Literatura

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Los inolvidables de César VIDAL: «Cotton Patch Gospel»

La Razón
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Entre los personajes de mayor repercusión espiritual del siglo XX, se encuentra un sureño que lo mismo leía el Nuevo Testamento en la lengua griega original que cultivaba algodón: Clarence Jordan. Aunque Jordan nunca ha sido traducido al español, su relevancia para los norteamericanos no es inferior a la de personajes de la talla de Martin Luther King. Jordan era un erudito especializado en griego, pero renunció a la posibilidad de enseñar en una universidad para fundar una granja integrada racialmente en los años previos a la lucha por los derechos civiles.
 
Asentado en el Deep South, y amenazada por el Ku-Klux-Klan, aquel establecimiento conocido como Koinonia Farm pretendía ser un testimonio cristiano de que era posible que gentes de distintas razas o denominaciones religiosas vivieran en paz. Jordan no era alguien complaciente. En cierta ocasión, le invitó un clérigo a la inauguración de la iglesia y durante un buen rato estuvo alabando la cruz que se erguía sobre el edificio. En un momento determinado, Jordan le preguntó por el coste de la cruz a lo que respondió el clérigo dando, satisfecho, una elevada cifra. «Le han estafado», apuntó Jordan, «en el siglo primero, a los cristianos las cruces se las daban gratis».

Koinonia Farm y las obras de inteligente y profunda teología de Jordan siguen existiendo en la actualidad, pero hay una coincidencia casi absoluta en que su mejor legado fue una traducción del Nuevo Testamento, el «Cotton Patch Gospel», en la que los personajes hablan en el lenguaje sureño, donde Pedro es Rock y Andrés se llama Andy, donde Jesús nace en Valdosta y es colocado en una caja vacía de manzanas y donde perece en un linchamiento. He leído y releído el «Cotton Patch Gospel» docenas de veces y cada vez me parece más sugestivo y poderoso a pesar de la distancia cultural. De hecho, no sorprende que hace unos años se realizara un musical partiendo precisamente de tan peregrina traducción. El texto, cargado de humor, consigue lo que los grandes clásicos, esa universalidad que pierden los localismos mezquinos, pero alcanzan las culturas locales de relevancia como es la del Sur de Estados Unidos… y si no que se lo digan a Escarlata O´Hara.