Bilbao

El día que ETA

La Razón
La RazónLa Razón

El día que ETA anunció su disolución, la asociación de familiares de presos marchó por las calles de Bilbao para exigir «trabajo y vivienda digna» para todos ellos. La alcaldesa de Hernani, estrella emergente de Abertzale Sozialisten (antes Batasuna), reclamó el derecho de las familias etarras a percibir una indemnización del Estado por los cuarenta años de represión que habían sufrido. Los etarras sin delitos de sangre, beneficiados de la amnistía parcial que aprobó el Parlamento, hicieron cola ante el Guggenheim para ofrecerse como guardias de seguridad. «¡Nosotros, como en Sicilia!», decían, animados por la noticia de que ex sicarios de la Cosa Nostra custodiaban ahora los museos de la isla. Disuadidos por la dirección del Guggenheim e invitados a inscribirse en la oficina del paro más cercana, comenzaron a preguntarse los etarras unos a otros cómo se hacía eso de buscar empleo. Uno dijo: «Hay que hacer un currículum, con tu formación académica y tu experiencia laboral». Otro añadió: «Quieren saber para qué trabajo vales». Un tal Pla preguntó si haber sido portavoz de banda armada en vídeo casero puntuaría alto. Los demás le animaron a probar suerte como camarero en una herriko taberna. Cuando los bares batasunos empezaron a tener más empleados que clientes, el colectivo de etarras desempleados exploró otros terrenos laborales. Algunos se colocaron en la perforación y mantenimiento de fosas sépticas. Otros, de dinamiteros en la construcción de la Y vasca. Uno quiso ser novelista, como De Juana Chaos. La editorial del partido le publicó «Volando en libertad», orgulloso relato en primera persona de un joven heroico que lo sacrifica todo por su patria asesinando a siete niños enemigos de Euskal Herria en la casa cuartel de Durango. Visto el fiasco literario, regresó a la fosa séptica. Los menos acabaron de columnistas en el «Gara». Los más, de concejales democráticos. Hubo codazos para meterse en las listas de Abertzale Sozialisten. En Hernani, un candidato le pegó un tiro en la nuca a otro para subir un puesto en la candidatura. Cuando la ertzaintza le detuvo sólo alcanzó a decir: «La costumbre». Quienes aún conservaban las capuchas estrenaron en Bilbao un espectáculo de sexo sadomasoquista en el que un trío encapuchado con látigos en forma de serpiente gemía «¡gora Eta gora Eta!» hasta alcanzar el orgasmo. El entusiasmo onanista de la clientela abertzale animó a los ex etarras a grabar un vídeo porno en el que una reclusa, antiguo miembro de comando, descubría en prisión su deseo irrefrenable de quedar preñada. Aunque la tirada fue discreta, el dvd se vendió bastante bien en las gasolineras del sur de Francia. Ex terroristas que aún seguían en el paro solicitaron a Rufino que inventara para ellos algún cargo orgánico. «Id a pedirle trabajo a Brian Currin», fue su respuesta. El mediador, que persuadía entonces a los Latin Kings para que declararan una tregua, los echó cortésmente de su despacho. Antes les había pedido dinero para sufragar los nueve procesos de paz que tenía en marcha.