Crítica de cine
Paquirrín teme pasar hambre en la isla por Jesús MARIÑAS
Va completándose el reparto de «Supervivientes», del que el año pasado salió escaldado José Manuel Parada.
En esta nueva edición recuperan a Paula Vázquez y su paisano Jesús será el irremplazable presentador desde Madrid. En cuanto a los concursantes, se unen a la expedición nuevos nombres. Tras el confirmadísimo de Paquirrín, puede hacerse notar un dúo de rompe y rasga: ¿imaginan qué resultará de la convivencia entre Aída Nízar y Rosa Benito? La incertidumbre está servida: de un lado, la ex concursante de Gran Hermano, y, de otro, la «cuñadísima» de la Jurado, que ya se ha convertido en malvada de folletín. Será un culebrón en el que el popular Michael Brown podría hacer de justo mediador.
A fin de cuentas, sobrevivir es lo importante para los participantes, que viajarán en mayo a una isla paradisíaca que poco tendrá de paraíso. No quiero suponer la que puede organizarse entre la aguerrida Aída –que en su descaro ya no engaña a nadie– junto a la fría y calculadora Rosa Benito, a la que ya tildan de «venenito». Y acaso se quedan cortos con el apodo, como no lo hace Raquel Revuelta confirmándome su rápido apasonamiento por «El Tato». Romance casi consolidado «porque es un cañón de hombre», me asegura. La veo enamorada de nuevo pero no dejo de preguntarle qué ocurrió con su entrega de casi un año al motorista Álvaro Bultó, junto al que parecía estar disparada y disparatada. «Él es muy catalán y yo muy sevillana. Vivimos una historia preciosa que nunca olvidaré. Pero resulta imposible», reconoce casi suspirando ante lo inalcanzable. Álvaro fue un revulsivo para impulsarla a romper un matrimonio de años aparentemente armónico. Sólo era una fachada engañosa según se demostró más tarde. Bultó irrumpió en su vida cuando más desolada estaba la guapa modelo, hoy reconvertida en empresaria de empuje y fuste: el Salón de la Moda Flamenca y dos revistas de estilo realzaron su entrega y esfuerzo. En su última y reciente edición me contó entusiasmada su amor por el motorista catalán, que ya parece olvidado o, cuando menos, suplantado.
Y mientras unos hablan del corazón, Kiko Rivera me anticipa que de cara a la isla teme más «la falta de comida que la de sexo. Como que ya estoy pensando en algún mono», bromea, adelantando comportamientos, desahogo y posibles evasiones. Cabe esperarlo todo, porque se nota que nunca estuvo canino. Dará que hablar.
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