Los Ángeles

Sofia Coppola y la tormenta perfecta

Una tromba de agua paralizó ayer el festival. Aunque la directora norteamericana no caló del todo con «Somewhere», retrato de la soledad de una estrella. Y, por fin, un festival homenajea al influyente John Woo

Sofia Coppola, ovación en Venecia con su nuevo lamento de millonaria
Sofia Coppola, ovación en Venecia con su nuevo lamento de millonarialarazon

El ciclón llegó al Lido veneciano, llevándose por delante a leones, toldos y turistas. También a los cronistas que estaban escribiendo tranquilamente en la sala de prensa, inundada y cerrada de inmediato por el miedo a que todos muriéramos en una silla eléctrica improvisada en el Palazzo del Cinema. Mientras tanto, «Somewhere», la última película de Sofia Coppola, discurría sin hacer ruido en una sala próxima al desastre. A vueltas con las penas de ricos y famosos, la hija pródiga del director de «El Padrino» se lo pone fácil a sus detractores. A los que nunca hemos estado en la suite de un hotel de Milán con piscina privada, a los que no hemos dado vueltas en círculo con un Ferrari, a los que nunca nos hemos sentido perseguidos por los paparazzis, las lágrimas de una estrella de cine que se siente más sola que una aceituna en un campo de golf pueden parecernos inanes. Pero Sofia Coppola lleva hablando desde «Lost in Translation» de lo que conoce bien, y su breve filmografía puede considerarse como el autorretrato de una chica que no se siente del todo cómoda con la vida de lujo que le ha tocado en suerte.


Viajes con papá Coppola
«Somewhere» es la mezcla perfecta entre «Lost in Translation» y «Maria Antonieta». Por un lado, la soledad de las habitaciones de hotel, la tele a oscuras, el insomnio. Por otro, la soledad de la fama, de tenerlo todo sin tener nada. «Pasé toda mi infancia en hoteles», confesó en una lacónica rueda de prensa, «cuando acompañaba a mi padre a localizar. Me gustaba imaginar cómo eran las vidas de la gente que me cruzaba por los pasillos. Todas mis películas hablan de personas que están en un momento de transición, supongo que por eso transcurren en un lugar tan provisional». Coppola hace un buen trabajo en la primera mitad del metraje, retratando el vacío de la vida de Johnny Marco (Stephen Dorff) sin cargar las tintas, observando su radical aislamiento del mundo desde una distancia de lo más empática. Apenas hay diálogos en el arranque, sólo una permanente sensación de resaca: Johnny siempre se despierta como si fuera extranjero en su propia cama, con los párpados pegados por los somníferos y el alcohol, con el leve recuerdo de que estuvo a punto de acostarse con un ligue antes de quedarse dormido sobre él. La sensibilidad de la directora de «Las vírgenes suicidas» trabaja a favor del extrañamiento, del absurdo de alguien que tiene que responder a las preguntas estúpidas de la prensa, quedarse quieto durante horas para que hagan un molde de su cabeza y que, al final del día, sólo puede llamar a dos «strippers» gemelas para que le monten un número en su habitación del Chateau Marmont con el fin de no sentirse tan solo. Mientras, al fondo, una ciudad, Los Angeles, que impregna el estilo de la puesta en escena del mismo modo que la modernidad de cristal y neón de Tokyo impregnaba la de «Lost in Translation», evocando películas como «Shampoo» y «American Gigoló», que Coppola cita como influencias estéticas de «Somewhere».


Ironía con velinas
La tristeza del personaje está excelentemente perfilada, nos habla desde un tono bajo, suave, sin más subrayados que el de un sarcasmo que ridiculiza con acierto el mundo del espectáculo (atención al programa de la televisión italiana al que asiste la estrella, con velinas incluidas: y eso que Medusa, la empresa de Berlusconi, es co-productora del filme). La aparición de Chloe (Elle Fanning), la hija de once años de Johnny, da un giro a la película, que entonces se centra en la relación paterno-filial y en el proceso de maduración del actor. «Chloe es algo real en un mundo que no lo es, repleto de cosas superficiales», declaró Coppola. También aquí la cineasta opta por el naturalismo más extremo, y logra un hermoso grado de intimidad en los dos intérpretes simplemente a través del relato del tiempo que comparten. «Escribí el guión después de que naciera mi primera hija», explicó Coppola, «y supongo que la responsabilidad de ser madre influyó en la película».

«Somewhere» rompe en parte el pacto de discreción que establece con su materia argumental en su desenlace, que verbaliza la soledad de Johnny cuando ya no es necesario. Es pecata minuta en un filme delicado y modesto, al que le falta una pizca de la intensidad de sus anteriores obras.

