El Rey abdica

La pérdida de la inocencia

La noche de su discurso, el Rey recompuso la legitimidad histórica que su abuelo había dañado apoyando un golpe

Imagen del momento en el que el Rey ordena a los sublevados que acaten la democracia
Imagen del momento en el que el Rey ordena a los sublevados que acaten la democracialarazon

El intento de golpe de Estado del 23-F tuvo consecuencias políticas, algunas impensadas; otras no tanto. Los protagonistas de la democracia española habían seguido hasta entonces el camino trazado en la Transición. Después del 23-F tuvieron que responder a aquel ataque y aclarar algunos de las nuevas cuestiones que el propio régimen democrático planteaba. Hubo otras cuestiones que el golpe del 23-F dejó intactas y que tuvieron una inmensa repercusión poco después.

A la altura de 1981, a nadie le podía caber la menor duda de la adhesión a la democracia del rey Don Juan Carlos. Todos los pasos tomados desde noviembre de 1975 se habían encaminado en la misma dirección. Don Juan Carlos estaba decidido a ser un monarca constitucional y estaba claro que lo había conseguido. Con su actitud en la noche del 23-F revalidó el título y terminó con cualquier especulación que pudiera existir sobre su legitimidad. Gracias al trabajo realizado durante la Transición, seguía en pie la continuidad de la democracia con el régimen anterior. Ahora se había puesto de relieve la autoridad de la Corona y del Rey, que evitó cualquier vuelta atrás.

El gesto tenía aún mayor alcance, porque Don Juan Carlos, la noche del 23-F, recompuso también una legitimidad histórica que se había visto dañada cuando su abuelo Alfonso XIII avaló el golpe de Estado del general Primo de Rivera en septiembre de 1923. Aquel golpe no fue uno más de la larga lista de pronunciamientos liberales del siglo XIX. Significaba el final de la Monarquía constitucional con la que los antecesores de Don Juan Carlos se habían identificado desde la proclamación de la joven Isabel II. Desde aquel momento hasta 1923, la dinastía había sido constitucional. La noche del 23-F, Don Juan Carlos retomaba esa tradición, que ha sido la única en la que se ha fundado cualquier régimen liberal –incluida la democracia actual– en la España contemporánea. Más que una ruptura, lo sucedido la noche del 23-F debería ser comprendido como una nueva forma de recomponer la continuidad histórica española, en línea con lo ocurrido en la Transición.

Al reafirmarse como monarca constitucional, Don Juan Carlos consiguió al mismo tiempo consolidar la democracia española, todavía reciente. La nueva situación creada por el fracaso del intento de golpe de Estado abrió la posibilidad de una reforma en las Fuerzas Armadas y en la relación del Ejército con el Gobierno. No es que el Ejército tuviera, como tal, veleidades antidemocráticas, pero el 23-F hizo inaplazables reformas que la prudencia había aconsejado congelar.

Coser el mapa
El gobierno de Calvo Sotelo fue el primero sin ministros militares desde antes de la guerra. Gracias a su insistencia, se celebró un juicio público, lo que contribuyó a evitar la sensación de represalias contra el conjunto del Ejército. También recurrió la sentencia del Consejo Superior de Justicia Militar, que condenó a los responsables del golpe a penas leves e inexplicables. Los gobiernos del PSOE, más adelante, emprenderían nuevas reformas que consolidarían la supremacía del poder civil y acabarían con la existencia de zonas opacas a la autoridad gubernamental.

El 23-F llevó también al gobierno a retomar y ampliar la concertación social para intentar paliar la crisis económica. Aquellos acuerdos no tuvieron efectos positivos en la recuperación y el paro llegó a alcanzar –lo que entonces parecía terrible– el 17 %. En cambio, los acuerdos comprometieron a todos en una tarea común. En materia autonómica, el gobierno inició una nueva ronda de conversaciones con el PSOE, que llevaron a la promulgación de la Ley Orgánica de Armonización Autonómica. Más tarde la LOAPA fue derogada por el Tribunal Constitucional, pero tanto el gobierno de UCD como el del PSOE aprovecharon aquel tiempo para encauzar un proceso autonómico que parecía descontrolado.

Finalmente, y en parte para paliar el desprestigio que podía acarrear el 23-F, Leopoldo Calvo Sotelo consideró conveniente acelerar nuestra incorporación a la OTAN. Los socialistas se entretuvieron luego con algunas piruetas en este asunto, pero el impulso sobrevivió y España dejó atrás su nefasta posición de abstención en la escena internacional.


Suárez, centro y derecha
El 23-F no sirvió, en cambio, para llevar un poco de racionalidad a un centro derecha minado por la frivolidad y los egoísmos personales. Parece incluso haber acentuado su descomposición, que culminó con la salida de Suárez de la UCD. Como resultado, los socialistas alcanzaron un rotundo éxito electoral en 1982. La democracia española demostró ahí su madurez, al facilitar una alternancia que en otras democracias europeas había sido considerablemente más complicada. Por otra parte, el golpe y la descomposición de UCD permitieron a los socialistas presentarse ante el electorado como los garantes del orden constitucional y gobernar sin oposición durante por lo menos ocho años.