Literatura
Cana al aire
A medida que uno cumple años se da cuenta de que las posibilidades de que le ocurra algo grandioso son mucho menores que las de que le sobrevenga algo malo. Hay personas que acuden al médico tan pronto notan en su salud cualquier señal preocupante de que algo no funciona como debería. Otras, en cambio, prefieren pensar que la visita al médico a la postre sólo va a servir para que donde buscaba una enfermedad, el especialista le encuentre cuatro, igual que ocurre cuando al cambiarle al aceite al coche con diez años de uso, el tipo del taller te advierte de que lo mejor, será que lo malvendas para el desguace. Yo soy de los que prefieren ignorar las enfermedades hasta que sus síntomas las hacen tan evidentes que lo mejor es apuntarse voluntariamente a la cola del forense. No es nada nuevo, ni se trata del sentido de la fatalidad que le entra a cualquiera a partir de que le ocurre algo inquietante. Hay una edad a partir de la cual los riesgos son inevitables y si estás mal del corazón incluso puede resultar trágica la alegría de despertar cada mañana.
Un amigo mío que sufría una enfermedad incurable me dijo de madrugada en la barra del «Corzo»: «Me han diagnosticado algo que no tiene remedio y convivo desde entones con la idea de que uno de estos días al volver tarde a casa me encontraré con que me abre la puerta mi viuda. Así son las cosas, amigo, y así hay que aceptarlas. En realidad desde hace ya algunos años siempre estuve preparado para una noticia así. Ya hace mucho que no soy un crío, amigo. Me di cuenta de que me había hecho irremediablemente mayor el día en que leí en el periódico la noticia de que se había muerto de viejo mi pediatra. Supe entonces que mi biografía estaba hecha y que lo que ocurriese a mayores solo serviría para encarecer mi esquela.
Cada día que despierto lo considero un regalo con el que no contaba. Con la vida que he llevado la verdad es que no contaba con estar vivo a estas alturas. A veces me siento por la mañana en la mesita del bar y rechazo la prensa del día porque considero que a mi solo me corresponde leer con relativo entusiasmo el periódico de ayer». No me importó darle la razón.
Ya no soy un chiquillo. Ahora sé que mi biografía está casi hecha y que, si bien se mira, y pensando interesadamente en la resurrección, tal vez la muerte sólo sea una cana al aire.
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