Con el ataúd a cuestas

Es la ley de Murphy, todo puede salir siempre peor. Lo sabe, y tanto, el director de Recursos Humanos de la panadería más poderosa de Jerusalén. Recién separado de su esposa, las relaciones con la hija de ambos trastabillean mientras él continúa sintiéndose atrapado en un trabajo que aborrece. Y hay más: la muerte, en un atentado terrorista, de una empleada extranjera que nadie echa ni siquiera de menos. Obligado por las circunstancias, el protagonista emprende un largo y estrambótico viaje hasta Rumanía, país natal de la mujer, con el ataúd a cuestas, un periodista insufrible, el hijo de la fallecida y una consul bastante rara.

No admite demasiadas comparaciones la nueva película de Riklis con la potente «Los limoneros», sobre todo porque a la producción que nos ocupa le falla demasiado el ritmo y le cuesta mantener todo el metraje la atención del público. Está claro que el cineasta pretendió, en ocasiones incluso acudiendo al humor un poco negro, leerle la cartilla a una sociedad fría, medio anestesiada, sobre todo, frente al dolor del otro, el ajeno. El problema radica en que el espectador acaba asistiendo impávido a este peculiar viacrucis sin experimentar lástima, complicidad o empatía por ningún personaje, con excepción, quizá, de la propia muerta. Que finalmente, y menos mal, puede descansar por fin tranquila.