Crítica de cine

Controlador Smiley

La Razón
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La Prensa no adicta al régimen sospechó casi de inmediato. El equipo de Smiley disfrazado de responsables estadistas haciéndose cargo de un peligro imprevisto y enfrentándolo decididamente decretando el estado de alarma era demasiado teatral. El protagonismo de Alfred l'Écoutant invita una vez más a evocar su frase célebre: España se merece un Gobierno que no le mienta. Cabían, por tanto, las sospechas de que el gato encerrado estribaba en una provocación calculada, un Smiley que sacrifica la primavera argentina para estar aquí, aunque no en primera fila, porque habría sido excesivamente descarado, y un Gobierno con todo listo para desfacer el entuerto, pasadas las horas suficientes. Dirá usted: si la estratagema de la banda ha quedado al descubierto, Smiley ha fracasado. En realidad no lo ha hecho por dos razones que se han ocupado de jalear sus terminales mediáticas. Por un lado, todo el foco se ha concentrado en los culpables directos del caos, su inaceptable conducta y sus privilegios, mientras que el intervencionismo político y legislativo, la madre de este desgraciado cordero, ha quedado desdibujado. La increíble torpeza de los controladores, que no saben con qué sujetos se juegan los cuartos, facilitó el ocultamiento de otras responsabilidades. «Quien le echa un pulso al Estado, pierde», sentenció Alfred, y la población, ignorando los aspectos más totalitarios de este mensaje, lo respaldó. Smiley controla.