Ciclismo

París

Contador despeja la duda

«No voy a llegar a París con el recelo de qué habría pasado si hubiera probado». Cavendish volvió a mostrar su poderío en una etapa estéril 

Contador, durante la etapa de ayer, hasta llegar a Montpellier
Contador, durante la etapa de ayer, hasta llegar a Montpellierlarazon

Cuando Alberto Contador abandona la ciudad dormitorio de Madrid, que es Pinto, en su maleta hay de todo menos dudas. Chico de ideas claras. Sabe lo que quiere. Siempre. Por eso, hasta en plena jornada de transición, de pedalear a ritmo alto como si de entrenamiento de competición se tratara, en lo que derivó el desembarco del Tour a Montpellier antes de huir a las piernas en alto y el reposo merecido que será hoy el segundo día de descanso y recién pasados, tortuosos y soporíferos los Pirineos, Alberto no titubea, ni un solo temblar de voz al señalar sus premisas, que son pintadas de lucha en un rostro enjuto, carcomido por el sol y los días lejos de casa. «No voy a llegar a París con la duda de si hubiera probado». Es la guerra.
Batalla la del Tour que es baile de máscaras; en un juego de póker sobre la bicicleta se ha convertido la ronda gala, donde las pedaladas son cartas escondidas y los ataques aún varían entre el órdago o la escalera de color. Tonalidades propias son las que defiende Bjarne Riis al hablar de su pupilo Contador. El danés tampoco recela de que su chico «estará en bue-nas condiciones en los Alpes. Espero que pueda atacar». Lo masculla frío y sereno, como es Riis en su totalidad. Ni una sola sensación, mala o buena. Ésas ya las da Alberto, dice, pues le vio mejor en Plateau de Beille que en Luz Ardiden, «y cada día irá a mejor».
Donde se pierde Riis es al trazar un esbozo de este desconcertante Tour de Francia. «Es difícil saber quién está más fuerte, pero en este momento el máximo favorito es Cadel Evans», apunta. Desde el volante en el ascenso a Plateau de Beille, el mismo coche desde el que hace un año era él quien aleccionaba a los hermanos Schleck en el camino de la desentronización fallida de Alberto Contador, escribe en su hoja de ruta Riis que no vio «un gran Andy Schleck», pero deja un renglón en blanco, pues «aún está todo abierto».
El campo de batalla está definido, los Alpes. Sestriere, Galibier, Alpe d'Huez. Donde sea porque, «tal y como está la general, ninguna etapa se puede desperdiciar», dice el chaval de Pinto, a cada paso más alejado del dolor de rodilla; un recuerdo fundido ya parece. Lejano se quedó en la llegada a Montpellier donde Cavendish volvió a hacer gala de su tremendo poderío e insultante superioridad. Si él desata el esprint, no hay nada que hacer, todo está perdido, una vez más. Es el fin, como el de Vinokourov, que, postrado en el sofá, ve por televisión el que iba a ser su último Tour. Su fémur roto no le ha dejado llegar a París. Y no le permitirá volver jamás a ser ciclista profesional.