Nueva York

Amigo y vecino por Miguel Ayanz

La Razón
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En estos tiempos de trepas, dar una vuelta por Nueva York con nuestro amigo y vecino Spider-Man es un acto de camaradería que reivindica al tipo de al lado, al joven campechano que nada espera para sí salvo tener a los suyos cerca e ir tirando. A punto estuvo de no ver la luz: las arañas daban miedo a la gente, le dijeron a Stan Lee en 1962. Pero, como ocurrió con Superman, la respuesta popular al lanzador de redes en «Amazing Fantasy» fue abrumadora y pronto no se entendió a la Marvel sin Spidey. Era la Edad de Plata de los superhéroes y el trepamuros rompió moldes. Para empezar, porque nació imberbe pero sin el apóstrofe obligado de «kid» o «boy»: era «man», quede claro, aunque sus problemas fueran los de cualquier chaval: la chica que no te hace caso –mucho llovería hasta aquella famosa boda con Mary Jane en 1987, con portada histórica de John Romita–, las dudas entre la rubia y la pelirroja –la pobre Gwen Stacey tenía los días contados, cuestión editorial–, el curro de freelance en un periódico, un jefe insoportable... Nunca estuvo claro si a Peter Parker le complican más la vida el Duende Verde, Kraven, el Dr. Octopus, Kingpin y Venom o los humos de J. J. Jameson y su obsesión persecutoria. En fin, que cae bien. La mitad del éxito estaba en marcha. La otra mitad se llama Jack Kirby, Steve Ditko, John Buscema, Gil Kane, Todd McFarlane y unos cuantos autores más capaces de hacer a Peter pasar por el diván del psiquiatra o, como Mark Millar, revelar su identidad en público en la saga «Civil War», un gesto que lo acercó más aún al vecino de al lado al que un día picó una araña de laboratorio.