Londres
OPINIÓN: Las muertes de Wikileaks
Hace apenas unos días, en una intervención en Carolina del Norte, el antiguo presidente Clinton señalaba que el episodio de las Wikileaks iba a tener como consecuencia directa el final de la carrera de algunos funcionarios y –lo que era más grave– el de la vida de algunas personas que estaban relacionadas con la política exterior de Estados Unidos.
No exageraba. A decir verdad, se quedaba corto. Me consta porque salta a la vista que, en su mayoría, Wikileaks no ha pasado de ser un amasijo de datos que ya conocíamos, de cotilleos diplomáticos previos a su procesamiento por el Departamento de Estado y de tópicos más o menos acertados. En ese sentido, poco o nada aportan al trabajo periodístico e incluso dicen poco bueno de los medios que se han empeñado en publicar las filtraciones.
Al lado de tan bajos aspectos, se encuentran otros aún más inquietantes. Por ejemplo, Wikileaks puede proporcionar, de manera indirecta, los datos suficientes a los talibán que operan en Afganistán, a Al Qaida en Irak o a los esbirros de Ahmadineyah para segar la vida de aquellos que se juegan la piel para intentar que llegue la democracia a Oriente Medio o, al menos, que el despotismo no avance más. No terminan ahí las nefastas consecuencias. A pocos de los que viven en el sur de Estados Unidos, especialmente si andan cerca de la frontera con México, se les escapa que los cárteles del narcotráfico ya han puesto a sus abogados y asesores a trabajar para encontrar a posibles confidentes, colaboradores y agentes de la Policía para darles muerte de la manera más rápida y expeditiva.
Se trata de la realidad más negra – y menos expresada – de Wikileaks, pero lo cierto es que, gracias a un sujeto al que Suecia reclama por delitos contra la libertad sexual y a los medios que le han dado cancha, la lucha contra el tráfico de drogas en México o contra los integristas islámicos en Irán puede retroceder empapada en sangre. Para estar orgullosos…
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