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Comunidad de Madrid

Si fuese un hombre por Ángela Vallvey

La Razón
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Esperanza Aguirre es sobrina del poeta Jaime Gil de Biedma (Generación del 50, burgués, comunista y homosexual), el autor de aquellos inefables versos: «En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles…». El mismo viejo país ineficiente donde su sobrina, en vez de dedicarse a la lírica y al comunismo ha sido liberal, más prosaica que un billete de cinco euros, concejala, ministra, presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid. Y parece mentira que esta «señora bien» haya hecho una carrera política sin ampararse en cuotas, cupos, derramas o prorratas de género.

Decía Daniel Bell que «The Carrier Corporation» empleó a mujeres durante la guerra para el manejo de grúas de 20 toneladas, y que después de aquello la operación de las grúas fue considerada como «tarea femenina» porque la compañía descubrió que las mujeres tienen mejor percepción de la profundidad y son más rápidas en la diferenciación de los colores. Aguirre, un día, como por casualidad, se hizo cargo de la maquinaria pesada de la política y todos empezaron a sospechar que administraba con soltura la profundidad y los colores de la cosa pública.

Antes de enfermar de cáncer, la oí decir: «Una de mis cuñadas me riñe mucho, me pregunta que qué necesidad tengo yo de estar en política…». No tenía necesidad de andar en la cosa de la política, estaba en la política por necesidad. Porque la política y ella eran pareja de hecho y de derecho. Ha lustrado e ilustrado el perfil de la vida pública española de las últimas décadas hablando del bien común, cosa rara, por no decir insólita en estos lares, lo que le ha costado el apelativo de «populista», que no de «popular». Los que la rechazan y la critican son muy activos: antes de ayer su segunda entrada en Google era «Esperanza Aguirre, dimisión» (ahora que se va, es «Esperanza Aguirre dimite»). Si bien, los que la votaban eran más numerosos. Callados, pero con el voto preparado para ella. Porque éste sigue siendo el viejo país ineficiente, el de los que callan pero no otorgan. Y hacen de su voto un sayo. Se larga y la van a echar de menos sus votantes. Quedan sus adversarios, incluso los de su propio partido, deudos políticos que, entre el desconcierto, la estupefacción y la añoranza, ahora mismo no saben hacia dónde mirar. Medio condesa en calcetines, medio chulapa lenguaraz con micrófono, si fuese un hombre dirían que es, o ha sido, «un gran hombre» de la política, pero como el apócope del adjetivo «grande» nunca se pone delante del sustantivo «mujer», amigos y enemigos la califican hoy de «todo un carácter». (Ya saben: en un viejo país ineficiente, etc.).