Escritores
Desconsuelo
Si existiesen todavía los manuales de buena urbanidad, tendría que haber una materia de estudio obligada: «Cómo soportar una huelga sin perder la compostura». Porque nos están cercando por tierra, mar –afortunadamente todavía no, y no es cuestión de dar ideas– y aire. Ahora toca la huelga de Auto Res, esa empresa de autobuses a la que tanta querencia tenemos los madrileños por cuanto nos lleva a las playas de Madrid, léase Cullera, Gandia... No es por criticar a los conductores, que bastante tienen con ver cómo los demás se van de vacaciones mientras ellos recorren kilómetros y kilómetros sin llegar a ningún destino veraniego, pero convendría que los sindicatos tuviesen un pelín más de sensibilidad. De común, quien opta por el autobús para comenzar sus vacaciones es porque no tiene el dinero suficiente para aposentarse en cualquiera de los AVE o en la T4. Es más, forman parte de la casta de intocables de los que no tenemos coche, una excentricidad en estos tiempos que corren.
Lo peor de las huelgas que no se protagonizan es la cara de tonto que se te pone, cuando te quedas con el billete entre los dientes para finalmente deglutirlo puesto que es para lo único que sirve. Eso le sucedió ayer a unos cuatro mil madrileños, que se quedaron compuestos y sin su primer día de vacaciones, el hotel o el apartamento pagado y demás inconveniencias. Puede que recuperen el dinero, pero ¿y el tiempo? Y eso, como dice un anuncio de una tarjeta de crédito, no tiene precio.
A quien corresponda: empieza a ser un pelín cansino que los ciudadanos nos convirtamos en rehenes y, por cortesía de los sindicatos, seamos náufragos en tierra firme sin que nadie nos rescate.
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