Noruega

Está loco

Asesinó friamente a 77 personas en dos atentados en Noruega. Pero quizá no sea imputado por su «desorden mental». ¿Por qué? 

Fotografía del pasaporte de Anders Behring Breivik, realizada en 2009
Fotografía del pasaporte de Anders Behring Breivik, realizada en 2009larazon

Poniéndonos en la piel de cualquier familiar de los 77 asesinados en la masacre de Oslo, desearíamos la pena máxima para el asesino confeso. Pero esta semana hemos sabido que Anders Behring Breivik no puede ser imputado penalmente dado su «desorden mental». Así se desprende del diagnóstico psiquiátrico entregado esta semana a la Corte de Oslo, a fin de que emita una sentencia.

Este ultraderechista de 32 años padecía esquizofrenia paranoide y, en el momento de la masacre, se encontraba inmerso en un estado psicótico que le impedía ser responsable de sus actos.

La conducta del sujeto –aclara el doctor José Cabrera, psiquiatra forense y autor del libro «Crimen y Castigo: investigación forense y criminología»– hace pensar que tenía un delirio paranoide. Trastorno caracterizado por varios rasgos: autismo patológico, soledad, sentimientos de irrealidad, alucinaciones y delirio.

Matizando los dos vértices que componen el diagnóstico del asesino de Oslo, en el trastorno paranoide las ideas no son extravagantes y se circunscriben a la vida real... El enfermo piensa que es perseguido, engañado por su pareja o ninguneado por su jefe.

Mientras que la esquizofrenia cursa un delirio «más bizarro»: las reflexiones son extravagantes, delirantes, con tintes mesiánicos. «El enfermo siente tener una capacidad sobrehumana y cree estar en posesión de la verdad por encima de sus congéneres, por lo que es un sustituto de Dios a la hora de aplicar un castigo», afirma el doctor Jesús Valle (jefe de la unidad de internamiento del Hospital de la Princesa y profesor de la UAM).

Breivik no ha tenido ningún problema en reconocer su autoría desde un primer momento, porque cree haber actuado de modo correcto, tanto en la colocación del coche bomba de Oslo, como en el tiroteo a los jóvenes en la isla de Utøya.

«En su delirio –prosigue el Jesús Valle– quería salvar a Occidente de los musulmanes». También su fuga de la realidad «cargada de razones» le llevó a redactar un documento titulado «Una declaración europea de independencia», donde avanzaba que le etiquetarían como el monstruo nazi mas grande desde la Segunda Guerra Mundial.

La preparación de su mortífero proyecto arrancó en el 2009, cuando, metódica y planificadamente, sin dejar ningún cabo suelto, fundó una empresa minera y una pequeña granja para utilizarlas de tapadera para la compra de productos explosivos.

Después compró con licencia un fusil semiautomático y una pistola Glock, que cargó con balas expansivas –o «dum-dum», prohibidas en las guerras convencionales–.

«El delirante –argumenta José Cabrera– pasa años pergeñando su venganza, porque, patológicamente, cree que se está contra él y debe defenderse. Y otra característica es que, hasta que todo no está absolutamente preparado, no actuará».

La esquizofrenia paranoide suele brotar en la pubertad y el grave inconveniente es que no manifiesta ningún síntoma hasta que se produce el desastre. «Breivik nunca fue diagnosticado, ni medicado oportunamente, por ende, la enfermedad se fue instalando y cebando en él hasta detonar de la forma más abrupta», dice Valle.

La sentencia –que en el caso de Breivik aún no se ha producido– tanto en el país nórdico como en España, deberá llevar una coletilla en la que el juez le pida al equipo psiquiátrico que le informe con la cadencia de tiempo que él estime sobre la evolución del paciente y, de ser estabilizado –con tratamiento y terapia– podría recuperar su libertad.

«A un individuo con esquizofrenia paranoide no se le puede aplicar la responsabilidad criminal y tirar la llave al mar», dice el doctor Cabrera, que como forense ha visto a más de quinientos homicidas y, «convenientemente tratados, no han vuelto a delinquir». «Sé –añade– que como sociedad no queremos asumir riesgos, pero tampoco podemos mutilar la vida de un enfermo, por el mero hecho de serlo».

Una bomba:paranoia y delirio

«Sólo entre el uno y el tres por ciento de los enfermos mentales cometen delitos de sangre, según la OMS. La gran mayoría de los desequilibrios no inducen a dar el paso agresivo. Breivik tenía una personalidad con un sustrato violento sobre la que se superpuso el delirio.

Un binomio letal. Aún así, no le convierte en culpable, porque su enajenación le hacía vivir fuera de la realidad», sostiene el doctor Jesús Valle. Lo que más subleva a la opinión pública es que un enfermo mental no ingrese en la cárcel –salvo casos de psicopatía–.

Tanto en Noruega como en España, se les recluye en un psiquiátrico penitenciario y, de no haber plaza, irán a un hospital psiquiátrico público, en régimen cerrado.