Siria

Los destructores de Alepo

LA RAZÓN entrevista a milicianos de Asad que siembran el caos en la capital económica. La lista de crímenes de los «shabihas» va desde violaciones a atentados con bomba

CÁRCEL IMPROVISADA. 25 «shabihas» están presos en una escuela del norte de Alepo
CÁRCEL IMPROVISADA. 25 «shabihas» están presos en una escuela del norte de Alepolarazon

(MARAA, NORTE DE ALEPO)- «A veces me arrepentí por lo que hice, pero la mayoría de ellas no éramos conscientes de nada porque estábamos bajo los efectos de las drogas o el alcohol», justifica Ahmad Faji, miembro de una milicia de «shabihas», bajo las ordenes del coronel Zuher Bitar, jefe de Inteligencia de la Aviación en la ciudad de Alepo.

Como si se tratase de un interrogatorio policial, responde a las preguntas de esta periodista sin titubear y sin levantar la vista al frente. Faij está sentado en una silla de plástico escoltado por tres rebeldes armados con cara de pocos amigos. La situación resulta surrealista al ver la improvisada sala del tribunal que es el laboratorio de ciencias de una escuela de secundaria que se ha transformado en la prisión más grande de la provincia de Alepo, donde hay encarcelados, en las aulas, unos 200 prisioneros de guerra, la mayoría matones a sueldo del régimen y agentes de seguridad. Su grupo de 25 sicarios tiene un largo historial de barbaries cometidas en Alepo y la vecina Anadane. Su banda ha violado a seis estudiantes de la universidad; ha acuchillado hasta la muerte a decenas de opositores, y plantado explosivos que los han hecho estallar para que pareciera un atentados y así el régimen podría responsabilizar a los «terroristas» que operan en el país desde el estallido de la guerra, relata el prisionero.

«El coronel Bitar nos pagó mucho dinero por cada misión», asegura el «shabiha», antes de detallar que el grupo cobra 50.000 liras sirias (alrededor de 20.000 euros) por una misión normal (pegar o torturar a activistas o manifestantes) y el doble cuando se trata de hacer estallar explosivos. Una vez –añade– plantaron explosivos en un parque público de Alepo de madrugada y llamaron a la televisión prorrégimen Al Dunia «para que grabara lo que hacíamos y dijesen que era una operación terrorista».

«Los jueves por la noche nos traía varias botellas de vodka y whisky que mezclábamos con anfetaminas y otras drogas, y nos pasábamos así toda la noche para estar preparados para las manifestaciones del viernes», explica este matón de Asad. Al día siguiente, totalmente «colocados», los «shabihas» cogían cuchillos y palos y «subíamos a las pick up negras, conduciendo a todo gas, y atacábamos las manifestaciones y golpeábamos como locos a los sirios que participaban en ellas», relata sin obviar detalle.

El criminal confiesa que atacaron una protesta de estudiantes de la Universidad de Alepo, «secuestramos a seis chicas y las violamos de camino a los Servicios de Inteligencia». Prisionero ahora del Ejército Libre de Siria (ELS), Saij no tiene miedo del castigo que recibirá.
«Tengo las manos manchadas de sangre y sé que el islam castiga a los asesinos». En medio de la feroz guerra que libran el ELS y las fuerzas de Asad en Alepo, la escuela de secundaria se ha convertido en esta suerte de cárcel en la que los presos permanecen detenidos sin un juicio previo, pero el director de la prisión, Abu Hatib, asegura que están organizando un tribunal penal con abogados y jueces «civiles» para que los reos sean procesados. «Aquí no juzgamos a nadie bajo las leyes de la «Sharia»; no somos islamistas», increpa Abu Hatib, que ya ha tenido alguna que otra situación comprometida y desconfía de la prensa extranjera. La matización cobra especial importancia y da muestra de la heterogeneidad de la masa de los rebeldes habida cuenta de que en otras zonas en control rebelde sí se han constituido consejos islámicos para juzgar a los soldados del régimen. «Aquí tratamos a todos por igual, con el respeto que se merecen los presos. Ahora es Ramadán y no comen hasta la ruptura del ayuno», explica Abu Hatib, director de la prisión, con un tono de poco convencimiento. «Sacamos a los prisioneros al patio dos veces al día, por un periodo de tiempo de 45 minutos, cada una de las veces y les damos a los reclusos lecciones de reeducación y reinserción social para cuando salgan de la cárcel», continúa Abu Hatib, ante la mirada atónita de esta periodista. El director nos permite acercarnos a una de las celdas donde están encerrados los «shabihas». En un aula donde han cambiado la puerta por una reja, hay medio centenar de prisioneros hacinados en el suelo. Nerviosos por la presencia de la periodista, algunos reclusos intentan taparse la cara con los brazos o con lo que pueden para no ser reconocidos en las fotografías. Sin entrar dentro de la celda, Abu Hatib llama a uno de los presos para que se acerque y le obliga a levantarse la camiseta.

En el pecho y en la espalda lleva tatuado de derecha a izquierda el busto del jeque libanés Hasan Nasrala, en el centro a Asad y el de ayatolá Jamenei. La espalda la lleva cubierta con insignias del régimen, nombres en árabe, entre ellos el Partido de Dios (Hizbulá) y dos leones que representan a Hafez y Bachar Asad. «El tatuaje me lo hice hace seis meses. Me hice ‘shabiha' porque soy alauí y cuantos más perros suníes mate me recompensarán con un lugar mejor en el Paraíso», responde convencido el prisionero.

 

¿QUIÉNES SON LOS «SHABIHAS»?
Mercenarios del régimen El complejo aparato de seguridad del régimen sirio está compuesto por estos grupos, una mezcla de mercenarios y mafiosos que se ocupan de sembrar el terror entre la población civil.
Organizados en clanes En general pertenecen a la secta alauí, la misma que la del presidente Bachar al Asad, aunque también hay suníes. Se organizan en clanes, «familias de armadas», de entre 100 a 300 hombres. Hay miles repartidos por el país.
Sin uniformes«Shabihas» quiere decir «fantasmas». No llevan por tanto ningún uniforme que los identifique, pero sí tienen algunos rasgos comunes, como el cuerpo tatuado con leones que representan a Bachar y a su padre, Hafez.

 

«¡Que alguien pare esta locura!»
Como todos los viernes tras la oración, cientos de manifestantes se congregaron en la plaza del mercado de Maraa para protestar por los bombardeos contra Alepo. Mientras en algunas localidades de la provincia norteña los vecinos se atrevían a salir a la calle, los habitantes de los barrios de Saladino, Seif al Dawla, Hanano y al Sahur se protegían en los sótanos de los intensos bombardeos de los aviones MIG-21. Un testigo explicó a LA RAZÓN que un caza ruso bombardeó una panadería gubernamental y mató a 10 civiles. «La situación en Saladino es una locura. Que alguien pare esta barbarie», relataba nervioso. El ELS retomó ayer los combates en las calles de Saladino. Un combatiente rebelde dijo que las tropas de Asad «se han retirado del estadio de fútbol de Hamdaniya», bajo control de los rebeldes. «Seguimos luchando, no abandonaremos Saladino», afirmó. Una fuente de seguridad afirmó a Afp que «el Ejército avanza rápidamente en dirección a Seif al Dawla, pero la próxima batalla deberá ocurrir en Sukari», más al sur. Los combates dejaron ayer en Alepo 45 muertos.