Crisis económica
Romney reaviva la campaña
La victoria del republicano en el debate devuelve la tensión a las presidenciales. Obama debe ahora convencer a los votantes de los motivos para su reelección
Frente a un Obama tenso y, en ocasiones, profundamente molesto, Romney apareció con un aspecto de abrumadora seguridad que rayó, en algún momento, la condescendencia. Quizá no podía ser de otra manera. El primer segmento del debate, moderado por Jim Lehrer, estuvo dedicado a la economía y, en concreto, a la creación de empleo. Obama comenzó su intervención señalando que era el aniversario de su matrimonio con Michelle y, acto seguido, entró en el arsenal propagandístico esgrimido por el Partido Demócrata durante las elecciones: la crisis de 2008 fue terrible; en este mandato se han creado casi cinco millones de empleos y queda mucho trabajo por hacer, pero esa labor no puede pasar por recortar los impuestos a las grandes empresas, sino por un «nuevo patriotismo económico» basado en la clase media.
Romney felicitó a Obama por su aniversario y, a continuación, refirió varios casos que se había encontrado en el curso de la campaña de gente que pasaba dificultades para encontrar trabajo. Fue entonces cuando aprovechó para señalar que Obama no había descrito correctamente el plan republicano, ya que pensaba crear empleos sobre la base de la independencia energética, mayores exportaciones, la educación, un presupuesto más equilibrado y la creación de más negocios.
Lehrer ofreció a Obama la oportunidad de desmentir la acusación de haber presentado mal el programa de Romney, pero el presidente la declinó e insistió en la inversión en educación y en las nuevas energías. Romney supo aprovechar las dos referencias para señalar cómo va a permitir nuevos negocios petrolíferos y carboníferos que Obama ha bloqueado y cómo la gestión estatal de la educación es pésima. Obama decidió entonces regresar al tema de la reducción de impuestos que ha otorgado a la clase media, pero, de nuevo, Romney aprovechó las palabras del demócrata para machacar que el presidente no estaba representando correctamente su programa impositivo, ya que los republicanos no iban a reducir los impuestos de los que más ganan sino los de las pequeñas y medianas empresas, lo que tendrá como consecuencia la creación de más empleos.
El primer segmento resultó tan desfavorable para Obama que intentó remontarlo refiriéndose a los recortes que Romney podría llevar a cabo en el Medicare. De nuevo, el republicano aprovechó la situación para recordar el déficit que ha multiplicado Obama con el resultado de que «ha matado empleos». Acto seguido, Romney puso a España como ejemplo de un gasto público tan disparatado que ha hundido la economía nacional. Obama intentó defender la deuda, pero no pudo conseguirlo frente al diluvio de datos referido al gasto en economía verde y tampoco logró evitar un gesto avinagrado cuando Romney le dijo que él llevaba décadas en el mundo de los negocios y que no había manera de entender lo que al respecto decía Obama.
Así entraron en el tercer segmento relacionado con la seguridad social. Obama señaló que el punto de vista de ambos era muy similar, pero, de nuevo, comenzó a hablar del Medicare y de su abuela que guardaba dinero para tener un servicio médico. Romney aprovechó la ocasión para señalar que ni Obama ni él iban a desmantelar la Seguridad Social, desmontando así una de las acusaciones esgrimidas por los demócratas. Romney incidió en que los ciudadanos deberían ser libres para elegir si quieren un seguro médico privado o el antiguo Medicare e insistió en que, en cualquier caso, haría lo posible porque el Medicare no se colapsara, algo que sucedería con la política de gasto de Obama. El siguiente tema fue el papel de la regulación.
El republicano señaló que la regulación era esencial, pero que, en algunos aspectos, en EE UU era excesiva y, en otros, estaba desfasada. Obama aprovechó para señalar que la falta de regulación había sido la causa de la crisis bancaria, una circunstancia que él había intentado reformar. Así se entró en un nuevo segmento que debía tratar el tema del gasto sanitario que Obama llevaba ya bastante tiempo intentando introducir. Romney señaló que no se podía mantener un peso como el «Obamacare» sobre los pequeños negocios porque afectaría a su futuro y con él, al empleo. Obama defendió su plan de salud señalando que nadie puede quedar fuera de la cobertura por razón de sus ingresos y aquí brilló con luz propia –aunque efímera– cuando recordó que Romney había puesto en funcionamiento un sistema de sanidad pública cuando fue gobernador de Massachusetts. Fue la excepción en medio de un debate que no le resultó favorable. Romney respondió que su plan había sido apoyado por los dos partidos a diferencia del «Obamacare», y que además no había implicado subir los impuestos.
El presidente, consciente de que pisaba el único terreno firme del debate, insistió en que Romney seguía sin concretar cuál es su programa sanitario. El republicano no se amilanó y dijo que seguía el camino de Reagan de crear crecimiento para poder gastar después y que, de hecho, lo realizado en Massachusetts había sido ejemplar. Así, con el tiempo bastante recortado Lehrer planteó cuál era la función del Gobierno. Obama señaló que la primera misión era la seguridad del ciudadano, pero que también debía ser el proporcionar oportunidades como supo ver Abraham Lincoln. Romney se apoyó en la Constitución para decir que la misión del Gobierno es defender la vida y la libertad, derechos a los que se suman los de la libertad religiosa y de expresión, pero no decir a los ciudadanos lo que deben hacer.
En su conclusión, Obama pidió un nuevo mandato para acabar la tarea comenzada luchando cada día «por el pueblo americano, por la clase media». Por su parte, Romney enfatizó que la reelección implicaría más desempleados, más subida de precios y más deuda unida a una reducción del poder económico y militar. Romney ganó sobradamente este primer debate. Sin embargo, queda por discernir si el número de votantes preocupado por la economía es mayor que el de aquellos, pertenecientes a minorías, que piensan que obtendrían mucho más con Obama.
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