Galicia

Las cuentas pendientes del 23-F

El teniente general Santiago Díaz de Mendívil era la «autoridad militar competente» que tenía que dirigirse a los diputados en el Congreso, pero cuando oyó en la radio los disparos de los hombres de Tejero decidió quedarse en su casa: lo acordado era no matar a nadie 

El teniente general Santiago Díaz de Mendívil, que se apartó del golpe cuando oyó los disparos en el Congreso, junto al capitán de navío Camilo Menéndez, que se sumó a los sublevados
El teniente general Santiago Díaz de Mendívil, que se apartó del golpe cuando oyó los disparos en el Congreso, junto al capitán de navío Camilo Menéndez, que se sumó a los sublevadoslarazon

Sobre las once de la noche del 22 de agosto de 1978, solo cuatro o cinco redactores hacían guardia en el periódico en una jornada estival sin noticias. Oí las campanillas de los teletipos y el teletipista corrió hacia mí con una copia rosa: el Frente Sandinista había tomado el Palacio Nacional de Managua con el congreso reunido en pleno. Dejamos de haraganear. Pedí comunicación con las agencias internacionales en Nicaragua, pero todas comunicaban. No teníamos corresponsal en la zona y grité que pidieran a información internacional el número de la centralita del Palacio. «¡Por si chifla!». La jefa de Nacional hizo las gestiones y abrió mucho los ojos: «Tienen la línea abierta».

-Soy una periodista española, ¿con quién hablo, por favor?

-Con el Comandante Cero.

Mandé parar la rotativa.
El golpe de mano del Comandante Cero, Edén Atanacio Pastora, y sus 25 hombres y mujeres, era de una sencillez brutal. Con uniformes y vehículos de la Guardia Nacional desconcertaron a los custodios, entraron al edificio neoclásico y secuestraron a todos los diputados, entre ellos un sobrino y un primo del dictador Anastasio Somoza Debayle. El sátrapa, hijo de aquella Margarita Debayle a la que Rubén Darío quiso contar un cuento, tuvo que liberar 50 sandinistas, pagar medio millón de dólares y publicar manifiestos de la guerrilla. Medió el arzobispo de Managua y los insurgentes escaparon en avión a Cuba sin disparar un tiro ni herir a nadie. Los sandinistas habían puesto Nicaragua en el mapa.

Sangre en el bigote
Aquel final de verano un hombre empezó a rumiar la emulación de un asalto tan limpio y fructífero y tan a mano: copar al Gobierno en La Moncloa o a los diputados en el Congreso. El teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero se convirtió en un hombre que circulaba por Madrid con un golpe de Estado bajo el brazo, el asalto managüense, para quien quisiera respaldarlo. La hoja de servicios de Tejero está goteada de sanciones y destituciones por indisciplina, ya que interpretaba las órdenes según su criterio político o sentimental. Con mando en San Sebastián y Vitoria, es presumible que sufriera el «síndrome del norte». Besaba los cuerpos de sus guardias asesinados, irguiéndose con el mostacho y la cara tintos en sangre.

Pero Tejero, como detonador, no se puede entender sin el contexto. Si entendemos por Transición el periodo que va de la destitución de Arias Navarro a la mayoría absoluta del PSOE, ETA apostó decididamente por «cuanto peor, mejor», por la desestabilización del joven y frágil sistema, por un golpe de Estado militar. La cúpula de las Fuerzas Armadas había hecho la Guerra Civil y hasta había combatido en Rusia con la División 250 del Ejército alemán, como Milans en Infantería y Armada como artillero (ambos Cruz de Hierro), y no eran, precisamente, el colmo del liberalismo. No entendieron la legalización del Partido Comunista (que restaba votos al PSOE), ni el Estado Autonómico, que consideraban foco de infección separatista. ETA afinó el tiro seleccionando militares de alta graduación. El Estado Mayor del Ejército elaboró una estadística de aproximación demostrando que ni en una guerra contra una potencia extranjera habríamos perdido tantos generales como los cobrados por los etarras. En los cuartos de banderas se respiraba electricidad. La descomposición de UCD o el precio del petróleo eran arabescos laterales para la sensibilidad militar.

