Berlín

El lado humano de Wall Street

La carrera por el Oso arrancó ayer en Berlín con «Margin Call» –una cinta llena de estrellas– sobre los primeros coletazos de la crisis en 2008. En el polo opuesto, la dictadura argentina de Videla.

Bucanero Irons: El actor, con pañuelo al cuello, bombachos y botas remendadas, junto a un impoluto Spacey
Bucanero Irons: El actor, con pañuelo al cuello, bombachos y botas remendadas, junto a un impoluto Spaceylarazon

Programa doble en la Berlinale: crisis económica de 2008 y dictadura de Videla en Argentina, en la segunda mitad de la década de los setenta. Dos enfoques diametralmente opuestos, pues: en «Margin Call» una mirada directa, en presente; en «El premio», una mirada oblicua, desconchada, entre lacónica e indolente. Dirigidas por dos debutantes, JC Chandor y Paula Markovitch, son películas ambiciosas, acaso demasiado: ambas acaban perdiendo pie, víctimas de sus pretensiones.

En «Margin Call» asistimos a las treinta y seis horas en las que se gestó el declive de una forma (cruel, indigna) de entender el capitalismo. Un «dream team» de estrellas de postín –desde Kevin Spacey hasta Jeremy Irons, pasando por Demi Moore– interpreta a los ejecutivos de una firma de inversión que ha reventado los mercados pero que, para no hundirse, mantiene en secreto el desastre hasta que saca beneficios.

Tiburones de agua dulce

No todos son tiburones en el sector financiero: el personaje de Kevin Spacey llora porque su perro se muere y no duda en demostrar sus escrúpulos cuando tiene que estafar a medio mundo para que la compañía salga más o menos indemne de la crisis. La intención de Chandor es humanizar a los banqueros, empresarios y agentes de bolsa que nos metieron en este embrollo. «Todo el mundo cree que la crisis se ha producido por una avaricia excesiva de unos pocos. En la película quería demostrar que se ha producido por lo contrario: por dosis pequeñas de avaricia en toda la población», explicó el cineasta. «Estados Unidos es un país de avariciosos».

Los culpables somos todos, de acuerdo, pero la humanización de ciertos personajes –el presidente de la compañía interpretado por Irons– pasa por la caricatura, y la cadena de reuniones, llamadas telefónicas y dúos actorales que componen el esqueleto de la película es demasiado mecánica, y aporta bien poco a lo que ya sabemos de la crisis por los periódicos.

Irons definió muy bien cuál es el mensaje de «Margin Call»: «El sistema financiero no tiene moral. Necesitamos de una moral para cuidar los sueños de los que han confiado en este sistema, y hay que encontrar una manera de compartir recursos y beneficios. Las personas que toman decisiones globalmente deben tener una moral». La teoría es buena, pero la práctica fracasa: la película es como «Glengarry Glen Ross» pero sin la profundidad trágica ni la brillantez de sus diálogos.

El problema de «El premio» es que no sabe gestionar el tamaño de la historia que cuenta. La co-guionista de «Temporada de patos» y «Lake Tahoe» cree que necesita tiempo, demasiado, para crear la atmósfera desoladora en la que viven sus dos personajes –una madre y una hija que se esconden de la persecución militar de Videla en una chabola en la playa–, pero una cineasta menos insegura habría modulado mejor sus energías. Cuando llegamos al conflicto –la niña escribe una redacción en la escuela criticando al ejército y evidenciando su condición de fugitiva– éste se resuelve en pocos minutos.

Distancia suficiente

Nos queda luego la progresiva separación entre una madre que obliga a mentir a su hija y una hija que carece de apoyos para construir su identidad. Quizá por la dimensión autobiográfica de la historia, Paula Markovitch no ha sabido distanciarse lo suficiente para sacarle el máximo jugo dramático. Es cierto que la deriva de la niña por la playa invernal, la presencia a la vez bella y hostil del paisaje, ocupan un lugar muy importante en la definición de su retrato psicológico, pero Markovitch se apoya demasiado en la atmósfera cuando lo que quiere es contar una historia. Es interesante el modo en que la presión de la dictadura atrapa a los personajes, pero al final esta idea se diluye en el exceso de metraje, como si fuera una pequeña mancha de aceite en el océano.