San Sebastián

François Ozon el «voyeur» adolescente

François Ozon estrena «En la casa» en España, la ganadora del pasado Festival de San Sebastián, una inquietante cinta sobre las pretensiones literarias de un joven alumno basada en «El chico de la última fila», de Juan Mayorga

La cinta de Ozon ha conseguido ya en Francia un millón de espectadores
La cinta de Ozon ha conseguido ya en Francia un millón de espectadoreslarazon

Fascinado por las divas (recuerden «8 mujeres», un combate de pinceles de íimel), la última vez que visitó Madrid vino a la sombra de Catherine Deneueve. Por si su presencia no fuera lo suficientemente impactante, la diva se enfrentó con la responsable del hotel madrileño en que se alojaba por impedirle encender un cigarrillo durante la rueda de Prensa. Aquello era la presentación de «Potiche», un viaje a las reivindiaciones obreras de los años 70 que debía capear la Deneueve, convertida accidentalmente, en responsable de la fábrica de su marido. Ahora, François Ozon ha vuelto como estrella máxima después de que «En la casa» («Dans la maison») fuera la triunfadora unánime del Festival de San Sebastián, ya que no sólo obtuvo la Concha de Oro y el premio al Mejor Guión, sino que, por primera vez en años, hubo reconciliación entre las preferencias del jurado y de los medios: «Me alegro de que todo el mundo se quedara contento», asegura ahora el realizador. Los galardones donostiarras han dado un empujón al filme ,como reconoce el propio Ozon.

Hijo de profesores
«Se estrenó en Francia hace un mes y tuvo un gran éxito, en las primeras semanas ya consiguió un millón de espectadores a pesar de que no es un título comercial ni fácil. Además, resulta muy literario, requiere de la atención del espectador; en definitiva, ha sido una gran sorpresa porque es la constatación de que el público no es idiota», declara satisfecho.
Hijo de profesores, no es de extrañar que este cineasta juguetón y astuto se enamorara de «El chico de la última fila», el texto de Juan Mayorga que transcurre, precisamente, en un aula. Por un lado, un profesor (Fabrice Luchini) de esos que aún confían en colar entre las rendijas de la indiferencia de sus alumnos un poco de pasión por los grandes autores de la literatura y, sobre todo, alentarles para que sean capaces de expresarse a través de la escritura. Por otro lado, Claude (Ernst Umhauer), la única voz propia en la peor promoción de estudiantes que recuerda el enseñante. Sus escritos no sólo son capaces de hilvanar subordinadas y combinar un nivel de vocabulario que sus compañeros no alcanzarán ni en un par de cursos, sino que el contenido empieza a inquietar tanto al profesor como a su esposa (Catherine Davenier), con quien comparte accidentalmente la primera redacción del curso.
Durante el casting, Ozon sufrió una decepción parecida a la del docente: ninguno de los adolescentes que entrevistó disponía de la madurez suficiente como para abordar el papel protagonista. Le preguntamos si cree que los jóvenes de hoy son especialmente inmaduros o, si por el contrario, es algo que siempre se achaca a las generaciones posteriores a la de uno. El realizador prefiere no filosofar: «No lo sé. Lo que sí sé es que nadie de los actores que encontré estaban capacitados para interpretar a Claude, alguien que tiene una madurez mucho mayor que la edad que le corresponde, aunque físicamente es un chico más de su edad». Finalmente, optó por Ernst Umhauer, que ha cumplido ya 21, pero al que seguro le siguen pidiendo el carné en las discotecas por su aspecto aniñado.

