Berlín
Las crisis son muy novelescas
El hombre es un fenómeno de adaptación que se engaña con gusto en las peores situaciones de su vida y, algunas veces, pudo decir: -«¿Te acuerdas de lo bien que lo pasábamos en el refugio mientras bombardeaban Berlín?», o «¿te acuerdas de lo bien que lo pasábamos durante «Saco de Roma»?», o «¿te acuerdas de lo bien que lo pasábamos durante la «Gran Depresión»?». Así como huyendo de la peste o la misma persecución.Esto puede ser el paradójico contraste de tantas situaciones trágicas que afectan a una extensa comunidad. Dentro de la conformidad con la calamidad y el desastre, los seres humanos también tienen derecho a divertirse. Todos nos divertimos cuanto podemos antes de morir. Yo siento una gran curiosidad por saber cómo va a divertirse la gente mientras dure la crisis, y la de cosas terribles que a esta gente se le puede ocurrir para sacar dinero de donde sea, hasta de las piedras. En primer lugar, el desarrollo de una mentalidad de ladrones por necesidad. Ésta es la mayor motivación del robo. Algo inusitado se inventarán políticos y particulares: impuestos y multas imprevistos, débitos imaginarios, que tendrán que pagarse por sugestión.Por lo que también aparecerán negocios nuevos y nuevas instituciones docentes, en las que se enseñe, astutamente, cómo concebirlos y ponerlos en práctica, eludiendo el Código Civil: una escuela «patio de Monipodio», consentida y protegida por el Estado. Negocios absurdos, inesperados, el negocio de los «asistentes aparenciales», que enseñarán a las familias pobres a parecer más ricas de lo que son, sin poner un euro de más; el negocio de comer un día lo mismo que Obama para los ricos de la crisis, que también los hay. Cosas impensables para sonsacar el dinero con ingenio diabólico.Así son de novelescas las crisis. No tenemos más que recordar los tipos de novela que surgieron de la Gran Depresión americana, motivos espectaculares para el cine o la narrativa que se hicieron famosos: «La ruta del tabaco», «Las uvas de la ira»… Habrá negocios, oficios y ocupaciones imponderables, el negocio del que instala una «clínica de belleza» y asegura que se pueden tener los ojos azules por hipnotismo. El negocio del que pone un gimnasio para infundir el optimismo muscular. El negocio de vestir elegante con un trapo detrás y otro delante. Luego, resulta un problema denunciarlos y hacerles pagar. Una mayoría ha puesto a salvo el producto de sus desfalcos a la sociedad, y exhiben una cara de impecunes que hasta dan gana de compadecerlos. - «Yo no he hecho ‘‘na''», dicen sus ojos mentirosos, lo mismo que los cacos cogidos in fraganti.Pero es en el ámbito más privado de las familias donde la vida se vuelve novela, por la ineludible necesidad de subsistir. Y esto sí que es difícil descubrirlo, pero es tremendo, estremecedor… Se puede vender un hígado, un hijo, la mayor ilusión de una vida, vender el alma. Y surgirán infinidad de acusaciones doloridas: -Yo me he sacrificado por ti. -Y yo por ti. -Pero yo me tuve que meter a puta, y eso es muy de tener en cuenta. -Sí, sí. Pero, entre tanto, te hiciste dos operaciones de estética y te vestías de «alto diseño», como no te vestiste nunca, ni en tus mejores tiempos. Y ahora resulta que estás mejor y más joven que antes de la crisis. -Y tú luciste ese coche, de más alta gama todavía, comprado al más bajo precio, para encubrir al sinvergüenza de tu jefe. Todo estará lleno de culpa, y la culpa es muy novelesca y muy paradójica: «Durante la crisis, nos quisimos más» o «por culpa de la crisis nos tuvimos que separar». La crisis puede determinar una moda, una música, un nuevo baile, un nuevo ritmo vital y hasta un nuevo pecado, un vicio nuevo, porque las crisis estimulan la imaginación. Se sale de las crisis más avispados y tunantes, para afrontar los grandes y arriesgados negocios que, a largo plazo, terminarán por producir otra dichosa crisis, que nos haga peores aún.
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