Santa Ana
Bardenas Reales: paisaje lunar en la ribera navarra
El parque natural de las Bardenas Reales regala estampas propias de otro planeta. Tras el paseo, a pie o en bici, el reposo en Tudela, Fitero, Corella...
Cuando esa artista de la naturaleza llamada erosión se siente inspirada es capaz de crear obras de arte tan genuinas como la que nos encontramos en la ribera navarra. Porque todo lo que vemos en las Bardenas Reales, a un paso de Tudela, es gracias o por culpa suya: si a un suelo compuesto de arcilla y arenisca lo exponemos a la acción de la lluvia –escasa, pero que cuando cae lo hace de forma torrencial– y le unimos la fuerza devastadora del cierzo –el viento típico de la zona– el resultado no es otro que un tapiz de formas sorprendentes, con mesetas de relieve tabular rodeadas de abruptos barrancos y adornadas con cerros solitarios, aquí llamados «cabezos», y bautizados con nombres tan sonoros como Cortinas, Pisquerra o Sanchicorrota. El más famoso de todos es el de Castildetierra, el más fotografiado y el verdadero icono de este parque que, por su singularidad, ha servido de escenario en varias películas como «El mundo puede esperar», «Airbag» o «Acción mutante».
Es importante aclarar que no se puede hablar de una sola Bardena, sino de tres, la Blanca (la más espectacular), la Negra (llamada así por el tono de su vegetación) y el Plano (una enorme llanura dedicada al cultivo de cereales). Si bien la Blanca es la más conocida y visitada, es recomendable hacer una incursión en las otras dos. Gracias a claras indicaciones que marcan el camino, merece la pena descubrirlas a pie, en bicicleta o, por qué no, con un «segway», un curioso patinete eléctrico, seguro y manejable, capaz de alcanzar los 20 km/hora (www.nataven.es).
Tres culturas
Al igual que ocurrió en Toledo, árabes, cristianos y judíos habitaron de forma pacífica en Tudela durante cuatro siglos, dando buena muestra de que, cuando se quiere, la convivencia es perfectamente posible. Pasear por el laberíntico entramado de sus callejuelas, sin un rumbo fijo, es la mejor manera de comprender lo que en su día fue este crisol de razas y culturas. La primera parada obligatoria debería ser en la plaza de los Fueros, verdadero centro neurálgico y puerta de entrada al casco antiguo. Éste es el lugar de encuentro habitual de los tudelanos –el salón de estar, según ellos–, el lugar perfecto para practicar el tapeo mientras ves y te dejen ver. Antiguamente, en esta preciosa ágora se celebraban corridas de toros, como atestiguan los motivos taurinos que adornan algunos de sus balcones junto a los escudos de los municipios que conforman la Ribera.
A pocos pasos de la plaza se encuentra la catedral de Santa María, que fue levantada sobre una antigua mezquita. Tres puertas dan acceso a su interior, pero es aconsejable entrar por la que está situada en la fachada occidental, la llamada puerta del Juicio, de evidente estilo gótico, adornada con ocho arquivoltas apuntadas repletas de figuras talladas en la piedra que narran los premios a los justos y los castigos a los pecadores tras el Juicio Final. Una vez dentro, sorprende su luminosidad y abruma la decoración de alguna de sus capillas, como la de Santa Ana, una joya del estilo barroco. A la derecha del altar mayor, casi escondida, nos aguarda una de las grandes sorpresas de este templo: la capilla de Nª Sra. de la Esperanza, con el impresionante sepulcro del canciller Francisco de Villaespesa, una monumental obra de alabastro tallado y policromado. Los amantes de la buena mesa no deben pasar por alto el mercado de abastos, donde están las mejores verduras ribereñas, como alcachofas, espárragos o el cardo rojo de Corella.
Pero la ribera es mucho más. En Fitero se encuentra el monasterio cisterciense, joya arquitectónica de la Edad Media, mientras que Cascante –con una impresionante basílica edificada en lo alto de la localidad, desde la que se divisan unas imponentes vistas–, Corella –con un coqueto casco urbano– y Tulebras, cuyo monasterio tiene una exquisita colección de arte sacro, tienen méritos de sobra para convertirse en paradas de nuestra ruta.
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