Manipulación
Las redacciones, aparentemente inocentes, sobre temas como qué hiciste el fin de semana, adquieren un tono inquietante gracias a Claude, que se empeña en vigilar la casa de su compañero Rapha, hasta colarse dentro de ella y escribir sobre su madre cosas como que desprende «el inconfundible olor de la mujer de la clase media». A partir de entonces en las tutorías entre docente y pupilo pesa tanto la orientación literaria del adulto al adolescente como la manipulación sentimental del pequeño hacia el mayor. «Cuando descubrí "El chico de la última fila"empecé a leer otras obras de Mayorga, pero esta me fascinó especialmente porque describe el proceso creativo y también por la relación tan especial que se establece entre este alumno y su profesor, que es casi de pareja. Aunque no hay sexo, ambos sienten una necesidad mutua», puntualiza el director, que agradeció públicamente en San Sebastián al dramaturgo español que no se entrometiera en las decisiones de dirección, uno de sus grandes miedos, pues era la primera vez que adaptaba a un autor que estuviera vivo. Resulta curioso que alguien con pretensiones de autor como Ozon prefiera casi siempre tomar las historias prestadas: «Algunos en Francia han escrito que ésta es mi película más personal y no fui yo quien escribió el libreto teatral. No creo que sea un inconveniente que la historia original sea ajena para hacerla propia, ya que es uno quien elige unas y no otras y también es cierto que cuando se adapta un texto de otro uno lo lleva hacia los puntos que más le interesan», insiste Ozon.

El juego dramático gana en intensidad a medida que el espectador se pregunta, como el profesor, si lo que cuentan las redacciones es fruto de la imaginación del alumno o realidad. La cinta se convierte entonces en una reflexión sobre el poder de la ficción («quizá no puede cambiar radicalmente la realidad, pero si ayuda a comprenderla», apunta en este sentido el director) y la tendencia al «voyeurismo» que tenemos todos («esta es una sociedad muy visual, y, sobre todo, los espectadores de cine son "voyeurs", pues qué otra cosa es una película que entrar en la intimidad de un grupo de gente).

Educación innovadora
 En la trama, los uniformes juegan un papel importante, por eso, en un principio, el realizador pensó en ambientarla en las islas británicas, pero finalmente desistió: el debate sobre llevar uniforme o no ya se ha acabado en Francia. Era una cosa de antes y más propia de los colegios religiosos. Quería ambientarlo en Reino Unido, donde existe muchas tradición, pero finalmente decidí inventar que esto era una experiencia piloto. En Francia siempre se trata de innovar en la educación y cada año aparecen con nuevas ideas, por eso no era de extrañar algo así». Así que finalmente es en el Instituto Gustave Flaubert en el que se desarrolla la peripecia (dónde mejor para una trama tan literaria). Aunque es cierto que Ozon no ha renunciado al elemento intelectual en sus anteriores filmes, lo que le forjó un nombre fueron las propuestas atrevidas y jugar al desencuadre con el espectador. Por eso se ganó el apelativo de «el Almodóvar francés»: «Es extraño, pero entiendo que no se puede decir que Almodóvar sea el Ozon español porque es más viejo que yo» (ríe). Ya en serio, reflexiona con adoración sobre su unión al director manchego al que invitó al estreno de la cinta en Madrid, y, para sorpresa suya, aceptó: «Es mi cineasta preferido, adoro todas sus películas. Me fascina la manera en que es capaz de pasar de la comedia al cine negro».

Quizá sea este, sin embargo, uno de sus filmes menos almodovariano; sin embargo, sí existen referencias explícitas a otro genio del séptimo arte: «La relación del matrimonio protagonista es muy similar a la de Woody Allen y Diane Keaton por su manera de vestir, las discusiones que tienen... Lo analizan todo desde un punto de vista intelectual, pero no son capaces de darse cuenta de que su relación está completamente destruida».

ROHMER, SU GRAN MAESTRO
Heredero natural de la «Nouvelle vague», Ozon no se emociona especialmente al hablar de Claude Chabrol, Jean-Luc Goddard o Francois Truffaut; sin embargo, casi se le humedecen los ojos al oír el nombre de Eric Rohmer (en la imagen): «Considero que él ha sido mi principal maestro. Además, tuve la suerte de que además de ser un referente cinematográfico, luego se convirtiera en mi profesor durante la universidad. Él fue quien me abrió los ojos, desmitificándome el cine y enseñándome que, simplemente, con una cámara super-8, se rodar y crear. Una vez que acabé la universidad empecé a trabajar en mis primeras películas y algunos de los miembros del casting ya habían trabajado con Rohmer. Fue entoncés cuando tuve la oportunidad de poder volver acercarme a él para recordarle que había sido mi profesor y principal inspiración. Se emocionó mucho cuando se enteró». Crítico, cineasta, profesor... Rohmer, tras una extensa carrera, nos dejó el 11 de enero de 2010.