenas deben recordar veladas inolvidables en este teatro que no fueron sólo desfiles de estrellas, sino de creaciones importantes como la de «Mahagonny» con la colaboración deartistas argentinos de primera fila. Por su gran prestigio, el Teatro Colón puede convertirse en el teatro-faro de toda América Latina, siempre y cuando empiece a invertir en los talentos que existen en este país, a menudo reconocidos en Europa, en lugar de importarlos. Con esta inversión en su propio patrimonio y sus artistas, el Teatro Colón puede erigirse en la ópera emblemática del continente. El modelo que ha seguido el Teatro Amazonas de Manaos ha demostrado que los amantes de la ópera están dispuestos a correr nuevas aventuras. El Teatro Real se sentiría muy complacido de participar en esta nueva aventura y ya se han establecido contactos iniciales para encontrar proyectos comunes que puedan reforzar los lazos entre España y los teatros de ópera de América Latina y, a la cabeza por su gran tradición, el Teatro Colón.