Sólo tres meses después de los sucesos de Managua, Tejero ya había mejorado la táctica del Comandante Cero. En la madrileña cafetería Galaxia propuso a varios oficiales secuestrar al Consejo de Ministros en La Moncloa aprovechando un viaje del Rey a México, creando un doble vacío de poder. Los conmilitones de café le denunciaron a la cadena de mando, y sólo contó con el capitán de la Policía Armada, Ricardo Sáenz de Ynestrillas, legionario y paracaidista, que sería asesinado por Idoia López Riaño, «La Tigresa», matarife en serie, hoy con beneficios penitenciarios por ser buena chica. El hijo de Ynestrillas se desempeñó en la droga, la ultraderecha y fue tenido por asesino de un etarra.

Todos los esperaban

Tejero fue condenado a seis meses que no cumplió, con el disenso del Capitán General de Madrid, que estimaba que lo de la cafetería era algo más que una ociosa chiquillada verbal. Alguien tendría que saber cuál era el plan B de Tejero, cuál era el paso posterior al Gobierno rehén y el Rey en América, pero nadie en 30 años ha revelado absolutamente nada. Sin saberlo, Tejero, que no es precisamente un estratega, cumplía la filosofía del golpe de Estado, que siempre tiene un antecedente: Caldas de Rhaina precede al 25 de abril portugués, a Perón se le sublevan los aviadores antes de la Revolución Libertadora, el «tancazo» prologa la rebelión de Pinochet contra Allende, o, en España, la «Sanjurjada» se adelanta al 18 de julio, tal como la sublevación de Jaca sugiere el 14 de abril.

El clímax anticitado era la placenta de una crisis castrense. En los ministerios, en los despachos bancarios, en las redacciones, no se hablaba de una sublevación: se contaba con ella, y ése es el marco del distanciamiento entre el Rey y Adolfo Suárez y de la dimisión de este. El diario «El Alcázar», de la Hermandad de Excombatientes, publicaba pasquines como sables firmados por un «Colectivo Almendros» (en febrero-marzo florecen las almendreras con cuyo fruto se hace horchata en la IIIª Región Militar de Valencia), crípticos y jaques hacia la sociedad civil que se atribuían al teniente general Cabeza Calahorra, aunque tenían la buena pluma irónica de su director, Antonio Izquierdo, falangista y servomando del histórico José Antonio Girón de Velasco. Tan enrarecido ambiente se aliviaba con humor: «¿Sabes que Tejero se ha apuntado al paro?». «No». «Es que lleva meses sin dar golpe».

Cumplidos y frustrados los designios de los militares perdidos, nos convidó a cenar la recién nombrada ministra de Cultura, Soledad Becerril, a Guillermo Luca de Tena y a mí. «¿Por qué no cerráis "El Alcázar"»? Tenéis motivos jurídicos, morales y democráticos para hacerlo», le espetamos a dúo. «Porque los periodistas sois corporativistas y me haríais trizas si suspendo un diario». La débil democracia carecía de arrestos para defenderse de quienes querían retrotraer la nación al menos hasta el 20 de noviembre de 1975, deceso de Franco.
Había que reestudiar a Edén Pastora. Quedaba el Congreso.

De la madrileña calle General Cabrera no sabemos ni el número, ni la acera, ni el piso en el que la asonada alcanzó su masa crítica el 19, 20 o 21 de febrero de 1981. Están bajadas las persianas y corridos los visillos. Las luces de mesa prendidas proporcionan una cierta penumbra a 19 hombres en el salón, vestidos de civil: el teniente general Milans del Bosch, capitán general de Valencia, su ayudante el teniente coronel Pedro Más, el general de división Torres Rojas (paracaidista con 60 años), destinado en Galicia y ex jefe de la división acorazada Brunete-I, acantonada en Madrid, el teniente coronel Tejero y Juan García Carrés, ex jefe del sindicato vertical de Actividades Diversas, que presumía de tener cien mil serenos armados a sus órdenes. Los restantes no se ven. Uno se marcha a media reunión como con desagrado. Otro llega tarde porque ha errado la cita. El general Armada no asiste a la reunión. Milans reparte órdenes, anuncia que Tejero tomará el Congreso durante la segunda investidura de Calvo Sotelo y promete perseguir hasta la muerte a los que rompan el secreto.

