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Rubens el espía

Fue uno de los grandes pintores de todos los tiempos, pero también un diplomático que movió los hilos en las cortes europeas del siglo XVII

Rubens el espía
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Al abandonar Madrid, Rubens, deshaciendo el camino que le había llevado al sur ocho meses antes, viajó hacia el norte por tierra, cruzando primero España y después Francia. Una vez más, las exigencias de su misión le obligaron a no recalar en Provenza y por tanto a no visitar a su íntimo amigos Peiresc. Rubens llegó a París el jueves 10 de mayo y pasó la noche en la residencia del embajador flamenco Henri de Vicq. Se las arregló para visitar sus propias obras en el palacio de Luxemburgo –y comentó sin recato a su amigo Pierre Dupuy que no había visto nada «tan espléndido» en Madrid– pero no tuvo tiempo para mucho más. En torno al día 13 ya estaba en Bruselas.

En Coudenberg, Isabel (primera esposa de Rubens) confirmó las noticas que segurameente ya había transmitido De Vicq en París: el 20 de abril –más de una semana antes de que Rubenes partiera de Madrid–, Inglaterra y Francia habían acordado los puntos fundamentales de un pacto de no agresión. Debió de ser un gran golpe. Olivares había ordenado expresamente a Rubens que «evitara hasta donde sea posible» la consumación de tal acuerdo. Ahora lo que tendría que evitar es que se convirtiera en una alianza ofensiva de envergadura contra España y sus territorios. Y al tiempo que asestaba ese revés a Richeliueu, Rubens tendría que establecer su propio tratado con Inglaterra.

Antes de despedirle, Isabel tuvo la gentileza de liberarle por lo menos de uno de sus deberes. Partiendo de un principio de filosofía políticabastante dudoso, el que dicta que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, en Francia Olivares había estado apoyando la rebelión de los hugonotes con una enorme subvención anual, aunque la católica España, patria de la Inquisición, llevaba años en guerra con las provincias holandesas «herejes» por motivos religiosos. Antes de que Rubens abandonara Madrid, Olivares le entregó cartas de crédito por valor de unos treinta mil ducados, que el pintor había de trasladar al señor de Soubise, representante de los hugonotes en Londres. El dinero se utilizaría para reclutar un ejército mercenario en Inglaterra y para reactivar la maltrecha causa de los hugonotes después de la capitulacion de La Rochelle (los insurgentes conservaban en Francia algunos enclaves partidarios).

(...) El bloqueo holandés de la costa flamenca siginifica que Rubens no podía arriesgarse a cruzar el canal de la Mancha en barco de bandera española: el pintor sabía muy bien qué suerte corrían los prisioneros que caían en manos de una flota hostil que patrullaba las aguas que separaban el continente de las Islas Británicas. En cualquier caso, su misión le daba derecho a viajar en un buque inglés, y eso fue exactamente lo que solicitó al enviado inglés Hugh Ross al llegar al puerto de Dunkerque. Ross trasladó la petición a sus superiores. «Tiene órdenes de no poner en riesgo su misión o sus mensajes más que a bordo de un barco inglés, porque en mucho temor está de los holandeses», escribió. Dos días después, John Mince, capitán del «Adventure», navío de su majestad británica, recibía un mensaje urgente del palacio real londinense de Whitehall. Mince agarró la nota, retiró su lacre de cera y la leyó. El texto, escrito con vigorosa y decidida caligrafía, era conciso: cruzad el canal hasta Dunkerque; allí estará esperando un caballero que ha de ser «conducido a este reino con los sirvientes y equipaje que a él pertenezcan». No se daba nombre alguno: la misión era totalmente secreta. La nota iba firmada, simplemente, por «Carlos K» K de «King» (rey).
Firma con el rey Carlos

(...) Cuando Carlos se enteró de que el monarca español Felipe había elegido como emisario a Rubens, quedó especialmente complacido. Francis Cottington, ascendido hacía poco a al dignidad de canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), apuntó que «el rey está muy contento, no sólo por la misión (de Rubens), sino porque quiere conocer a una persona de tanto mérito». En realidad, Carlos era conocido por su gran afición a rodearse de artistas, y estaba especialmente fascinado con Rubens. El autorretrato que le había encargado se instaló justo a la entrada de la alcoba del monarca en el palacio de Whitehall, donde éste podía examinarlo a diario. La enorme cantidad que el rey había destinado a la compra de la coleccion de arte de Mantua ponía de manifiesto su interés por las artes.

(...) La categoría de Rubens, al menos como artista, ya no estaba en tela de juicio cuando fue conducido a su primer encuntro con Carlos. De hecho, su profesión servía una vez más de tapadera para su presencia en una corte. Después de su llegada a Londres, el enviado veneciano, Alvise Contarini, escribió al dogo: «No sé si el rey le verá, pero puede que lo haga escudándose en sus pinturas, que tanto le deleitan». La información no era del todo inexacta. Carlos y Rubens sí que teían que discutir un proyecto artístico: la compleja serie de pinturas que habría de colocarse en el techo del nuevo Pabellón de Recepciones de Whitehall.(...) El proyecto preliminar aceptado era especialmente apropiado para Rubens. Había de rendir homenaje al pacífico reinado del difunto padre de Carlos, Jacobo I, quien en 1604 habia firmado un tratado con España. Dicho acuerdo era un modelo para el que Rubens había venido entonces a negociar. Si tenía éxito su misión, el nuevo pacto se firmaría en el mismo edificio en cuyo techo se colocarían las pinturas.


FICHA
Título del libro
: «Rubens, el maestro en las sombras. Arte e intrigas diplomáticas en las cortes europeas del siglo XVII».
Autor: Mark Lamster.
Edita:
Tusquets Editores.
Sinopsis: Además de ser uno de los grandes maestros de la pintura de todos los tiempos, Pedro Pablo Rubens (1577-1640) llevó una doble y clandestina vida como diplomático y, a menudo, espía inmerso en las intrigas en las cortes de España, Inglaterra o Francia. Vivió junto a los grandes humanistas de la cultura europea, pero también en un momento en el que los Países Bajos luchan por independizarse de España, mientras Flandes vive sometida por el Duque de Alba. Hastiado de tanta guerra, Rubens movió los hilos entre las sombras para que las potencias europeas forjaran alianzas duraderas.