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«La Roja» en la tierra prometida

Los jugadores de la selección durmieron entre seis y ocho horas en un viaje de diez hasta Suráfrica

La Razón
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Potchefstroom- Después de 10 horas de viaje, España aterrizó en Suráfrica. El vuelo transcurrió tranquilo, sin sobresaltos. Una malva. El comandante Guillermo Gómez-Paratcha sintió no ser él quien trajera de regreso a la selección, el 12 de julio, «para besar el trofeo». Las mejores vibraciones incluso a 20.000 pies. «La Roja» emite sensaciones muy positivas y el pensamiento común, optimista por demás, es que ayer llegó a la tierra prometida, donde es más que probable que le aguarde un fabuloso Mundial.Nadie lo oculta, «si forman el mejor equipo, el que más calidad atesora y el que mejor juega, ¿por qué no ganar?». Sólo hay una razón para que los excelentes presagios no se cumplan: esto es fútbol. Hay que jugar. Se espera con ansiedad que el día 16 empiece a rodar la pelota. Entre tanto, tranquilidad, como la que disfrutamos durante el vuelo.A las once y media de la noche del jueves terminó de embarcar la expedición española. A los jugadores ni se les vio. Entraron a la aeronave sin que nadie les importunara, sin atosigamientos, sin autógrafos. Una vez dentro, perfectamente acomodados en primera, dos guardiaciviles más grandes que el primo de zumosol, custodiaban la entrada. La medida, exageradísima. Tanto que cuando el avión alcanzó la altura pertinente Fernando Llorente y Javi Martínez, los del Athletic, salieron de la jaula de oro a departir con el resto del personal. Apenas media hora después, tranquilidad absoluta. El comandante abrió la cabina a quien quisiera visitarla; no recibió huéspedes. El cansancio era notable entre el pasaje y los jugadores, algunos tomaron una pastilla para dormir. Disfrutaron de entre seis y ocho horas de sueño. Cuando se despertaron, cambiaron la ropa de «estar por casa» –camiseta y chándal– por el traje de calle.A las nueve y veinte de la mañana, aterrizaje perfecto en Johannesburgo. Sol, temperatura agradable –19 grados– y ambiente de Mundial. «La Roja» viajó en otro avión hacia Potchefstroom, donde se entrenó a partir de las siete y media de la tarde. En esta pequeña ciudad han habilitado el aeropuerto para recibir aviones con cien pasajeros. Hace unos meses la pista era de tierra; la semana pasada terminaron de pintar las rayas.En Suráfrica, el Mundial ha entrado a galope tendido y se ha encontrado una carrera de obstáculos y a pintores colgados de la brocha. Pero funciona, está en marcha. Aunque el tráfico es imposible. Un recorrido de tres kilómetros puede ocupar una hora. Es el caos del color, cimentado por miles de personas que visten de amarillo, como la selección nacional, los «bafana, bafana». Su mayor alegría es que se celebre en su casa este magno acontecimiento, y si encima empatan con México en el partido inaugural, fiesta nacional. Las aspiraciones de España superan las expectativas surafricanas, naturalmente. «La Roja» ha llegado a la tierra prometida, y no piensa salir de aquí sin conquistarla. Lo que no olvidarán nunca sus integrantes es el recibimiento en Potchefstroom, donde sus habitantes se volcaron con la selección y, tras las palabras de las autoridades locales, les obsequiaron con danzas tribales y bailes. Fernando Torres fue el más aclamado. Los demás no sintieron envidia. «Es que este grupo es maravilloso, un verdadero equipo», dicen los directivos que viajan con ellos.