Historia

Londres

El cabo del miedo: Odriozola ayatollah del atletismo

El cabo del miedo: Odriozola, ayatollah del atletismo
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El del mochuelo

Ha decidido quedarse cuando lo fácil hubiera sido huir como una rata. Ha decidido quedarse e investigar quién ha sido, quién le ha hecho la trece-catorce.

Al igual que ocurre con el presidente de mi equipo, el inigualable Enrique Cerezo, José María Odriozola ejerce sobre mí una atracción hipnótica. En vez de estar en lo que estoy, ante su figura, foto, estampa y presencia, los ojos se me van irremediablemente hacia la parte superior de su cabeza y les envidio por disfrutar de ese vigor capilar y de esa mata tan generosa. En el caso de Enrique eso es natural-natural (que lo sé yo, que un día me invitó a tirar), pero en el caso del presidente de la Federación Española de Atletismo no es más que el reflejo físico de su vocación por la perseverancia y de su dedicación al noble arte de echar raíces y permanecer para los restos.
No es fácil esto que hace Odriozola, ojo, ni mucho menos, porque Vds, gente volátil y saltarina, contemplan la vida desde un cortoplacismo liviano y frivolón y, sin embargo, ahí esta ese hombre, veintidós años aguantando críticas sin desfallecer. Ahora que están los galgos sueltos y que nuestro atletismo sufre el síndrome del Cluedo, Don José María (¡viva el Sr. presidente! ¡Viva!) ha decidido quedarse, cuando lo fácil hubiera sido huir como una rata. Quedarse e investigar quién ha sido, quién, el que le ha hecho la trece-catorce. Quién ha podido, siempre a sus espaldas, urdir esta trama de dopaje y trampa. Quién ha sido capaz de desafiar la rectitud con la que siempre se ha regido la Federación, ejemplo de pulcra gestión y de buenrollismo en el trato. Hay malandrines sin alma, y siempre pagan los justos. Por eso es necesario que Odriozola permanezca a lo mejor otros once o doce años, hasta que todo quede investigadísimo y megaclaro. Ya no nos quedan tantos que no eludan un marrón. El país le necesita.


María José Navarro


Un caradura y mil cobardes

No es el principal culpable de la podredumbre generalizada del atletismo español. Él ha encontrado un medio de vida y lo defiende.

Decíamos ayer o hace algunas semanas que los líderes del equipo español de atletismo en Londres 2012 serán Paquillo Fernández y Marta Domínguez, cínicamente sancionados a la carta para que puedan competir en los Juegos. También tratarán de codearse con los mejores los nacionalizados Josephine Onya y Alemayehu Bezabeh, la primera blanqueada tras los dos años de suspensión decretados por el TAS después de la irregular absolución que le regaló la Federación Española y el segundo, porque quedará impune al no haber dado jamás positivo, a pesar de que no hay frigorífico entre Madrid y Addis Abeba que no guarde una bolsa con sangre suya. Así rendirá José María Odriozola su homenaje al espíritu olímpico y cumplirá su protector, Jaime Lissavetzky, con la cacareada tolerancia cero con el dopaje, cantinela que en su boca suena más bien a chiste malo. No existe persona relacionada con el atletismo que desconozca la actitud del presidente de la RFEA hacia las ayudas farmacológicas ilícitas. Pero, sumisos como los perros ante la mano que les da de comer, la mayoría calla para no importunar al repartidor de becas, a quien en su condición de seleccionador nacional decide quién puede y quién no acceder al dinero que permite llevar algo parecido a una vida de profesional. No es, pues, Odriozola el principal culpable de la podredumbre generalizada del atle- tismo español. Él ha encontrado un medio de vida y lo defiende. Son más responsables quienes conocen cómo funcionan las cosas desde hace veinte años y, por interés o miedo, nada han dicho. Como mucho, han llorado en el hombro del periodista. «Publícalo, pero no nos conocemos de nada». Cobardes.


Lucas Haurie