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Trastorno bipolar

Mascherano conoce por fin lo que es ganar un partido con él de titular. En los tres anteriores en los que había salido desde el comienzo, el equipo tropezó, y no precisamente por su culpa. Trabaja y pelea, hace bien lo que sabe y en los momentos complicados asume protagonismo.

Trastorno bipolar
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Como en la segunda parte de ayer, porque el Barcelona copió ante el Copenhague su versión más habitual de este año. Sufre trastorno bipolar: un tiempo bueno, que no tiene por qué ser el primero, otro malo. Una ruleta rusa en la que a veces gana (Valencia) y otras no (Mallorca). Ayer logró tres puntos importantes para meterse en octavos de la «Champions» después de repetirse: al gran juego no le acompañaron los goles y sí los fallos (el pobre Villa no da una) y después, a sufrir en un segundo tiempo gris, de nervios, con errores incomprensibles y con el público temblando. Hasta que Messi marcó su segundo tanto de la noche, en el tiempo añadido, la posibilidad del empate fue muy real.

Lo que le sucede al Barça no parece tener explicación. Y no es una cuestión de quién juegue o no. Pinto ocupó bien la portería, por una indisposición de Valdés. Y Mascherano compartió centro del campo con Maxwell y Busquets. Una rareza que inventó Guardiola al tener que dejar a Xavi en el banquillo. El «6», el líder, el cerebro, va a estar bajo vigilancia durante mucho tiempo. Jugará, aunque sin arriesgar y casi nunca los 90 minutos. Ayer sólo salió 17. Sus tendones de Aquiles lo agradecerán. Nada es lo mismo sin Xavi, pero Messi e Iniesta pueden hacer que la suplencia de su compañero pase casi inadvertida. El argentino asustó a su rival.

Incluso pareció que en un par de acciones los jugadores del Copenhague le hacían un pasillo para que pasara por él, temerosos de meter el pie, derrotados antes de empezar. Las arrancadas de Leo sembraron el pánico desde el pitido inicial. «La esencia, el juego, es la misma, aunque puede que estemos un poco cansados», había analizado el argentino perfectamente. Ése es el estado del Barça. Momentos de brillo no le faltan, pero sí regularidad.

Parece más vulnerable, le llegan con más facilidad, lo pasa mal. En los momentos buenos le falta el gol. La mala segunda parte de ayer hubiera sido una anécdota si cuando tuvo las ocasiones hubiera sentenciado. El golazo de Messi con un tiro desde fuera del área llegó tras una jugada con denominación de origen: mucha posesión, pases, combinaciones, Iniesta, Messi y adentro pegado al poste. Pura rutina otras veces. Ahora no. Alves rompía por la derecha e Iniesta era el dueño del partido, pero el portero paraba una, otra; después un balón se iba fuera y otro se estrellaba contra el larguero. Casi un monólogo sin continuidad tras el descanso.

Porque de repente todo pareció olvidarse. Messi no aparecía y el balón pasó al otro bando. También las ocasiones: Santin perdonó un cabezazo claro, N'Doyen «chocó» con el larguero y Kvist se atrevía desde el centro del campo. Como si los jugadores de los dos equipos se hubieran cambiado la camiseta. Una esquizofrenia en la que el Barça no puede vivir.


El séptimo palo de David Villa
«Ya entrarán», dijo Guardiola sobre las ocasiones que falla su equipo. El técnico asegura no estar preocupado, pero para Villa eso no es un consuelo. Sigue sin encontrar su habitual racha goleadora. El delantero estrenó su cuenta en la Liga de Campeones en la primera jornada, pero está gafado. Ayer dispuso de varias ocasiones. Una vez el larguero (es la séptima vez en la temporada que se encuentra con los postes), otras el portero o un fuera de juego en la jugada que sí entró, se encargaron de que el «7» siga peleado con el gol. Lo siguió intentando, pero en el minuto 73 Guardiola lo sustituyó.