Historia

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Claro que pasó

La Razón
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Me revienta escribir de la Guerra Civil y de aquellos tiempos sangrados y turbulentos. Resulta ridículo. Nací diez años después de su término. No viví ni los horrores del Frente Popular durante le República ni los de la posguerra franquista. En mi casa, la conversación con la Guerra Civil de protagonista nunca despertó interés. Nuestro padre, en 1939, era capitán del Ejército Nacional, y a mucha honra. No volvió a serlo porque su vocación no era la de las Armas. Pasó tres años en los frentes de guerra, y a su término, se desentendió de sus circunstancias, como tantos otros. Jamás se identificó con el Régimen y se puso incondicionalmente del lado de Don Juan. Ganó la guerra para terminar siendo un perdedor. No retengo en mi memoria narraciones de sus batallitas, porque se las guardó para sí. Y la guerra de mi madre sí tuvo algo más de protagonismo en las charlas familiares. Un protagonismo melancólico y ajeno al odio, por su sentido cristiano de la vida. Pero la figura de su padre acribillado en Paracuellos del Jarama estuvo con ella hasta el final de sus días. Un fusilado más, pero era su padre. Su venganza se limitó a pedirnos a sus hijos que, si en alguna ocasión, nos presentaban a Santiago Carrillo Solares, no le estrecháramos la mano. Una venganza incruenta y muy llevadera para los vengadores y el vengado.

En los pelotones de fusilamiento que asesinaron a más de cinco mil inocentes en Paracuellos del Jarama, había una nutrida representación de brigadistas internacionales. El tiro de gracia de mi abuelo lo recibió de un simpático oficial soviético. No dudo de la buena voluntad y ansias de aventura de muchos miembros de las Brigadas Internacionales, pero tampoco de la masiva presencia en sus filas de comisarios políticos y estalinistas sangrientos. Sobreviven en la emoción de muchos porque perdieron, y ya se sabe que en España, el oropel del derrotado procura glorias inexistentes y suculentos beneficios.

Me sentí herido cuando el actual ministro de Educación, Gabilondo, impulsó desde su Rectorado Universitario la dignidad de «Doctor Honoris Causa» a Santiago Carrillo. No entendí bien el mensaje ni sus merecimientos. Su hijo, José Carrillo, que ninguna responsabilidad tiene respecto a las andanzas de su padre, fue elegido democráticamente, meses atrás, para el cargo de Rector de la Universidad Complutense. Y su primera promoción institucional no ha sido otra que erigir en el Campus un monumento en honor de las Brigadas Internacionales, a cuyo acto de inauguración, asistió su padre como invitado destacado.

En una entrevista con Ignacio Amestoy, un sabio del Teatro, y refiriéndose a la Ley de la Memoria Histórica, José Carrillo habla con emoción del exilio y sus penalidades y de la figura de su hacedor en la tierra. «Una cosa es el perdón, y otra cosa es cambiar la Historia. Aquí pasó lo que pasó».

Le sobra razón al hijo de Santiago Carrillo, que habla y recuerda con osadía cuando siendo hijo de quién és, lo más inteligente hubiera sido abrazarse al silencio y la discreción. En efecto, aquí pasó lo que pasó. Y si quisiera, en verdad, enterarse de lo que pasó por aquí, lo tiene facíslimo.

Que le pregunte a papá.