Blanqueo de capitales

Ay pena penita pena por LluÍs Fernández

La Razón
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¡Ay, qué penita! ¡Mira qué dolor! Que a Isabel Pantoja la juzgan por lo penal. Pero no por enamorarse de aquel Cachuli llamado Muñoz, tan feo en lo físico como repugnante en lo moral, sino por jugar al Monopoly real. Ella, la viuda de luto riguroso de España. La folclórica y el torero, ¡qué dúo más caduco en la España posmoderna de la recalificación! Isabel, mujer práctica y emprendedora, lo sentenció. Había que reconvertirse, y hacerlo en plena España del pelotazo era como pescar con dinamita. Acostumbrada a que el poder se le arrimase, conocedora de las triquiñuelas que alcaldes y constructores se traían sin disimulo, debió de pensar que ser cantante y promotora de sí misma requería tal esfuerzo que cuánto mejor no sería abandonarse a las lisonjas de los poderosos, que tan pródigos se mostraban con el dinero ajeno. Y así fue como el amor se encontró con la casualidad y fue acusada de blanquear al marinero de luces.No tuvo que ir muy lejos. En la misma Marbella de Gil y Gil, cuando Encarna hacía girar el mundo a su alrededor. La tentaron las mismas fuerzas vivas que antes la veían como fruto prohibido.

¡Cómo corría el dinero! Qué de cadenones y trólexs de oro macizo lucían los dadivosos alcaldes y avispados concejales, mostrándole cuál podía ser su lugar en la jerarquía del trinque que se le ofrecía sin disimulo: la reina del corazón contento. Y picó. Y ese fue su Waterloo. Pronto se verá ante los tribunales, junto a Muñoz y Zaldívar, el triángulo fatal, después de haber intentado lavar su imagen con el único detergente que mancha cuanto más lo restriegas: la tele. Y hay que reconocer que no ha empeorado su imagen en ese friquimundo en el que todo es tan cutre y siniestro que no hay foco que lo adecente.

LluÍs Fernández