Ciclismo

Francia

Día negro para los españoles

Rojas se rompió la clavícula y abandona n Juanjo Cobo perdió más de diez minutos y Valverde se salió en una rotonda. Otra vez ganó Sagan

Día negro para los españoles
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A falta de un solo kilómetro del repecho de Boulogne sur Mer, la mecha explosiva que esperaba el final de la tercera etapa del Tour, es buen lugar para atisbar decadencias, fallos, defectos o descuidos. El Tour de Francia es un examen continuo. De 24 horas, incluso las de descanso, de más o de menos, se evidencian después encima de la bicicleta. Una rotonda, por ejemplo. No hace falta más. Allí llegó Alejandro Valverde, talento natural, piernas agraciadas, doradas. Y con chispa. Ya se quedó con las ganas el lunes porque Gesink –dijo después– le cerró.

Allí, a esa rotonda, llegó también el Valverde que lleva cuatro años sin respirar el ambiente del Tour por la sanción impuesta por la UCI, al final finiquitada. La tensión y los nervios, como los de Samuel cuando su cambio se quedó bloqueado y a gritos la emprendió con el coche de asistencia porque no entendían castellano. Las caídas y los dolores de piernas día sí y día también. No hay carrera como ésta aunque se lleve, como «el Bala», todo un año ya corriendo de nuevo. Y la mente humana, que es inteligente, pronto olvida esos momentos de extenuación, de tortura a la que se somete al cuerpo.

Hasta allí llegó Valverde, en tercera posición, perfecta hasta trazar una rotonda «que no sabía que estaba». «Al no funcionarme el pinganillo no me lo pudieron comunicar desde el coche», contó después. Adiós a toda tentativa. Para entonces, algunos como Luis Maté, contentos, esgrimían un «yo sobreviví a la tercera etapa del Tour». José Joaquín Rojas no pudo decir lo mismo. Ni siquiera consiguió llegar a la meta el murciano después de que un enganchón a falta de 30 kilómetros lo tirara al suelo. Nada más caer echó su mano a la clavícula, gesto instintivo de todo ciclista. A la izquierda. Quería palparla, sentirla. Pero no podía ni siquiera moverla. Estaba partida en tres, como el sueño de ganar una etapa en el Tour y de debutar en los Juegos Olímpicos.

Sueño que se iba a hacer realidad. De eso, Peter Sagan sabe mucho. Cada pedalada la convierte en una pisada de gigante, cada triunfo suyo es un pedacito de esos sueños y un regalo para la parroquia ciclista. Como el del Boulogne Sur Mer. Otra vez, claro que sin Alejandro Valverde y con Gilbert también caído, con Freire solo, como siempre, y buscando salir de otra montonera en plena línea de meta, no tuvo rivales el eslovaco. Gana como quiere «Tourminator».

Así le llaman sus compañeros del Liquigas. En una cena, entre las risas y la desconexión propia tras cada etapa, a Sagan le dijeron que era como Forrest Gump, e imitando al personaje cinematográfico atravesó la meta. Un mandado. Sigue las órdenes que le dictan. Porque le dicen que ande, y anda. Porque le dicen que corra, y corre. Así entró en meta, escenificando al mito del cine. «Porque me dicen que gane, y gano», se excusó después. A Sagan se rindió ayer Valverde, que reconoce que lleva un Tour gafado: «Hay que darle la enhorabuena porque está demostrando ser el mejor en las llegadas de este tipo», señaló.

 

Rojas: «Lo que más me duele es perderme los Juegos»
José Joaquín Rojas maldecía su suerte. «Esta carrera es la más bonita, pero también la más perra. Se me cruzó desde el primer día y termino con una triple fractura de clavícula», comentó. Una lesión dolorosa, pero no fue lo que más sentía. «Lo que más me duele en estos momentos no es la clavícula, sino todo lo que me voy a perder a partir de ahora», aseguró. No estará en los Juegos Olímpicos al lado de su compañero Valverde, al que tampoco le acompañó ayer la fortuna. «No hemos tenido suerte, ni yo, ni, sobre todo, Rojas. Ha tenido un Tour gafado y lo ha acabado de rematar. La caída ha sido a mi lado porque íbamos delante y he visto que se echaba la mano al hombro».