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La Razón
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El artista Oliviero Toscani ha sacado un calendario con fotos de pubis más o menos angelicales y ha despertado la polémica en Italia, que ya son ganas del público para escandalizarse a estas alturas. Como si no estuviéramos ya hartos de ver bosquecillos inguinales como jardines en poda. A lo mejor quieren resucitar la memoria de aquel funesto Braghettone que cubrió con velos las partes nobles de las figuras de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Digamos que el universo púbico sigue excitando tantas pasiones encendidas como excesos pudibundos y temores ante esa alfombra oscura que precede al portal donde navegan los gozos.
Mi amigo Ruíz Quintano y algunos colegas han creado una asociación en defensa de los broños hirsutos, cuanto más frondosos y floridos mejor. No sé si en ella participa Juan Manuel de Prada, que se convirtió en apóstol de los milagros de la natalidad tras su primer libro: «Coños». Todo en respuesta a esa costumbre que ahora impera en los Estados Unidos de las ingles depiladas hasta el cofre genital que lo despoja de todos sus secretos y que se va importando por estos mentideros, donde ya proliferan «pelus» especializadas en estas labores.
Quizá haya más aficionados seguidores de aquel marqués al que al irrumpir en su casa en la Guerra Civil, requisaron una extensa y catalogada colección de pelos púbicos, personaje que luego reviviría el gran Luis Escobar en «La escopeta nacional». En cualquier caso, siempre será más erótica la aparición entrevista de un tentador monte de Venus que su visión a grosso modo en toda su variedad de formas. Ahí tenemos ligeras exhibiciones púbicas que alcanzaron niveles míticos, como la de Marta Chávarri en un descuido discotequero, o Sharon Stone con un cruce de piernas en «Instinto básico». Lo que cabe preguntarse es si todavía quedan señoras y señoritas que cultiven el morbo particular de salir a la calle sin ropa interior. Que puede ser poco higiénico, pero a la vez una sana costumbre.