Antes, el comandante José Luis Cortina, jefe de operaciones especiales de los Servicios Secretos (entonces CESID) cita a Tejero en una cafetería y lo lleva a casa de sus padres, donde vive. Cortina, de la promoción del Rey, está soltero y siempre ha trabajado en Inteligencia. Estaba empujando el golpe, pero se ignora si para fracasarlo en su precipitación o para apoyarle logísticamente. El espía niega la cita, pero Tejero reconstruye la casa con minuciosidad, e incluso escucha el carraspeo del padre postrado. Para engordar esta historia de misterios, el piso acabará ardiendo carbonizando a los ancianos padres del comandante. En otra vivienda (todo el escenario urbano transcurre en el barrio madrileño de Tetuán, poblado de magrebíes y suramericanos), Cortina presenta al general Armada y a Tejero. Un mes antes Armada y Milans han cenado en Valencia. El 22-F el comandante Pardo Zancada, jefe de la Policía Militar de la «Brunete», va y viene de Madrid a Valencia para despachar con Miláns. Los conjurados son multitud, pero con estas mimbres ya se han tejido el cesto.

La improvisación y un sui generis surrealismo militar fueron las normas. Tomaron Prado del Rey sin saber qué hacer y se fueron ignorando que el cartucho con el vídeo del mensaje del Rey lo tenía Fernando Castedo, director de RTVE, bajo el culo. Ocuparon dos veces «La voz de Madrid» sin salir al aire. Ordenaron a un destacamento para neutralizar mi periódico, y no encontrando la dirección en la guía de teléfonos, se volvieron al cuartel sin molestarse en comprar un ejemplar en un kiosco y leer bajo la mancheta. ¿Cómo habría discurrido el golpe con telefonía móvil e internet?

Milans, que aduciría que todo lo mandaba el Rey, no debía de estar tan seguro, porque envía de maniobras parte de su división blindada «Maestrazgo». Así, cuando desde Zarzuela se le impele a que acuartele, ordena regresar a parte de su mecanizada, que vuelve a entrar en Valencia aumentando la confusión. El general Torres Rojas está en la «Brunete» como un fantasma no invitado, alterando al atribulado general Juste, confundido y traicionado por su Estado Mayor. La «Brunete» en línea de marcha mide 200 kilómetros y el cuartelazo habría sido imparable si mete sólo la punta de la nariz en Madrid.

Juste llama al general Sabino Fernández Campo preguntando si Armada está con el Rey: «Ni está, ni se le espera». En la Acorazada se desmuniciona y se apagan los motores; haría falta una hora para volver a arrancarla. En la base aérea de Manises los cazabombarderos acoplan armamento anticarro por si se mueve la «Maestrazgo» en dirección Madrid. Antes de dirigirse a la nación, el Rey habla por la Red Territorial de Mando (blindada) con todos los Capitanes Generales, y a alguno tiene que decirle que no se va a exiliar y que tendrán que fusilarle. El golpe se ha parado, al margen de lo que suceda en el Congreso.


¿Y el «elefante blanco»?
Bogart nunca dijo en «Casablanca» aquello de «tócalo otra vez, Sam». El «Elefante Blanco» que tenía que presentarse en el Congreso también pudo ser un diálogo mal escuchado y es historia posterior al «tejerazo». Lo lógico es que fuera Armada con su Gobierno de salvación nacional con Felipe González de vicepresidente y una ensaladilla rusa de socialistas y comunistas como Ramón Tamames, Jordi Solé Turá, Javier Solana, Peces Barba, Enrique Múgica y una pizca de Fraga y Areilza.

Me aseguraron que era el teniente general Santiago y Díaz de Mendívil, el militar más antiguo y ex ministro de Franco. Un símbolo. En Montevideo acompañaba años después como cicerone al teniente general Gutiérrez Mellado, quien espontáneamente me confirmó la identidad del pro bocídeo que no terminó de barritar. El 23-F, Díaz de Mendívil estaba en su casa junto al capitán de navío Camilo Menéndez escuchando la radio. Cuando el presunto propietario de la tropa escuchó los disparos en el Congreso, se alteró, dijo que no se trataba de eso, que no había que matar a nadie y se encerró en su despacho. El marino se sumó a Tejero y ocupó el Congreso como componente naval y solitario representante de la Armada. Ya da igual.

