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Palabra de Eastwood

M. Henry Wilson ofrece un completo retrato del cineasta

Eastwood, en «La muerte tenía un precio»
Eastwood, en «La muerte tenía un precio»larazon

«Soy quien quería ser». Esta frase de «Bronco Billy», la singular y excéntrica disección del sueño americano que Clint Eastwood firmó en 1980, es la declaración de principios que explica su obra como cineasta. Es una frase que Michael Henry Wilson cita en este «Eastwood on Eastwood»; frase que sirve, por un lado, como panegírico de un fan hacia su ídolo y, por otro, como coherente definición de un artista que ha utilizado su imagen de hombre duro y héroe ambivalente para hacer siempre lo que le ha venido en gana.


En las generosas entrevistas que jalonan el análisis de su método de trabajo, Eastwood repite una y otra vez que no le gustan los ensayos, que confía en la verdad de las primeras tomas, que sus rodajes pueden durar cinco o seis semanas, que filma los guiones que le atraen sin hacer cambios, que intenta crear un ambiente de trabajo distendido y sin presiones, y que prefiere rodearse de colaboradores habituales con los que sobran las palabras. Es el método de un hombre pragmático, que se ha pasado cuarenta años negociando con los grandes estudios para obtener una libertad creativa que, en el contexto del cine de Hollywood, le convierte en un auténtico perro verde.

La reflexión teórica sobre los logros de Eastwood es sesgada. Wilson liquida la primera etapa de su filmografía como director –la que abarca desde «Escalofrío en la noche» (1971) hasta «El aventurero de medianoche» (1982), película que los «cahieristas» utilizaron para empezar a reivindicarlo: no está de más recordar que Eastwood no fue profeta en su tierra hasta «Sin perdón» (1993)– en un arranque que no presta demasiada atención ni a su etapa con Leone –luego retomada en el capítulo de «Cazador blanco, corazón negro» (1990)– ni a su faceta de actor, y luego pasa por alto sus peores películas –«El principiante» (1990), «Deuda de sangre» (2002)– como si fueran decimales que redondea para que su retrato del cineasta no tenga fisuras. Es una decisión discutible, aunque esté compensada por una edición impecable, en inglés, profusamente ilustrada, con una filmografía completísima y un rosario de cuestionarios inteligentes que saca a Eastwood del laconismo asociado a su mito. Es un placer que Harry el Sucio nos explique su admiración por Kurosawa, la importancia que tuvo Don Siegel en su educación como cineasta, su entusiasmo por el cine de William A. Wellman y la consistencia temática de su filmografía, cuyas constantes Wilson sintetiza en una introducción tan lúcida como laudatoria.


Un independiente
Lo que Wilson intenta demostrar es que Eastwood ha sido y sigue siendo un independiente dentro de las férreas estructuras del Hollywood post-clásico. Buena parte de sus mejores películas –«Bird» (1988), «Sin perdón», «Mystic River» (2003), «Million Dollar Baby» (2004), «Cartas desde Iwo Jima» (2006)– son o proyectos que llevaban años paseándose por los despachos de las productoras sin encontrar un director que se comprometiera con el material o material peligroso en el que los ejecutivos desconfiaban por completo. Ni siquiera después de los Oscar de «Sin perdón» y del prestigio que se había ganado en Europa bajo la etiqueta de «último cineasta clásico», Eastwood pudo convencer a la Warner, estudio que ha amparado toda su carrera, de que «Million Dollar Baby» era una película que valía la pena hacer. «Mis mejores filmes son accidentes felices», ha afirmado Eastwood. «Accidentes» porque cree en las sorpresas que depara una primera toma, pero nada tiene de accidental su determinación por ir contra su propia imagen, capital con el que negocia para seguir haciendo lo que realmente le apetece.

Wilson afirma que el individualismo de Eastwood raya en el espíritu libertario, no porque abogue por la anarquía, sino porque defiende la responsabilidad de cada uno de nosotros frente a la hipocresía del sistema. No es que Harry Callahan se tome la justicia por su mano; es que, si no lo hace, no habrá futuro ni para las víctimas ni para sus verdugos. Eastwood parece estar haciendo películas crepusculares desde sus inicios: la ambigüedad moral del héroe es la responsable de que todo su cine, incluso en sus películas menos pulidas, dé la espalda al sentimentalismo, ahogue sus lágrimas fuera de campo. Cuando se trata de hablar de virtudes, Wilson pone sus cinco sentidos: no es éste un libro para cotillas –esa función la cumple la biografía no autorizada de Patrick McGilligan–, sino para aquellos que comulguen con una verdad como un templo, a saber: que Eastwood es el último de los iconos a los que regalar oro, incienso y mirra, incluso cuando mete la pata.


Sobre el autor
Michael Henry Wilson es colaborador de «Positif» y ha publicado obras sobre Tourneur y Walsh
Ideal para...
aquellos que se consideren fanáticos e incondicionales de Clint Eastwood; abstenerse cotillas
Un defecto
Le faltan matices, parece que Eastwood no haya filmado ni una mala película a lo largo de su dilatada carrera
Una virtud
La cuidada edición del volumen, la calidad de las fotos y la inteligencia de los cuestionarios
Puntuación: 8


«Eastwood on Eastwood»
Michael Henry Wilson
Càhiers du Cinèma
240 páginas. 49,95 euros.