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Ai Weiwei / Artista: «Alguien tiene que plantarles cara Si no lo hago soy cómplice»

Las polvorientas calles de Caochangdi, en la periferia norte de Pekín, se han convertido en un esperpento, una metáfora de la complejidad esquizoide con la que el régimen chino trabaja su propia imagen y lidia con la libertad de expresión.

A pecho descubierto El creador abría su chaqueta y mostraba una camiseta con su cara, justo antes de pagar la fianza exigida por el Gobierno chino
A pecho descubierto El creador abría su chaqueta y mostraba una camiseta con su cara, justo antes de pagar la fianza exigida por el Gobierno chinolarazon

Frente a una pared de ladrillo, grupos de periodistas, todos ellos extranjeros, montan guardia a diario, esperando cazar una declaración, un gesto ante el objetivo, o una nueva provocación de Ai Wei Wei, el artista chino más reconocido en el extranjero. A los reporteros, a su vez, los observan agentes de los servicios de seguridad. Y la escena completa la graban, desde diferentes ángulos, las cámaras instaladas por la Policía.

Al otro lado de ese muro de ladrillos se encuentra la casa-estudio del artista, quien mantiene un pulso insólito con el poderoso Partido Comunista. Por mucho que se hayan complicado las formas, el fondo de la pelea es sencillo. Básicamente, el Gobierno chino exige que Ai Wei Wei cierre la boca de una vez, o que al menos rebaje el tono de sus acusaciones contra el Partido. Y, en respuesta, él no para de hablar.

Un móvil que no deja de sonar
Es más: su vehemencia aumenta cuando lo hacen las amenazas. En las últimas semanas, Ai Wei Wei responde a su teléfono móvil sin parar y ha intensificado su actividad en las redes sociales, incluso escrito artículos para publicaciones internacionales como la revista «Newsweek». «Hablar y responder a preguntas me relaja», asegura a LA RAZÓN. «La Policía me visita regularmente y me llaman cada día. Sobre todo insisten en que no hable con la Prensa extranjera, pero lo sigo haciendo. Creo que están muy frustrados con mi caso. Mi popularidad y la manera en la que sigo hablando los deja perplejos. Ellos intentan sacarme de circulación y pretenden que se extienda la idea de que soy un mentiroso y un farsante. Pero es ridículo, porque resulta obvio que lo que me están haciendo es un acto inmoral, que además demuestra cómo funciona la Justicia en este país».

El «acto inmoral» del que habla Ai Wei Wei es una campaña de acoso difícil de clasificar. El Gobierno chino, que tradicionalmente (y más aún en los últimos meses) no ha tenido demasiados escrúpulos en sacarse de en medio por la fuerza a abogados, artistas y activistas incómodos, hace con él una excepción, permitiéndole hablar, e incluso pasear por la capital, aunque no pueda ir más allá de los límites urbanos de Pekín. Después de retenerlo en paradero desconocido y someterlo a torturas psicológicas durante 81 días, la estrategia cambió a principios de verano. Ahora se trata de hacerlo caer en el olvido y desacreditarlo acusándolo de cosas como evasión de impuestos o actos pornográficos. Ai Wei Wei se defiende haciendo precisamente lo que le prohíben. «Mi única estrategia a largo plazo para luchar contra todo esto es la libertad de expresión», comenta.

Dentro y fuera de China
A pesar de las muchas irregularidades de la denuncia y de la falta total de transparencia, el Gobierno se agarra a la acusación por fraude fiscal, a la que pretende dar legitimidad siguiendo ciertos cauces burocráticos. El artista responde, utilizando una estrategia que le hace aún más popular a ojos de sus simpatizantes dentro de China y de la opinión pública en el extranjero. «La acusación entera no tiene base y ha sido fabricada por la Policía, pero quiero apelar y defenderme ante un tribunal», dice. La hacienda china le reclama la exorbitante cifra de 2,4 millones de dólares, en calidad de impuestos impagados y multas. Ai Wei Wei depositó la semana pasada un adelanto de 1,3 millones, exigido como «garantía» para poder recurrir a la sanción.

El dinero consiguió reunirlo en apenas una semana gracias a donaciones realizadas por miles de seguidores, tanto fuera como dentro de China. Una parte simbólica del dinero fue recogida directamente en el patio de su estudio, donde miles de personas anónimas lanzaron a escondidas por encima del muro, algunos de ellos haciendo avioncitos con los billetes. «Ahora me siento bien porque finalmente hemos depositado el dinero y ahora tenemos la oportunidad de apelar y defender a la compañía (el estudio «Fake», cuya titularidad recae en su mujer). Espero tener la oportunidad de demostrar nuestra inocencia», explicó por teléfono a LA RAZÓN justo después de entregar la suma. Aunque las amenazas se extienden también a su familia, Ai Wei Wei asegura que está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, una decisión que ha tenido tiempo para madurar. Cuando, a mediados de junio y tras dos meses y medio de cautiverio, atravesó el umbral de su estudio mucho más delgado y demacrado, optó por permanecer en silencio durante un tiempo. «Entiéndelo, ahora no puedo hablar», respondía a los periodistas que insistían en marcar su número. Pero poco a poco ha ido saliendo de su mutismo y revelando detalles de su tormento.

Castigo físico durísimo
«Me aislaron en una habitación vacía, vigilado por dos guardas. Después de 20 días sin estímulos, mi cerebro se quedó hueco. Me di cuenta de que necesitas información para seguir vivo. Cuando no hay información, estás muerto. Es una prueba muy, muy dura, peor que un castigo físico (…) Realmente quería que me golpeasen, porque al menos tendría contacto humano», confesó recientemente a «Newsweek», aclarando que había mantenido la cordura corriendo en círculos por la habitación y practicando ejercicios de memoria.

En el pasado, muchos acusaron a Ai Wei Wei de oportunismo, de saber manejar a los periodistas occidentales criticando al Gobierno chino para vender mejor sus obras y aumentar su fama en el extranjero. Hoy, conscientes de lo que se está jugando, pocos son capaces de mantener esta argumentación. Pocos dudan de que en el proceso psicológico que le lleva a alzar la voz sin importarle las consecuencias se distingue un punto de testarudez, un ego muy sólido y, sobre todo, la convicción visionaria de estar desempeñando un papel histórico. «¿Que por qué lo hago? Creo que es necesario hacerlo. Si no cambiamos la Justicia, no hay esperanza para salvar al país. Alguien tiene que plantar cara y hablar. Si no hablo me convierto en cómplice. Y ya está».
 

 

El detalle
UN CREADOR QUE YA NO CREA
A pesar de que su fama no para de acrecentarse, la actividad creativa de Ai Wei Wei ha sufrido un frenazo (en la imagen, una exposición de sus fotografías) . El artista apenas tiene tiempo y energías. Pasa gran parte de su jornada lidiando con los detalles de su detención, hablando con colaboradores, periodistas extranjeros y abogados, escribiendo e informándose en internet (en su cuenta de Twitter hay ya decenas de miles de mensajes). Su mujer, Lu Qing, explicó recientemente que Ai necesita más que nunca estar rodeado de gente. Y él mismo admitió que pasa al menos seis horas delante del ordenador. Paradójicamente, las presiones le han convertido en un activista a tiempo completo y el eco de sus denuncias resuena mucho más de lo que nunca lo hicieron sus exposiciones.