San Sebastián
Como siempre
He participado en muy pocos negocios durante mi vida. Mi peor experiencia empresarial fue un restaurante. Un grupo de amigos nos reunimos para poner en marcha un restaurante con pretensiones de comida casera. Se llamaba «Como Siempre». Desaparecieron hasta los tenedores. Tendríamos que haberlo bautizado «Como Siempre de Mal», porque se comía fatal. Perdí mi inversión, que tampoco fue gran cosa. Otros perdieron más. Pero hoy voy a escribir de otro «como siempre». «Como siempre de bien». Y su protagonista es Antonio Mingote.
Desde San Pedro de Alcántara, Antonio Mingote nos ha regalado una serie magistral de dibujos adaptados a dichos y refranes. Como siempre de bien. Pero la gente ignora que un verano más –aunque en etapa más reducida–, a sus noventa y dos años de edad, se ha bañado en las aguas del Mediterráneo, ha practicado el ciclismo y ha probado por primera vez en su vida las delicias de la moto náutica. Por prescripción facultativa se ha visto obligado a renunciar a la pesca submarina, de la que fuera campeón en sus años mozos en la desembocadura del Ebro. Además de todo ello, Antonio dibuja, pinta, escribe y piensa.
Con ochenta y cuatro años pedaleó sobre una vieja bicicleta «Orbea» desde San Pedro de Alcántara hasta Ronda, que es trecho pindio y sinuoso. No cumplió con la etapa de retorno, porque ni Indurain en sus mejores tiempos lo hubiera intentado. Escribí un artículo pidiendo para él la Medalla de Oro de la Federación de Ciclismo, pero los federativos se ocupan de cosas mucho menos serias y, o no leyeron mi trabajo, o se lo pasaron por el sillín de sus insensibilidades. Este año, y siempre aconsejado por la ciencia, ha limitado su actividad ciclista a recorrer el tramo comprendido entre San Pedro de Alcántara y Manilva, y cuando hablamos por la noche después del esfuerzo, me confesó que se había sentido bien de las piernas pero que la gente conduce muy mal y un camión a punto estuvo de llevárselo por delante. «No estoy para muchos trotes, pero me ha divertido sobremanera la moto náutica, porque ahí la que trabaja es el motor».
Me ha sorprendido, porque Antonio, desde que abandonó la pesca submarina no se ha caracterizado por su afición a los deportes náuticos. Es más, los rechazaba con vehemencia. La única vez que me ha levantado la voz durante nuestra larga amistad fue cuando le propuse una corta singladura por el mar de Alborán para disfrutar de las zalemas de los delfines. «¡No, no y no, y además, eres un cursi!». Aquello me dejó en el tercer grado de la consternación.
En sus años juveniles, Antonio fue un gran jinete. Lo recuerdo con el permiso de Isabel, su maravillosa mujer, a la que no gusta que se abra la memoria de las antiguas novias del genio.
Antonio estaba destinado en San Sebastián y tenía una novia en Tolosa. Y todas las tardes, al paso primero, después al trote y finalmente a un galope desbocado, cubría la distancia entre la Bella Easo y la ciudad papelera para pasear con su efímera enamorada. Y se tomaban de la mano, él sobre el caballo y ella sobre una bicicleta, hasta que les sorprendió un sacerdote nacionalista y les amenazó con el infierno, más a ella por hacer manitas con «uno de fuera» que a él, que le importaba un pimiento lo que dijera el furibundo cura. Su afición a la bici es muy probable que le venga de todo aquello. Y vuelvo a las andadas. ¿Para cuándo el reconocimiento a Mingote por parte del mundo de la bicicleta? En espera nos hallamos.
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