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De humanos y plantas

La Razón
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Cuando llega la noche, Irene Villa se quita las piernas y se abraza a Juan Pablo, su marido. Ella dice que, «para ciertas cosas, las piernas no son sino un estorbo». Y pone una sonrisa sencillamente maravillosa. El ser humano es el único viviente capaz de convertir una desgracia en una grandeza. El lunes se cumplen veinte años de la mañana en que los sueños de una niña de doce años que quería ser pívot en su equipo de baloncesto estallaron. Hay cosas alucinantes bajo el sol. Stephen Hawkings escribe libros, piensa y ama, a pesar de que su único resquicio de autonomía es un ordenador manipulado con la boca. A veces queremos pensar o legislar la vida o la muerte como si el hombre no fuese hombre. Como si fuese un perro o una planta. La madre de Steven Jobs –la estudiante que lo dio en adopción– no llevaba «un feto» en el vientre, llevaba a Steven Jobs. Como yo llevaba a mi hijo Felipe, y usted sabe Dios a quién. Es imposible saber para qué sirve la vida de un niño con síndrome de Down, cuántas alegrías proporcionará, cuánta esperanza. No se puede abandonar la batalla por una niña sin piernas, como Irene. La muerte, el mal, la discapacidad, el suicidio y el aborto existen, pero es nuestro deber combatirlos mientras nos quede un aliento. El día en que pensemos que los fetos son conjuntos de células; los discapacitados, seres tarados; los enfermos, pobres restos, ese día la vida ya no merecerá la pena. Pero no para ellos –los afectados– , sino para nosotros.