Cataluña

Abrir los ojos y cerrar bolsillos por José Clemente

La Razón
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Todos los países que integran la Unión Europea, con Europa toda ella a la cabeza están, estamos, a la cola de las naciones con mayor crecimiento en este despertar del siglo XXI, no sólo en cuanto a productividad empresarial en éste o aquél sector determinado, sino en rentabilidad del PIB en su conjunto. Y esto es así porque nuestros márgenes de crecimiento y las limitaciones legislativas que nos hemos impuesto estrechan las capacidades de desarrollo y reorientan nuestra economía a campos hasta ahora desconocidos. Europa ya hizo su revolución industrial hace dos siglos, un tren que dejamos pasar en España y al que nunca hemos vuelto a subirnos por mucho que lo intentáramos. Sólo Cataluña y País Vasco corrieron tras ese tren, al que lograron subirse cuando por el orto despuntaba un nuevo amanecer económico para esos países que arrancaron con la máquina de vapor. Ahora estamos en otro nuevo despertar económico y no precisamente el de la revolución industrial o la industria manufacturera. Este modelo, con el que nos hemos desarrollado a lo largo de los doscientos últimos años y que tanto bienestar social nos ha procurado, ha llegado a su fin en Occidente y se implanta ahora en los llamados países emergentes como China, India, Brasil o Asia Central.

Y el cambio del modelo económico no viene solo, pues cada sistema de producción trae aparejado un modelo de vida que tampoco tiene nada que ver con el que hemos disfrutado hasta el momento presente. De la opulencia, el gasto desaforado, el enriquecimiento fácil, el desapego al medio ambiente y la pérdida de valores pasaremos, sin duda, a un nuevo sistema donde el trabajo no se medirá por las horas que calentemos el sillón del despacho, estemos en el puesto de trabajo, seamos mejor o peor pagados, sino por lo que somos capaces de hacer en ese lugar al que nos destina la empresa. O dicho en román paladino, el futuro no lo marcarán las ocho horas de jornada laboral, los cinco días de trabajo a la semana, el salario que percibimos por el mismo. Lo marcará, eso sí, lo que seamos capaces de hacer en ese tiempo, o en menos si cabe. El futuro lo condicionará la capacidad que tengamos para rentabilizar el puesto de trabajo, lo que seamos capaces de producir en el mismo periodo de tiempo. Se acabó aquello de que cinco personas observan como una máquina excavadora abre una zanja y otros cuatro empleados observan cómo lo hace. Y en ello irá nuestra vida, nuestras posibilidades laborales, nuestro futuro en definitiva. Occidente está a la cola de los países productores, los emergentes, pero tal vez ese sea su reto, su tiempo, no el nuestro.
Y esto, justamente esto, es lo que los sindicatos no llegar a ver, o no quieren ver, porque en ello van sus prebendas, especialmente las de los liberados. La crisis nos debe abrir los ojos, aunque nos cierre un poco los bolsillos. Europa, la de la cola, puede ponerse de nuevo en cabeza con ese proyecto de «Europa 2020» y eso pasa por la Educación, la I+D+i, las nuevas tecnologías, el medio ambiente, con mayor reparto de bienes para todos y un crecimiento más sostenible. No se trata de producir por producir, sino de que lo hagamos mejor y lo rentabilicemos mejor todavía. Sólo así saldremos adelante. El futuro está ahí afuera, sólo falta que vayamos a por él.