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Caracas

María Teresa Pérez y Beatriz Jiménez ganadoras de «Pasaporte a la creatividad»

El recuerdo de una travesía decisiva a Latinoamérica y la experiencia de un verano en Madrid son las narraciones vencedoras de la quinta edición del concurso de relatos del suplemento VD Viajes que se exponen a continuación 

María Teresa García y Beatriz Jiménez, ganadoras de «Pasaporte a la creatividad»
María Teresa García y Beatriz Jiménez, ganadoras de «Pasaporte a la creatividad»larazon

«Mi viaje al nuevo mundo»
María Teresa Pérez - Madrid
 

Eran los años 50 y con 21 años embarqué hacia Venezuela desde mi Galicia natal. Con mi padre, procurador, diagnosticado de párkinson galopante y con mis dos hermanos mayores impasibles, yo era el único sostén familiar y decidí, sin más, hacer este viaje. Para poder realizarlo pedí dinero a mi tío, que disfrutaba en el pueblo de los bienes de mi madre fallecida cuando yo tenía meses. En Caracas estaban unos primos que nada más decírselo me reclamaron.
Partí del puerto de Vigo al atardecer, con mi bagaje de secretariado y la firmeza de ayudar a mi padre. Desde cubierta me despedí de él, llorosa, sin saber si volvería a verle más.
El barco era italiano, habilitado para emigrantes de pocos recursos. La travesía serían 16 días. Dormíamos prácticamente hacinados en estancias malolientes, separados por unos pasillos y en literas. En esa época era así: mi abuelo ya había viajado a Cuba en condiciones infrahumanas durante 30 días. No había nada que reclamar. En un par de horas estábamos en las Islas Cíes. Miré con dolor la costa desdibujada y me dije ¡adelante! Ya en mar abierto los días eran interminables con todo en calma. Mi consuelo era subir a cubierta y respirar profundamente la brisa marina.
Un día me desorienté. Como había tantas bajadas hacia los camarotes, pregunté a un oficial por la mía y le seguí. De pronto abrió una puerta y vi un largo pasillo. Al vuelo me di cuenta de su intención: allí estaba su estancia. Le amenacé con denunciarlo. Se esfumó. Y este episodio aupó mi valor.
Pasaba el tiempo y tenía que comer lo que fuese para no enfermar. Una noche el barco crujía y daba bandazos. Nos juntamos todos. Sólo se oían sollozos y caídas. Estábamos aterrorizados. Pasó pronto. Luego nos dijeron que había sido la cola de un huracán. Tenían una hoja de ruta y por ella supimos cuando entrábamos en el Caribe, sembrado de islas bellísimas. El viaje tocaba a su fin. En un día atracamos en el muelle de La Guaira. Desde la cubierta descubrí a mis primos y en un enorme coche llegamos a Caracas en media hora. La euforia y la alegría me embargaron y todos me acosaban a preguntas. Mi suerte estaba echada. En 15 días ya trabajaba de secretaria en un laboratorio farmacéutico con un buen sueldo. Allí estuve 10 años, con la suerte de poder mandarle medicinas a mi padre, además de la mitad de mi sueldo, lo que suponía un gran dinero en Orense. Estaba feliz de aquella decisión.
La salud de mi padre se agravó y pedí un permiso para verlo. Esta vez hice el viaje en avión. Parecía mejorado, pero fue solamente cuando me vio. Volví a mi puesto en Caracas y en unos días me notificaron su muerte.
Más adelante emprendí un negocio propio, ya casada y con un hijo. Ahora vivo en España, sin olvidar a ese querido país latinoamericano que tanto me dio.
 

 

«Conocer otro Madrid»
Beatriz Jiménez - Alcorcón
 

Descubrir nuevos parajes, abrir horizontes, conocer, renacer, descansar. Siempre me gustó viajar, pero aquel verano no podría ser. Mi único viaje sería el que, como el resto del año, me llevaba de casa al trabajo en metro, y viceversa. Pero no me resignaba a perder esas sensaciones que suscita viajar, así que decidí observar la ciudad con ojos nuevos, mirarla desde fuera, y descubrí otro Madrid.
La jornada intensiva estival me obligó a levantarme mucho antes. Lo que en un principio pensé que sería un suplicio, se convirtió en algo agradable. Una luz rosada iluminaba el horizonte en el que se perfilaban los edificios más emblemáticos. La ciudad se despertaba en ese momento, al mismo tiempo que la gente se ponía en marcha rumbo al trabajo.
Quizá fuera mi afán por disfrutar, pese a no tener vacaciones, pero lo cierto es que el trabajo también se vivía de otra manera. Las jornadas en la oficina transcurrían con un ritmo distinto, con mucha más calma y un ánimo diferente en los compañeros, conscientes de que al salir del trabajo quedaba aún mucho tiempo que aprovechar. A las tres, coincidiendo con la salida del trabajo, comenzaba de verdad el día en la ciudad. Las piscinas eran la mejor manera de sofocar el calor que a primera hora de la tarde se hacía dueño de la capital. Con la caída del sol, Madrid se llenaba de vida. El centro se mostraba más multicultural que nunca, con calles abarrotadas de turistas venidos de cualquier parte. El Templo de Debod y el Retiro se llenaban de lectores, o de jóvenes que charlaban con los amigos. Los ancianos se refugiaban a la sombra en cualquier banco, al tiempo que observaban a los pequeños jugando, incansables. Las tiendas también eran lugar de peregrinación por parte de muchas jóvenes en busca de alguna ganga, aprovechando las rebajas estivales.
El Mundial de fútbol me permitió disfrutar de un Madrid diferente. El fútbol era el gran protagonista y la ciudad vestía los colores de La Roja. En enormes vallas publicitarias, con banderas en los balcones de las casas… Pero no sólo de rojo y gualda se vistió la capital, todas las selecciones tenían su pequeña representación en los bares o en las camisetas que lucían los turistas apoyando a los suyos.
Las terrazas de la capital se convertían en el lugar más demandado de los bares. Litros de frías cervezas, tapas y raciones corrían de un lado para otro. Los más afortunados veían el anochecer desde la azotea de algún hotel, al tiempo que saboreaban mojitos u otros cócteles. El día se alargaba más que el resto del año, no importaba robar horas de sueño para seguir disfrutando de la ciudad por la noche.
No hace falta irse muy lejos para disfrutar del placer de viajar. Basta dejarse cautivar por el encanto de cada lugar y aprender a observar con otra mirada para descubrir una nueva ciudad.