España

OPINIÓN: Muerto el Rey Viva el Rey

La Razón
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Para quienes creen que la Monarquía tiene su uso en sociedades en las cuales la institución es consustancial a su ser en el tiempo, el planteamiento de la abdicación o no del titular de la Corona para dar paso a su sucesor no tiene sentido. Cierto que una dinastía puede ser defenestrada y sustituida por otra. Pero lo que no hace el titular de la Corona, salvo en casos muy contados como el de un exhausto Carlos I de España y V de Alemania, el de un clínicamente deprimido Felipe V o, ya en nuestra época, el de un Don Juan de Borbón apartado por el franquismo y pensando siempre en España, es abdicar.
Defenestración y sustitución ocurrió en Reino Unido cuando el último de los Estuardos, Jaime II, se quitó de en medio. Los británicos importaron a la dinastía flamenca de Orange y cuando ésta no tuvo sucesión acudieron a los alemanes de Hanover. Ocurrió también en España cuando en 1870 las Cortes, ante la huida de Isabel II, imitaron la iniciativa del Parlamento británico dos siglos antes y eligieron Rey de los españoles al duque de Aosta con el título de Amadeo I. En Reino Unido las cosas funcionaron y así hasta ahora. En España Amadeo no entendía nada del guirigay de la Villa y Corte y se consideraba «enjaulado entre una panda de locos». España, tras sufrir el sarampión de la primera República y el «Viva Cartagena», recurrió de nuevo a los Borbones y se trajo como Rey a Alfonso XII, hijo de la exiliada Isabel. Su sucesor, Alfonso XIII, al salir de España y dar paso a un no menos disfuncional experimento republicano, afirmó en su manifiesto de despedida que no renunciaba a ninguno de sus derechos, porque «más que míos son depósito acumulado por la historia de cuya custodia ha de pedirme un día cuentas rigurosas». Estos mismos derechos fueron los que Don Juan legó a su heredero Don Juan Carlos. En tiempos de paz y concordia, sea el monarca soberano divino, ilustrado o constitucional, se ensaya «Muerto el Rey, Viva el Rey».