Historia
Isabel y Manuel por Alfonso Ussía
Bono ha colocado, frente por frente, a Manuel Azaña e Isabel II en el Congreso de los Diputados. Nos dice que Monarquía y República caben en el mismo lugar. En mármol, Isabel II de cuerpo entero observa desde las alturas a Azaña. Tanto la una como el otro fueron una calamidad. Acaban de publicarse los diarios robados del primer Presidente de la Segunda República, Niceto Alcalá Zamora. En él se desnuda a Manuel Azaña, el pésimo político mitificado. Aparece como lo que fue. Desleal, traidor, taimado y golpista. Al final, un cobarde. Se decía que Azaña no era muy primaveral con las mujeres. De ahí la expresión de susto de su cabeza en mármol, condenada a mirar cara a cara a quien fue la más ardiente Reina de la Historia de España. En La Moncloa está la mesa de despacho con forma de guitarra que le regaló Narváez. Sufrió en demasía cuando fue obligada a casarse con su primo Francisco de Asís de Borbón, al que los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano Bécker, con el seudónimo de Sem, fustigaron sin piedad. «El Rey consorte/ el major pajillero de la Corte». La Reina, su mujer, le decía «La Paquita».
Y los poetas le dieron por todas partes, como a Isabel II sus políticos, militares y demás cortesanos de agradable apariencia. «Y don Francisco de Asís/ sacando su minga muerta,/ al amparo de una puerta/ lloriquea y hace pis». O «Paquito Natillas/ es de pasta flora/ y orina en cuclillas/ como las señoras».
Estoy de acuerdo con José Bono en que la Historia tiene la obligación de superar hechos y anécdotas, y que en un salón del Congreso, caben juntos la Monarquía y la República. Pero Isabel II y Manuel Azaña, no tanto. Sus mármoles chocan y protestan. No eran muy diferentes en sus izadas de bálanos el esposo de Isabel II y Manuel Azaña. Estaba mejor la Reina en soledad que mal acompañada por la cabeza de un hombre flojo con el hembrerío, eso que a Isabel le sobraba por todas partes. La supervivencia en mármol merece más atención y tacto. Isabel II no fue tan nefasta como Azaña, y bueno es recordar que gracias a ella el Patrimonio Real pasó a Patrimonio de todo el pueblo español, entre otras cosas el Museo del Prado, esa pequeña y modesta galería. Manuel Azaña, con sus acciones, traiciones, miedos y silencios, llevó a España a una Guerra Civil. En 1936, cuando dio el golpe de Estado contra Alcalá Zamora, España había dejado de ser un Estado de Derecho. La supuesta Legalidad republicana es una vaina desde 1934. También es cierto que de Isabel II y su reinado nos vienen las Guerras Carlistas, origen de tantos males posteriores. Pero una mujer no merece un agravio de esa índole, con la cantidad de rincones dignos que restan por ocupar en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo. A Isabel II, en mármol, le gustaría un mármol de hombre entero, no una cabeza de anciano prematuro y peniblando. Y a Azaña, que como Jefe del Estado le corresponde lugar de honor en el Congreso, nada le consuela despertar de su sueño de piedra cada mañana y toparse con una Isabel II dispuesta a todo. Quien en carne y hueso precisaba del fornicio y la orgasmía con frenética frecuencia, en mármol blanco puede desearlo de siglo en siglo, y Azaña, se entiende, se comprende y se justifica, está horrorizado.
Además, que Azaña a quien se parece en su busto, y con el mayor respeto a su autor, el escultor Evaristo Belloti, es al inolvidable don Pedro Escartín, gloria del fútbol español.
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