África

Trípoli

El farsante

La Razón
La RazónLa Razón

El heredero frustrado de Libia es un gran actor de teatro. Y ha protagonizado durante años una tragicomedia en sus dos vectores de actuación: el doméstico y el internacional. Los tintes cómicos de sus ademanes son consecuencia de su carácter excéntrico y pintoresco (de tal palo…); los trágicos se han manifestado con gran hipocresía: Saif al Islam promovía desde la presidencia de la Fundación Gadafi el respeto a los derechos humanos y la ayuda al desarrollo, mientras su padre se esforzaba en la violación de los primeros y el bloqueo de la segunda.

Es en esta faceta en la que se ha erigido en un formidable impostor en su relación con Occidente. Ha vendido humo a una comunidad internacional a la que en la práctica le ha resultado imposible tener ojos y oídos en Trípoli. Ha ejercido de facto como jefe de la diplomacia y portavoz del Gobierno, traficando a granel con incumplidas promesas y esperanzas quebradas que apuntaban en la dirección del cambio, la democratización, la modernización, el reformismo. Todo ha sido una completa estafa, y todo parte de un montaje propagandístico que ha tenido como único fin la supervivencia de la tiranía.

Su formación en centros austriacos o británicos fue una pieza más de lo que no ha pasado de ser una ininterrumpida operación de imagen, una trampa que Europa ha divisado y en la que deliberadamente se ha dejado caer. Por puro apego al realismo político. También Estados Unidos ha creído ver en el segundo vástago del sátrapa un puño de hierro en guante de seda, ideal para garantizar la estabilidad en el norte de África. Un sátrapa, por cierto, que aseguró en cierta ocasión en un arrebato de locura que Shakespeare era un distinguido dramaturgo de origen árabe, quizá sabedor de que junto al favorito de sus vástagos estaba interpretando de forma suicida una verdadera obra de acciones tensas y pasiones conflictivas.