Málaga

La vida de los «ecopijos»

La política de ahorro energético del Gobierno responsabiliza al ciudadano normal que vive en las ciudades de un excesivo consumo, pero hay un ecologismo de lujo que derrocha más

La Razón
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Si su televisión suele quedarse «stand by», como el ordenador y sus ruedas del coche son antiguas, pero parece que aguantan. Si, además, le molesta que hayan bajado la velocidad de las autovías a 110, no sabe que no todo el cristal es reciclable en el vidrio, ni dónde se tiran las bombillas rotas. Y si, a pesar de esta ignorancia ecológica, continúa con su vida con normalidad, como si la energía no se gastara en estos tiempos o como si el fin del mundo no estuviera cerca, ¿es que no le da vergüenza, es que no se siente culpable?

Según los datos que maneja el IDAE (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía), más del 30% de la energía que se consume en España depende de los hogares. En agua, las viviendas consumen casi el 80%. Un ciudadano corriente es el que más energía consume.

«Puede ser pero nosotros no tenemos que disculparnos por el daño que se produce en el medio ambiente –dice Gabriel Calzada, profesor de la Universidad Juan Carlos I–. El medio ambiente se protege de varios modos. Irse al campo o tener gran conciencia ecológica no es lo único. Imagínate que nos vamos todos al campo, al final el mal que provocaríamos sería mayor que el que queremos evitar».

Samuel ha sido de los que se ha marchado al campo a vivir en soledad con su pareja: «Si ahora pego un grito, nadie me oye», dice desde el teléfono, aún con cobertura. Ambos encontraron una casa derruida en lo alto de la montaña, una que por fin, pudieron pagar y se marcharon a unos 15 kilómetros de un pueblo de Málaga. Se pasa las horas de ocio, mientras hay luz de día, construyendo la casa, que es más barata hacerla con sus manos. Todas las mañanas tienen que bajar al pueblo a recoger el agua del pozo para beber ese día. Sabe que eso le va a llevar un tiempo, que tiene hacer cola, pero dice que así se relaciona con los vecinos y que si lo piensa bien, el esfuerzo le merece la pena.

A la salida de la autovía

Vivir en el campo, es decir, la vida ecológica exige sacrificio. Vivir en la ciudad, la vida del urbanita, exige, por otro lado, borrar la conciencia medioambiental, la sensación de que estamos arruinando el planeta. En la A-6, la autovía que va de Madrid hacia La Coruña y hacia la sierra madrileña, una autopista de cuatro carriles (de noche perfectamente iluminada durante los primeros 50 kilómetros), hay numerosas salidas hacia pequeños pueblos al pie de la sierra, donde desde la ventana se ve si ha nevado y si se puede esquiar ese fin de semana.

Es la otra opción. El lugar ideal para estar en contacto con la naturaleza, evitar la polución de la ciudad y llevar una vida ordenada y sostenible, que es justo lo que se pide en estos tiempos para no dañar el medio ambiente. Ayuda, además, a tener buena imagen: «Ser verde da nivel», explica el escritor Joaquín Araújo. Y lo mejor es ser verde y llevar una vida como la de todo el mundo, pero con la conciencia limpia: mucha gente se apunta y paga la cuotas de las ONG's ecologistas o piensa en hacerse una casa cerca de la montaña, con las ventajas de las construcciones ecológicas. Para eso hay que medir el terreno, saber la orientación del sol y elegir los materiales que menos dañan al entorno: desde el aislamiento hasta las placas fotovoltaicas o la calefacción de suelo radiante.

Dinero para ser ecologista

El desembolso es considerable, hasta un 15% más que una casa en la ciudad. En diez o quince años, dicen los constructores de casas ecológicas, el dinero invertido se ha amortizado y se puede ahorrar hasta un 80% de energía. El problema es tener ese dinero ahora, en tiempos de crisis: «Hablando claro, a la gente le da igual lo que pueda pasar con el oso polar en otra parte del mundo. Y puede que haya un cierto esnobismo en todo eso. Pero la realidad es que se adelgaza la factura», cuenta un constructor de casa ecológicas.

Son los «ecopijos»: «Creo recordar que la sensación de culpa sí puede motivar al consumo de productos ecológicos», asegura un experto en comunicación. Cerca de la sierra, los fines de semana, se coge el 4x4 en busca de la naturaleza, para respirar el aire del campo y explorar. «Y ése –continúa Araújo– es uno de los grandes peligros. El turismo que llega a los lugares inaccesibles y que no respetan algunas zonas. La curiosidad de los humanos puede convertirse en un peligro para la naturaleza». Además de que un coche de ese estilo emite cinco veces más C02 que un vehículo híbrido, por ejemplo.

Los ecologistas hablan de que alguien preocupado por el medio ambiente sigue la dieta de CO2, es decir: intenta emitir pocos aires contaminantes, pero es un objetivo imposible de realizar cuando se coge el coche para pasear por la sierra o para ir a trabajar al centro de la ciudad, que es donde habitualmente uno se gana el sueldo y que no está a menos de 20 o 30 kilómetros. Samuel, en su pueblo, utiliza el coche, pero para ir a la estación de tren más cercana. Él intenta evitar la paradoja habitual, por la que lo que se emite es más de lo que se ahorra: «Ser ecologista es reducir el consumo», dice Paco Castejón, de Ecologistas en Acción.

En realidad, asegura Gabriel Calzada, en la ciudad, ese lugar maldito para muchos, donde todo es consumo y gases contaminantes, es donde más se consigue ese ahorro de energía. «Se logra por la propia estructura: es más fácil conducir el agua a través de las tuberías, y no hay que hacer gasto en nuevas estructuras. Tampoco hace falta tener especial conciencia ecológica –continúa Calzada– con que el mercado libre rija al escasez y haga que, al haber menos, suban los precios de la gasolina o de la electricidad y el agua, la gente consumirá menos y cuidará, aunque le de lo mismo, el medio ambiente».

Pero para los «ecopijos», además, hay que ser conscientes del problema del cambio climático y hacer todo lo que esté en nuestra mano para evitarlo: reciclan y saben que el cartón manchado de productos orgánicos ya no se puede reciclar con el resto del cartón y papel.
Muchas empresas han explotado la moda de lo ecológico para vender sus productos. «A gran parte de la población le hace sentir bien aportar al bienestar del medio ambiente», dice un experto. Las «celebrities» son las primeras en consumir alimentos ecológicos, naturalmente más caros: «Si un producto de verdad es ecológico suele costar más porque un proceso de producción que pretende minimizar el impacto medioambiental es más caro que una producción que externaliza sus costes al medio ambiente», continúa.

Los «ecopijos» lo entienden perfectamente, porque si la producción es cara, el alimento es caro y hay que pagarlo. Es un esfuerzo que están dispuestos a hacer. Lo que ya no les entra en la cabeza es que la gente no recicle con el cuidado que deben: eso es cultura y civilización.

El «gampling»

Se vive en el campo, y para los viajes de verano se ha puesto de moda Costa Rica, un país donde las reservan naturales son abundantes y la aventura puede ir acompañada del confort. Porque la última moda es el «gampling», es decir, el «glamour» mezclado con el camping. Nuba, en España, especialista en viajes exclusivos, los ofrece: lugares exóticos en África o en la selva suramericana, en tiendas de campaña y casi abandonados en la naturaleza.

Con una diferencia. Las tiendas de campaña, por dentro, están equipadas como si fuese un hotel de cinco estrellas, con todas las comodidades del mundo: agua y luz sin problemas. Pero cuando duermes, «se puede oír a los animales».