Sevilla

El espíritu de Doñana

La Razón
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Cuando en 1883 el naturalista Abel Chapman visitó por primera vez el Coto de Doñana lo catalogó como un espacio «agreste e inexplorado». De aquellas intactas marismas de principios del siglo XX, cuando el rey Alfonso XIII acudió junto con su primo Jorge VI de Inglaterra, a hoy día, gran parte de aquellas tierras se transformaron para el cultivo del arroz. La otra, permanece virgen, integrando el Parque Nacional, considerado Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad. Pero muchos de los sevillanos desconocemos que tenemos Doñana al alcance de nuestra mano, que una extensión importante de la reserva pertenece a nuestra provincia y que, a sólo veinte minutos en coche del área metropolitana, podemos disfrutar de su entorno. Desde la barca de Coria hasta la desembocadura, hay un extenso paseo fluvial que nada tiene que envidiar al Nilo o al valle del Loira. A lo largo de los tres brazos del Betis se extiende una alfombra verde de fértiles arrozales, tierras que en otra época sirvieron de pasto para las primeras ganaderías bravas. Los sombrajos de neas y las chozas tejidas con junco, castañuela y brezo contrastan con los blancos cortijos que se vislumbran navegando desde el viejo río. El nuevo pantalán de Isla Mínima, inaugurado esta semana, pretenderá impulsar el turismo de cruceros, y así poder pasear en barco desde la Torre del Oro hasta el corazón de Doñana, en la margen derecha del Guadalquivir. Junto al embarcadero, el visitante se sentirá atraído por el relincho de un caballo cartujano o por el impetuoso vuelo de una cigüeña blanca. La denominada «Isla de los Pájaros» en Isla Mayor, y el nuevo centro de visitantes de la Dehesa de Abajo en La Puebla del Río, son proyectos que tratarán de revitalizar aún más todo el entorno. Y tras el sol, oteando las torres y casas de Sevilla, en plena naturaleza, quedará en el aire la melodía de una canción: Ay, Marismas de Doñana,/ donde me gusta vivir,/ despertar por la mañana/ entre almajos y bayuncos,/ dunas y Guadalquivir.