Música
La ópera gana peso
Los artistas líricos siempre han tenido problemas con la báscula. Ahora le toca el turno a la soprano Anna Netrebko
Sencillamente espectacular. Para rendirse a sus pies. Anna Netrebko reconquistó con estos calificativos y otros similares Salzburgo, una plaza que sabe suya. Era Julieta apenas hace unas horas, y dentro de otras tantas lo volverá a ser, desesperada y enamorada de Romeo. Hace dos años tenía que haber cantado este papel; sin embargo, la soprano decidió cancelar y esperar tranquilamente la llegada de su primer hijo, Tiago, que vino al mundo en septiembre y que en breve cumplirá dos años. Y es que no era cuestión de andar llorando por el escenario a punto casi de dar a luz. La ciudad de la música entronizó definitivamente a Netrebko hace un lustro (en 2002 ya la aplaudió como Doña Anna en un «Don Giovanni» bajo la batuta de Harnoncourt) y la nombró su «descarriada» oficial (léase sin acritud alguna porque es la traducción de «traviata») de la mano de un Villazón que vivía sus mejores horas. Ha pasado el tiempo y ya nada es lo que era. La maternidad le ha pasado factura a la soprano, que luce una figura más redondeada, alejada de sus poses de modelo de un par de años atrás, cuando clavaba la mirada en el objetivo.
Sabedora y consciente de que la evidencia es incontestable, Anna ha recurrido a su pareja, el uruguayo y metrosexual barítono bajo Erwin Schrott (a quien hemos visto ahora en la misma plaza salzburguesa pincharse en pleno cuello durante la representación de «Don Giovanni», en la piel de un Leporello atado a los vicios más bajos) como «personnal trainer». Netrebko lo confiesa sin ningún rubor: no se puede negar a una copa de champán, ni a un vaso de buen vino, y el chocolate la pierde, aunque es consciente de que una vez pasado el momento del placer en el paladar, todo va a al mismo sitio. Siente debilidad por la sopa de remolacha y si tiene que seguir una receta, nada mejor que la de su abuela, y así todo queda en familia. Al menos un par de veces al año la cocina ,y su borscht (que así se llama en el Este), dice la propia soprano, es para tomarlo de rodillas.
Sobran curvas
Es consciente de que quizá le asoman más curvas de las necesarias (su estampa de modelo de hace cuatro años se intuye más que se ve), pero ella se lo toma con deportividad y se excusa con esa frase de «mañana empiezo la dieta», a pesar del implacable marcaje de Schrott, al que no le sobra ni un gramo de grasa. No es el suyo el único caso de cantante que ha ganado peso, aunque por tratarse de una artista mediática, quizá a la número uno se la sigue más de cerca. Dicen los expertos que precisamente por los extremos cuidados a los que han de someter su vida (el aire acondicionado, por ejemplo, es el enemigo público número uno, lo mismo que el humo), no se privan de la buena vida, sobre todo,y en la mesa. Quien sube a un escenario con los kilos justos acaba con bastantes más pasados los años. La lista sería interminable, aunque en el caso de Anna Netrebko, Salzburgo le perdonará el pecadillo de la báscula porque la considera una parte de su patrimonio y ella se siente como en casa: es frecuente toparse con la cantante y su familia por la calle paseando a su hijo, o dando un paseo en el coche. Cuando trabajan en Salzburgo, Anna y Schrott se alojan en un apartamento que está en el centro de la ciudad, lejos de ese otro impresionante que se levanta en el Upper West Side neoyorquino y en cuyo salón, al lado de la chimenea, Netrebko ha colocado un sillón en tonos fresa a modo de trono para sentirse una reina (en un asiento cercano, un cojín de Escada recuerda para quién ha trabajado la antes escultural soprano), aunque quizá sea por poco tiempo, ya que parece ser que ha puesto en venta el piso de amplias cristaleras.
Merkel, a sus pies
Los «paparazzi», como si de una estrella (y lo es) del corazón se tratara, la siguen día y noche por Salzburgo y registran cada uno de sus movimientos mientras camina pegada a Schrott sin soltarse de la mano por las calles más céntricas. Él con vaqueros y las gafas de sol coronando la cabeza. Ella, con su pelo negrísimo peinado con dos trencitas, no suelta el móvil. Hasta hay testimonio gráfico de ambos en una terraza, Netrebko con traje rojo fuego, dedicándose tiernas miradas y, una vez pillados «in fraganti», saludando divertidos a la cámara. Angela Merkel, incondicional y rendida, la felicitó en ruso tras el estreno de «Romeo y Julieta». Es, a qué negarlo, la reina de Salzburgo, apasionada de la moda; viste de Gucci, Versace, Valentino y Chanel; no le gustan el golf, ni viajar en avión; detesta hablar de trabajo y los ordenadores los prefiere a distancia. ¿Libro de cabecera? «Lo que el viento se llevó», de Margaret Mitchell.
La dictadura de la báscula
El ejercicio del canto, basado en el manejo del aire y de la musculatura (abdominales y diafragma, por ejemplo), hace que el individuo ensanche. Según los expertos, no es frecuente que el cantante de ópera esté delgado, aunque hoy se busca una presencia física impecable. Casos hay para la historia de cantantes con sobrepeso, como los de Montserrat Caballé, Jeannette Eagle, Anita Cerquetti, Indra Thomas y Luisa Tratazzini en el apartado femenino. Deborah Voight perdió 61 kilos tras ser rechazada para una «Aridana en Naxos» en la Royal Opera House. Por el lado masculino estarían Pavarotti, Gigli y Mario Lanza, tenor tendente a la gordura que adelgazaba a velocidad de vértigo. En «Dos pasiones y un amor», dirigida por Anthony Mann, se le podía ver en secuencias más grueso o más delgado, dependiendo de si estaba a regimen o no.
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