Antes del juicio jibarizado contra sólo 33 encausados, cenábamos Sabino Fernández Campo, el general Manglano (jefe del CESID), Jesús de Polanco y yo, preocupados por el segundo golpe consistente en enfangar las figuras del Rey y la Reina, tan ajenos a los autos que las Infantas estaban en el colegio. Sabino instruyó: «No echéis muchas flores al Rey no sea que se lo crea». Todos los encausados se guarecieron bajo el paraguas de armiño. La mayoría de los protagonistas de la intentona han fallecido y no se sabe que hayan dejado memorias. Se conocen flecos; como que se dispuso un avión en Getafe, con dinero, para expatriar a Portugal a Tejero y sus oficiales que quisieran o que cupieran. Milans usó como argucia un documento del CESID C-3 (rumor no fiable) sobre un arsenal de armas en poder de las Comisiones Obreras de Valencia, que ni era rumor ni fiable. El prestigioso letrado Stampa Braun, quien había defendido a Tejero en la «operación Galaxia», se ofreció a atenderle gratis si le confiaba bajo secreto quién era su jefe, y le contestó que no lo sabía. En su juicio afirmó que lo que más deseaba en la vida era saber qué pasó el 23-F.

El principio es el fin
Aparentemente converso a la democracia, Tejero organizó en 1982 el partido Solidaridad Española, obteniendo 28.451 votos. Esa es nuestra extrema derecha y no la que propala el PSOE para asustar a los niños. Aún hoy todo son brumas del Atlántico Norte. Fue una decisión política acertada circunscribir las responsabilidades a 32 militares y un civil. Pero la trama era amplísima y una mayonesa de varios golpes a la vez. Probablemente aquellos sucesos nunca serán historiados con pruebas, documentos y testimonios. Seis años más tarde veía por la ventanilla del avión el zig-zag, como un rayo en la tierra de la Managua destruida por el terremoto de 1972, citado con la Presidenta Violeta Chamorro, viuda del corajudo periodista nicaragüense asesinado por Somoza. Falta de bóvedas, en el suelo de la Catedral crecía la hierba. Enfrente, el Congreso, agrietado, era Casa de Cultura. «Así que aquí empezó todo», me dije. El Comandante Cero era un pescador en ruin barca. Prometí no escribir más del 23-F. No soy hombre de palabra.
 

 

17 horas y 42 minutos en vilo
18:23 horas
El teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina, con 200 guardias civiles, asalta el Congreso de los Diputados, donde se estaba votando la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo.
18:25
Milans del Bosch toma todos los poderes civiles y militares de Valencia. En Madrid, Gutiérrez Mellado, vicepresidente primero del Congreso, es zarandeado por Tejero, que dispara al techo.
18:45
El presidente Suárez es sacado del hemiciclo y le recluyen en una pequeña sala. Los líderes parlamentarios son llevados a salas contiguas al salón de los Pasos Perdidos.
19:00
Tres escuadrones blindados, que han salido del acuartelamiento de Retamares, ocupan RTVE. Continúa la programación sin información y la radio emite música.
19:00
Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil, manda rendirse a Tejero. «Antes le pego un tiro y después me mato», contesta. Ostos impide que Aramburu saque su pistola.
21:30
La Junta de Jefes del Estado Mayor dice en un comunicado que se han tomado medidas para defender la Constitución. En Valencia Milans del Bosch ha sacado los tanques a la calle con más de 1.800 hombres.
00:10 (24 febrero)
Armada se entrevista con Tejero. El primero le propone un gobierno en el que él sería el presidente y en el que entrarían representantes de todas las fuerzas políticas. Tejero no acepta.
01:00
Ricardo Pardo Zancada, comandante de la División Acorazada, en Land Rover, llega al Congreso con 100 hombres «voluntarios» y se une a las fuerzas rebeldes de Tejero.
01:10
El Rey, vestido de capitán general, ordena por TV la rendición de los rebeldes y reafirma la democracia. Dos unidades móviles habían logrado salir de Prado del Rey hacia La Zarzuela.
03:00
Francisco Laína, presidente en funciones y director general de Seguridad, convoca una reunión en el Hotel Palace, cuartel general. Quiere que se asalte el Congreso.
05:30
El ex dirigente sindical y ultraderechista Juan García Carrés es detenido en su domicilio como implicado en la trama civil del golpe de estado que estaba llevando a cabo Tejero.
11:50
El negociador teniente coronel Fuentes llega a un acuerdo con Pardo Zancada y Tejero. Se rinden con condiciones: que sólo fueran encausados los oficiales. Armada firma el papel.
12:00
Un grupo de Guardias Civiles sale del Congreso por la ventana de la sala de Prensa. No se sabe muy bien por qué hacen eso. El golpe de los militares ya ha terminado y ha fracasado.