Los protagonistas de la francesa «Happy Few» tampoco son precisamente pobres. Quizá por ser burgueses y razonablemente felices, necesitan tirarse al monte y liarse la manta a la cabeza. A los dos minutos de conocerse, dos parejas de profesionales liberales se sienten atraídos entre sí y deciden mezclarse. Un experimento sexual del que creerán salir bien parados: ésa es la principal trampa de la película de Antony Cordier, hacernos confiar en la bondad del amor libre como una utopía realizable que ni siquiera sus propios personajes tienen la valentía de llevar hasta sus últimas consecuencias. Cordier elimina los flecos que le molestan en esta crónica de un intercambio de parejas –por ejemplo, la presencia de los hijos de cada uno de los matrimonios– para luego incorporarlos por exigencias del guión. Nada resulta creíble en «Happy Few»: ni el brusco enamoramiento que sienten los protagonistas, ni tampoco la supuesta libertad que esta pasión nueva les propicia, ni una escena lésbica que empalidece al lado de la de «Black Swan». Cordier acaba condenando a sus criaturas, porque al final el orden de los factores sí altera el producto, y es difícil salir incólume de una experiencia tan estresante –al menos tal y como la plantea el filme– como el amor libre. Lo que parecía un alegato a favor de la ruptura de las normas se convierte en una conservadora penitencia: todos saldrán heridos. Lo peor es lo poco que nos importa.

En presencia de uno de sus más fervientes admiradores, Quentin Tarantino, John Woo recibió ayer el León de Oro honorífico a toda su carrera. Justa recompensa a una obra que nunca ha tenido la oportunidad de pasar la criba de la selección a concurso de los festivales internacionales pero que es de referencia obligada, influyente como pocas, para entender la importancia del cine oriental en la estética de buena parte de las superproducciones contemporáneas. El estilo de Woo se basta y sobra para definir el cine de acción hongkonés, y sus toques de distinción salpican generosamente «Reign of Assassins», película que ha co-dirigido con Su Chao-Pin y que se presentaba fuera de concurso como colofón a su homenaje.


Eunucos, momias y acción
Se trata de exagerar el manierismo inherente al género «wuxia» (películas de artes marciales de corte histórico) desde una perspectiva irónica en la que todo vale y todo cabe: en menos de dos horas de metraje hay eunucos que esperan un milagro, dos operaciones de cirugía estética, una codiciada momia, espadas que se doblan como juncos, muertos que vuelven a la vida, enterrados vivos y un millar de coreografías aéreas. El genio de Woo se nota en las escenas de acción, en su desarmante ingenuidad a la hora de plantear la historia de amor entre los dos protagonistas –una vendedora de telas que es ex-asesina a sueldo (Michelle Yeoh, acaso un poco mayor para el papel) y un mensajero que también tiene sus secretos– y en su sanísima tendencia al delirium tremens argumental. El sentido lúdico de la propuesta es contagioso, la ejecución es impecable y el melodrama exacerbado marca de la casa se sube por las paredes y vuela alto, muy alto. La película se vende como un cruce perfecto entre «Face/Off» y «Mr. y Mrs. Smith»: imposible definirla mejor.



San Sebastián mira a Europa
La 58 edición del Festival de Cine de San Sebastián proyectará 550 películas, 28 de ellas estrenos mundiales, con el cine europeo y la no ficción como protagonistas, según explicó ayer su director, Mikel Olaciregi, acompañado del que será su sucesor a partir de enero, José Luis Rebordinos. El certamen, que se celebrará del 17 al 25 de septiembre, premiará a la actriz Julia Roberts con su premio Donostia, y otra intérprete, Olivia Williams, recogerá el premio Fipresci por «El escritor», en nombre de Roman Polanski. La Sección Oficial se inaugurará con el western mexicano «Chicogrande», de Felipe Cazals, y se clausurará con «La llave de Sara», de Gilles Paquet-Brenner, fuera de competición. 15 títulos optarán a la Concha de Oro, cuatro de ellos españoles, en una competición en la que destacan directores como Raúl Ruiz, John Sayles, Peter Mullan y Naomi Kawase.



El detalle
¿La razón frente al corazón?
La pregunta tiene su aquel y es la que puede haberse formulado en la intimidad el director y presidente del jurado de esta edición de la Mostra, Quentin Tarantino. El motivo no es otro que Sofia Coppola, ya que ambos mantuvieron hace años una relación y el autor de «Malditos bastardos» se verá en la tesitura de evaluar «Somewhere», el nuevo trabajo de su antigua novia. Juntos, hace unos seis años, se dejaron caer por Madrid, ella más comedida, un punto tímida; él más dicharachero y bromista, como el yin el yan. Pero eso ya es historia y agua pasada. ¿Le pesará a Tarantino?