Ciencias naturales
El Hierro: Pura vida en miniatura
Dicen que el buen perfume se guarda en frasco pequeño. Y algo así sucede en El Hierro, la más chica de las Islas Canarias que, sin embargo, esconde tupidos bosques, impresionantes acantilados, árboles milenarios, especies únicas...
Calma absoluta. Silencio abrumador. Relax, sosiego... Si lo que busca son unas vacaciones sin prisas, lejos del agobiante estrés de la gran ciudad, su lugar está en El Hierro. Pero sin renunciar a descubrir mundo, a sentir en sus propias carnes el placer de quedarse boquiabierto ante un paisaje nunca visto.
La más pequeña de las Islas Canarias no defrauda y, a pesar de su limitada extensión, da para mucho: volcanes y campos de lava; fértiles valles; impresionantes acantilados de hasta mil metros de altura; tupidos bosques de especies vegetales que aún perviven en la isla desde épocas prehistóricas; árboles milenarios retorcidos por el viento; reptiles que se creían extinguidos...
Poco más de 10.000 habitantes y apenas tres grandes municipios. Las cifras de El Hierro ponen sobre la mesa la identidad de un lugar en el que las aglomeraciones y el turismo masivo no forman parte del vocabulario. Declarada Reserva de la Biosfera desde el año 2000, la isla es destino obligado para los amantes de la naturaleza. Por mar, por aire y por tierra El Hierro sobrecoge. Bañada por aguas transparentes, la isla es un preciado paraíso para los apasionados del buceo, pues se dice que posee uno de los mejores fondos marinos de todo el planeta. Si tiene la valentía de atreverse a levantar los pies del suelo y sobrevolar la isla en parapente, la estampa le dejará atónito, ya que la fusión del intenso verde del bosque con los marrones de la roca y los azules del océano crean un lienzo difícil de superar. De punta a puntaLos más clásicos que opten por descubrir el lugar por tierra se toparán con un destino manejable. Un coche y unas cómodas zapatillas son los únicos requisitos. La ruta puede iniciarse en Valverde, capital de la isla que bien merece una parada. Situada sobre una montaña, la torre de su iglesia –del siglo XVIII– atrapa todas las miradas. Pero para vistas, las del Mirador de la Peña, que regala una panorámica de todo el valle.
A lo lejos puede distinguirse la silueta de Tamaduste y será ésta, precisamente, nuestra siguiente parada. Coqueta y acogedora, esta pequeña villa marinera invita a un tranquilo paseo y, por supuesto, a un refrescante baño. Su playa de arena negra volcánica, aunque pequeña, nos traslada a un mundo lejano, como si el chapuzón se produjera en un remoto planeta. La misma sensación se deja sentir en Pozo de las Calcosas, un grupo de casas construidas a base de piedras volcánicas y con techos de palma al que sólo se llega a pie. Pero el recorrido merece la pena. Para celebrar tan acertado descubrimiento, láncese al Atlántico más auténtico. Las piscinas naturales de este rincón de la isla son de lo más singulares.
La fuerza y el poderío del agua se entienden a la perfección en Las Puntas, cuyos acantilados han sido moldeados por el devenir de las olas. Pero el pueblo aguarda otra sorpresa: tiene el honor de albergar el hotel más pequeño del mundo. Si el agua se convierte en escultora, también en sanadora. O al menos eso se cuenta del pozo de la salud, actualmente convertido en un moderno balneario perfecto para salir como nuevo de la isla.
Al sur, el paisaje lo domina la sabina, arbusto autóctono, centenario y retorcido por el viento hasta crear formas inimaginables, convertido en el icono natural de El Hierro. Desde el pueblo de Sabinosa, entre bancales vestidos de viñas, nos adentraremos en el sabinar más grande de toda la isla. Allí, la soledad del lugar, el sonido del viento entre las ramas y los juegos de luces y sombras le pondrán la piel de gallina. Será el momento de sentir en primera persona la esencia de la isla: infinito relax arropado por la naturaleza en estado puro.
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