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«Unabomber» español por Francisco Pérez Abellán

«Unabomber», Breivik y Juan Manuel M, tres asociales y con instintos asesinosun día tendría que ajustar cuentas.
«Unabomber», Breivik y Juan Manuel M, tres asociales y con instintos asesinosun día tendría que ajustar cuentas.larazon

El joven de veintiún años pillado in fraganti cuando se preparaba para presuntamente volar la Universidad de Palma es un auténtico bombardero solitario. Un individuo que hablaba solo, se reía solo y disfrutaba con vídeos de animales maltratados. Un acontecimiento reciente de la historia criminal le tenía absorbido el seso: la matanza del instituto Columbine.

Al estilo de los bombarderos que en el mundo han sido, como el americano «Unabomber». A este último también le daba por los profesores universitarios. Odiaba a la gente y trató de comprar armas para herir y matar. En España, «Unabomber» tendría que haberse conformado con una explosión de material que huele como estiércol de caballo, explosivos que salen de los fertilizantes para convertirse en bombas caseras. Una broma macabra de las comunicaciones avanzadas.

La verdad es que el nuevo bombardero no se habría parado porque no existiera internet y no hubiera redes sociales. Juan Manuel estaba convencido de que su padre le había robado la vida y que un día tendría que ajustar cuentas. La sociedad debía pagar su amargura.
Como digo más que un imitador, es la víctima de una vida igual para muchos jóvenes prepsicopáticos: la soledad, el olvido social y la frustración de estar solo contra el mundo. Para mí, que pertenece al mismo tipo que el monstruo noruego Breivik, que actuaba sol, amargado, convencido de que la acción criminal era una acción política.

Klebold y Harris, sin embargo, eran socios, actuaban los dos a una y murieron de la misma forma. Fueron matando compañeros como el que castiga a su pareja porque no le identifica como un genio con futuro. Juan Manuel demandaba atención con seguridad y aplomo. Y dado que nadie le hacía caso, se convertía en un ave carroñera.

Su triunfo es el fracaso de toda la sociedad, de un sistema jurídico-político incapaz de prevenir. Como el monstruo noruego, J.M, estaba esperando a que la Policía le detuviera. En caso contrario, habría matado a la fuerza, como hizo el noruego.

Juan Manuel no copiaba a los Columbine, no: buscaba su propio camino. Estaba necesitado de tratamiento mental. Nadie miraba la amenaza que representaba. Amargado superficial, profundo «unabomber». Mataría universitarios con placer. Si a todos los pirados les va a dar por refugiarse en los campus para darle gusto al gatillo o colocar el explosivo, va siendo hora de que nos vayamos en una caravana con ruedas de madera, tiradas por dos yeguas y una hembra borracha.

J.M acusa a su padre de haberle provocado animadversión hacia la gente. Hasta él sabe que eso no es cierto, pero son tiempos tan raros estos que encontró un juez que se apiadó de él y dictó una orden de alejamiento. Ésta es la sociedad de la incomprensión en la que un juez presta atención a un tipo cuya única vocación es ser asesino de masas. En vez de ello debería entender la tarea tan difícil de educar un hijo en la actualidad, cuando la judicatura ha quitado incluso la referencia al socorrido cachete a un niño para enderezarlo.

Catorce años después de la tragedia del instituto Columbine, Juan Manuel Morales vivía añorando aquellos personajes. Navegaba en solitario, quería matar solo, pero no entendía de parejas del crimen y siempre lo tenía más difícil.